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La OTAN, el gran escollo para el nuevo orden mundial de Putin

El objetivo del líder ruso es desmantelar el sistema de seguridad instaurado tras la II Guerra Mundial. La Alianza Atlántica le impide implantar su poder imperial

 

 

A finales de 2022, Putin predijo que se avecinaba «la década más peligrosa, impredecible y, al mismo tiempo, importante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial». Hasta ese año la eterna aspiración rusa había sido que Washington y Bruselas reconocieran la esfera de influencia imperial en Europa del Este, renunciando a integrar a esos países junto al resto de naciones europeas en la UE y sobre todo la OTAN.

Pero aquella postura de Moscú no era, como recuerda el politólogo Aleksandar Djokic, realismo del duro, «sino puro revanchismo» sin posibilidades: Moscú esgrimiendo lo que había sido en el pasado y Europa recordándole lo que en realidad es hoy, una potencia regional vecina de un continente democrático. La guerra de ahora es un intento de que el revanchismo de antes parezca hoy realpolitik.

«Creo que los objetivos de Putin no han cambiado desde la invasión: establecer el control sobre Ucrania, no necesariamente en términos militares, de cara a la futura recuperación de la esfera de influencia de Rusia en el territorio de la ex URSS y el Imperio ruso», explica a EL MUNDO Djokic, doctor en Ciencias Políticas por la Universidad RUDN de Moscú.

La invasión de febrero de 2022 salió mal, pero el líder ruso cree que tiene tiempo, hombres y municiones suficientes para seguir empujando. Sin vuelta atrás. Putin considera que Rusia ha llegado a una encrucijada histórica en su desarrollo postsoviético y que desmantelar el orden mundial existente y construir uno nuevo es fundamental.

En una democracia se mantiene el poder con un balance de buenos resultados y promesas populares. En una dictadura la vigilancia es lo principal, y la pulsión de cambio es distinta: más seguro para el régimen que transformar el país es simplemente expandirlo de modo que los sectores de la sociedad que apoyan la aventura imperial queden religiosamente ligados a ella, y los que están en contra simplemente no tengan sitio en el nuevo país. El resto, la eterna mayoría silenciosa rusa, se sentaría mansamente a ese espinoso festín. Una vez más.

«Para Putin, la guerra no tiene que ver sólo con Ucrania (ni siquiera principalmente con ella). En cambio, personas cercanas al presidente ruso dicen que Putin ve la invasión como un frente más en su conflicto con Occidente», explica el escritor ruso Mijail Zygar, autor de War and Punishment: The Story of Russian Oppression and Ukrainian Resistance. Por eso cree que el éxito de Rusia en el campo de batalla ucraniano puede no ser suficiente para complacer a Putin: «Para derrotar a sus verdaderos enemigos, en Bruselas y Washington, Putin puede sentir que necesita atacar a un miembro de la OTAN«.

Podría ser, apuntan multitud de analistas, un avance rápido en Letonia o Estonia. Una operación limitada, más inspirada en 2014 que en 2022, pero que pondría a prueba si el bloque atlantista está realmente dispuesto a arriesgarse a una Tercera Guerra Mundial por unos pocos kilómetros cuadrados junto a la frontera de Rusia, esos lugares de escaso valor táctico poblados por gente de habla rusa que, aunque en muchos casos no desean ser parte de Rusia, no se consideran muy implicados en el proyecto político de los países bálticos.

DESDEMOCRATIZAR EUROPA

El objetivo del líder ruso no es sólo destruir Ucrania y abortar su acceso al grupo de democracias occidentales, sino desmantelar el sistema de seguridad liderado por Estados Unidos que surgió después de la Segunda Guerra Mundial.

Igual que en los 70, Europa occidental terminó de democratizar su extremo oeste integrando en la década siguiente a España y Portugal en la Comunidad Económica Europea, Europa Central democratizó su extremo este en los 90, y los países que habían recobrado su soberanía eligieron en la década siguiente exactamente el mismo camino de integración que la España de la Transición: Europa y OTAN. Doblando el primer cuarto del siglo XXI, la integración de nuestro extremo oeste no está hoy en entredicho, pero la del extremo este europeo sí lo está.

Europa ha prosperado en estas décadas bajo esa idea de coexistencia, seguridad mutua, prevención de crisis y estabilidad. Por eso nos cuesta entender que Moscú tenga un enfoque distinto, basado en las amenazas, el conflicto y la ampliación de poder. «La visión rusa de la seguridad exige una Europa sin OTAN y sin organizaciones que defiendan los principios fundamentales de la libertad, la democracia y el Estado de derecho», escribía el mes pasado en The Economist Stephen Covington, asesor de la alianza.

Cuando Rusia habla de amenazas a su seguridad no se refiere a no ser atacada, está más que protegida con sus ojivas nucleares, sino al obstáculo que supone la OTAN para poder ejercer con seguridad y sin trabas su poder imperial en Europa. Los involuntarios súbditos del zar, los países de Europa Central, tal vez pueden como mucho celebrar sus propias elecciones, pero no pueden estar protegidos por otro rey.

Cuando Rusia esgrime sus garantías de seguridad en realidad está hablando de la desprotección de otros. «Tanto la OTAN como la UE son organizaciones supranacionales que impiden en la práctica cualquier intento de Rusia de hacer valer su esfera de influencia».

