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La otra Carmen de España

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Mario Vargas Llosa y Carmen Balcells

Son dos las Cármenes que ha tenido España a lo largo de su historia. La primera fue la de Bizet, y la segunda, ya en el siglo XX, “la Balcells”.

La noticia de su muerte, el lunes, me hizo pensar que 2015 es un año de lo más luctuoso para mí, y que cuando los tiros van cayendo cada vez más cerca, uno se entera siempre, harto pronto, de cuál es la siguiente baja. Como en las trincheras de Verdún.

Soy perito en necrologías. En mi redacción de la Deutsche Welle, cada vez que llegaba un cable de punto final, lo depositaban sin más sobre la mesa de mi despacho. Y la experiencia adquirida me dice que el mejor homenaje a un muerto querido es seguir platicándole como si no se hubiese muerto. Así lo hice con Cortázar, así lo haré contigo, Carmen.

Carmen, para mí tú no eres la temible ogresa todopoderosa del mundo de las agencias literarias internacionales, sino, mucho más que eso, la amiga con quien anudé unos lazos indesanudables a partir de tu primera feria del libro en Fráncfort del Meno, cuando todavía no eras “la Balcells” y en el cubículo de la agencia (¿4½ m²?) estabais tan sólo tú y Magda Oliver.

Eres la deslumbrante Reina de la Noche que unos años después, durante otra feria del libro, llegó a la recepción del Grupo Anaya en el Frankfurter Hof del brazo de Umberto Eco —recién editado en Italia El péndulo de Foucault—, y el eco de vuestra presencia unidos y del brazo repercutió en todos los confines de esa muestra internacional.

Eres asimismo la persona que, cuando leyó mi informe a la editorial alemana de García Márquez, sobre la deficiente traducción del Relato de un náufrago a este idioma, se embanderó con él hasta el punto de exigirle a esa editorial que las siguientes traducciones de Gabo las llevara a cabo un traductor distinto y que trabajase al alimón conmigo.

También eres, Carmen, la madre de Luis Miguel y la gallina clueca de las que llamo The Balcells Girls (Maribel, Carina, Gloria, Nuria…), quienes me esperaban en vuestro pabellón todos los días de la feria, siempre con el whisky a punto para resucitarme.

¡Eres tantas Cármenes, siendo siempre una y la misma, como un personaje de Pirandello! Admiré siempre en ti, desde el vamos, tu bon seny requetecatalanísimo, tu energía y disciplina, tu ojo de lince para los nuevos autores que iban a formar el nuevo canon del castellano, y, sobre todo (dicho sea inter nos, Carmen), tu apoyo a fondo perdido, durante años, a algún escritor que no acababa de arrancar pero tú sabías que podía hacerlo, y tu recompensa no sería el porcentaje sobre sus regalías sino su realización como autor.

Carmen querida, como los dos somos grandes realistas, este no es un adiós. Es un hasta luego.

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