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La palabra escrita, tan poderosa como los pertrechos

Una de las medidas radicales en el Virreinato a partir de 1810 fue la preciada libertad de imprenta.

La imprenta llegó al Virreinato en 1735, pero solo tuvo un funcionamiento continuo a partir de 1782. Para 1808 existían dos imprentas en la actual Colombia, y, si contamos la de Quito, tres para la región grancolombiana.

A partir de la crisis política de 1810 aparecen imprentas en Cartagena, Tunja, Medellín y Popayán. Para 1851 ya existía una cobertura nacional que contaba con la experiencia de casi 40 impresores y 30 imprentas. En cuanto a los periódicos, hasta 1808 habían existido solamente seis. El más duradero fue el Papel Periódico de Santafé (1791-1797).

Desde entonces aparecieron gacetas que informaban sobre las novedades en distintos lugares del reino, América y Europa. Para mediados de siglo se habían publicado cerca de 400 periódicos en el territorio nacional.

La libertad de imprenta les permitió a los neogranadinos publicar ensayos, tratados y traducciones con el objeto de enfrentar ese “océano de ideas inconexas, sin experiencia, y casi sin principios”.

Los periodistas ofrecieron sus páginas para “que nuestros Franklines y nuestros Washingtones derramen luces y fijen […]nuestra incertidumbre”. Esta opinión –la de los redactores del Diario Político de Santafé (1810)– fue similar a la que había concebido el editor de la Gazeta de Santafé (1785), para quien imprenta y gacetas estaban conectadas con “promover el bien público”.

Sin embargo, en el nuevo contexto político, la imprenta constituía mucho más que una novedad comunicativa. La imprenta y la opinión pública se convirtieron en los mecanismos para la construcción de la legitimidad política. 

Durante las primeras repúblicas (1810-1814), Antonio Nariño fue quien mejor entendió que la contienda política ocurría en la esfera pública y pasaba por el control de las palabras. Lo cierto es que la prensa conservadora impugnó el lenguaje revolucionario, mientras los republicanos explotaban las promesas de la igualdad y su relevancia para amplios grupos sociales.

El control sobre la esfera pública aparece entonces como una de las armas privilegiadas de la política. Existen dos modos de control: se tiene acceso a un medio de producción o se ejerce la censura. En 1817, Simón Bolívar solicitaba una imprenta, “que es tan útil como los pertrechos”.

Esa imprenta sirvió para que El Correo del Orinoco alimentara el espíritu revolucionario de los pueblos. La censura, por su parte, limitó el acceso a la circulación de opiniones, es decir a la representación.

La reconquista de Bogotá en 1816 reinstaló las antiguas bases de la monarquía. Sin embargo, las nuevas autoridades apelaron con fervor a la opinión pública, recurso de la política revolucionaria. Esto evidencia que se habían redefinido las condiciones mínimas para la producción de la legitimidad política.

La dureza que acompañó el nuevo gobierno monárquico, la persistencia de focos guerrilleros y el arraigo del ideario republicano entre sectores sociales cada vez más amplios terminaron deslegitimando el partido del rey y potenciando el atractivo por el “sistema de Independencia, Libertad e Igualdad”.

La adopción de un nuevo lenguaje político, que llegó con la consolidación del proyecto republicano, no fue el fin de la conflictividad, sino que inauguró otra forma de disenso que ha durado hasta el presente.

República fue, ha sido y sigue siendo un término disputado. Su ideario de igualdad y libertad ha generado tensiones que conllevan a la movilización social y política. Su vitalidad es señal de que aquella revolución política fue un inmenso laboratorio desde el cual hemos construido y experimentado, durante los últimos 200 años, nuestra propia experiencia democrática.

¿Cómo leer en una sociedad iletrada?

El carácter iletrado de buena parte de la sociedad granadina en los tiempos de la independencia no fue un impedimento para que participaran en los argumentos republicanos.

Escuchar, leer y escribir fueron mecanismos importantes para la elaboración, apropiación y difusión de lenguajes políticos, que inicialmente permitieron impugnar el antiguo orden monárquico y, posteriormente, elaborar un orden republicano propio.
—Y dígame usted —prosiguió el lector, mudando de conversación—, ¿con qué motivo se ha reunido tanta gente en el corredor de aquella casa, que según las apariencias es la del cabildo?

—¿Qué casa dice usted? Ah, ya sé; es que don Narciso está leyendo la Gaceta; tiene la devoción de leerla en voz alta todos los domingos mientras llega la hora de misa; alrededor de él se forma un gran corro; los indios oyen sin pestañear y con tamaña boca abierta, la lectura de los proyectos de ley, las relaciones de reos prófugos, los decretos y las circulares; los vecinos más entendidos refunfuñan y hacen comentarios (…).

José Manuel Marroquín, Vamos a misa al pueblo (Museo de cuadros de costumbres vol. II, p. 131). Este diálogo de la segunda mitad del siglo XIX retrata una escena común de lectura en voz alta de un periódico. Desde la época colonial y durante la independencia, las habilidades para leer y escribir estuvieron restringidas a hombres del clero, oficiales del gobierno y personas de la élite política y económica.
La circulación de información entre la mayoría no letrada se hizo a través de canales de comunicación oral. La lectura en voz alta fue un medio útil para la propagación del lenguaje político moderno.

Términos como ciudadanía, libertad e igualdad circularon oralmente facilitando imaginar y construir un orden social distinto al colonial.

En este sentido, el pregonero fue una figura esencial cuyo oficio consistió en notificar en voz alta el contenido de textos escritos en espacios públicos como las plazas de pueblos y ciudades. Él leía desde decretos de gobierno, bandos* y avisos al público, hasta pasquines y anuncios comerciales.

Además de escuchar las lecturas de artículos informativos de prensa, la gente del común se reunía para informarse sobre apartados de obras económicas y políticas. Los lugares en donde se llevaban a cabo estas lecturas eran usualmente las chicherías, las pulperías, las plazoletas, el atrio de la iglesia, al igual que las tertulias citadas por sociedades patrióticas y democráticas.

Datos curiosos

Prensa peligrosa. El primer golpe de opinión en la historia política del país lo dio Antonio Nariño a través del periódico La Bagatela. En 1811, Nariño asumió la presidencia del estado de Cundinamarca, en reemplazo del depuesto Jorge Tadeo Lozano.

Casa en permuta. Al inglés Andrés Roderick, impresor del Correo del Orinoco, en 1821 se le ofreció en permuta una casa por una imprenta. Cuatro años después aún solicitaba que se la acreditaran, pues el título de propiedad lo perdió en un saqueo.

Imprenta foránea. En Venezuela y la Nueva Granada fue recurrente la escasez de imprentas a lo largo del siglo XVIII. Una de las formas como se solucionó este inconveniente fue por medio de los talleres de impresores de origen irlandés y británico.

Reto a un duelo. En 1850, José María Torres Caicedo fue herido gravemente por
Germán Gutiérrez de Piñeres en un duelo a muerte. Este hecho se presentó porque el honor del segundo se vio mancillado por un artículo del periódico El Día escrito por Torres.

¿Qué modelo seguir? A mediados de la década de 1820, el presbítero Francisco Margallo fue retirado brevemente de sus funciones sacerdotales a causa de su disputa con Vicente Azuero por seguir las enseñanzas de Jeremy Bentham en el modelo educativo.

 

 

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