¿Apartar a la OTAN de sus viejas conquistas? No es un objetivo fácil para una Rusia que ha demostrado tener más destreza sustituyendo a McDonalds y tejiendo importaciones paralelas que conduciendo sus blindados hacia Kiev. Pero Putin cree que tiene las herramientas necesarias encima de la mesa: un presidenciable como Donald Trump dispuesto a pactar cualquier cosa en un continente que no le interesa y un europeo renegado como Victor Orban deseando a ser el broker de una división europea que necesitaría algún otro exponente ahora que el ‘fórceps’ de Le Pen se ha quebrado en el último momento. El miedo europeo a la guerra y la fatiga global por el conflicto harían el resto del trabajo.

Putin no se ve a sí mismo al frente de una negociación razonable, sino liderando una encrucijada histórica donde Rusia es lo único relevante. En el pasado, las élites rusas eran muy reacias a un conflicto nuclear. Pero si algo ha cambiado en el discurso oficial desde 2022 es la creencia de que la OTAN no se atrevería a responder. Joe Biden es débil y Donald Trump más bien aislacionista, más creyente en los negocios que en el vínculo euroatlántico. Fenómenos como la consolidación en el poder de Orban en Hungría o el enésimo —y fallido— intento de asalto al poder por parte de Le Pen en Francia les hacen pensar a los ‘siloviki’ del Kremlin que la OTAN no se uniría para defender a un país atacado, que habría fisuras y vacilaciones.

Las señales son múltiples más allá de las gesticulaciones imperiales de Dimitri Medvedev cada semana. Serguei Karaganov, ex consejero de Putin, declaró en 2022 a EL MUNDO que el Artículo 5 «es un farol» y que «bajo ninguna circunstancia Estados Unidos peleará contra Rusia en Europa».

Oleg Matveychev, diputado del partido gubernamental Rusia Unida, insiste siempre en el concepto de que la estatalidad ucraniana es un error de la historia: «Ucrania no debe seguir existiendo, es un país artificial». Invoca además el alegato «de nuestro viceministro de Exteriores [Serguei Riabkov], que dijo [en 2022] que el objetivo final es devolver a la OTAN al punto donde estaba en 1997». Esto es, dejar de nuevo ‘desnudos’ a los antiguos integrantes del Pacto de Varsovia.

DEVALUAR LA OTAN

La guerra es cada vez más una realidad cotidiana para Rusia, pero podría ser demasiado para las opiniones públicas europeas, que a diferencia de lo que pasa en Moscú sí tienen influencia sobre sus gobiernos. Si la OTAN vacilase acabaría arruinando su credibilidad. Moscú no quiere achicharrar los tanques de la OTAN, sino desmontar sus compromisos. Zygar cree que «una provocación podría ser particularmente útil para Rusia en vísperas de las elecciones presidenciales estadounidenses».

El debate en EEUU está ahora mismo donde Putin quería: una potencia devaluada con un candidato mentiroso que no debería ser presidente enfrentado a un viejo aturdido que sencillamente no puede ser candidato.

Trump ha prometido poner fin a la guerra en Ucrania «en 24 horas» si es elegido. Putin aspira a una nueva cumbre de Yalta en su versión multipolar, «de hecho menciona esa reunión con frecuencia en sus discursos», coincide Zygar. Al final de su guerra Putin vislumbra una cumbre que establezca un nuevo orden mundial, una cita en la que los presidentes de RusiaEstados Unidos y el líder de China se reunirían para repartirse el mundo igual que pasó en el siglo XX, cuando Occidente enterró a la dictadura nazi a cambio de homologar la dictadura estalinista, cerrando el capítulo de guerras e invasiones pero abriendo otro de zonas de influencia, soberanía limitada, muros y alambradas.

En ese mundo donde el tamaño importa se formó el agente Putin y a ese mundo quiere volver.

Desde Occidente es difícil entender que Putin, el hombre que lanzó su destructivo ataque a Ucrania, se queje constantemente de las imposiciones y falta de diálogo de Occidente. Su frustración nace precisamente de que durante años nadie ha querido discutir un reparto del mundo con él. «Pero en los últimos meses, ha habido un renovado sentimiento de optimismo en el Kremlin y creen que si Trump llega a la presidencia, aceptará un nuevo Yalta», apunta Zygar.

Putin confía más en las oportunidades que van generando los electorados occidentales -Trump, Brexit, Procés, Le Pen, Orban- que en la disposición de sus instituciones -UE, OTAN- a atender las pulsiones imperiales rusas. Por eso romper o devaluar la OTAN -que tiene reglas, compromisos, garantías y deberes- está en la lista de tareas de Moscú. Con la OTAN convertida en un espejismo que no funciona siempre, o no funciona igual para todos, se puede abrir una nueva era, que en realidad es vieja. Una era en la que en lugar de negociar los países europeos entre sí, son las potencias las que se reparten los territorios de terceros países en Europa.

La destrucción en Ucrania es la caligrafía brutal del tardoputinismo, que escribe en letras inmensas de tierra quemada y escombros su mensaje a Occidente. Como explica el analista Djokic, el mensaje ruso escrito en sangre ucraniana es: «Devuélvanme mi imperio o no dejaré de atacarlos, haré tratos con islamistas fanáticos, con comunistas locos, con el mismo diablo. Y después iré a por ustedes».

 

 

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