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La pandemia más peligrosa

 

El pasado 6 de enero de 2021, vimos a un grupo de simpatizantes del actual presidente de los E.E.U.U., Donald Trump, entrar al edificio del Capitolio por la fuerza, interrumpiendo la ceremonia de conteo de votos electorales y ocupándola durante horas, demandando que se detuviera dicho conteo y reivindicando la supuesta victoria de su candidato.

La oración anterior es verdad. Son hechos que ocurrieron y fueron presenciados por millones de personas, tanto presencialmente como a través de sus pantallas. Pero aún así hay quien discute lo ocurrido, alegan que no eran simpatizantes de Trump sino actores pagados, o explican que no la tomaron por la fuerza sino que fue una protesta pacífica. Y no son pocos.

Las décadas del Tercer Reich alemán nos dieron una de las figuras más peligrosas del s.XX, una figura cuya influencia persiste aún en día. No hablo de Adolf Hitler. Hablo de Paul Joseph Goebbels, oficial de alto rango en la Alemania Nazi, cuyo rol de mayor importancia fue el de Ministro de Propaganda. Goebbels fue un genio de la comunicación, cuyo talento para el manejo de información, oratoria, planificación meticulosa de declaraciones y capacidad de improvisación para maximizar el impacto de todo lo anterior, lo convirtieron en el padre de la propaganda política moderna, y, en consecuencia, de lo que hoy en día llamamos posverdad. A Goebbels se le atribuye la famosa cita de «una mentira mil veces se convierte en verdad».

Die große Lüge (la Gran Mentira) es el nombre de la teoría que propone que si uno miente, a lo grande y repetidas veces, la gente lo empezará a creer. La Mentira se podrá mantener siempre que el Estado pueda protegerlos de las posibles consecuencias, por lo que se vuelve vitalmente importante para el mismo reprimir la disensión, porque la verdad es el mayor enemigo de la Mentira, y por lo tanto, el mayor enemigo del Estado.

La afirmación de que Alemania no había perdido la Primera Guerra Mundial se convirtió en el ejemplo estrella.

Si hay algo que me atrevo a proponer, es que Goebbels se equivocó en un punto clave: una Gran Mentira no necesita ser protegida por el Estado. Solo necesita ser repetida en los círculos correctos.

Finalmente, Goebbels minó la confianza en los medios tradicionales, creó el concepto bolchevismo cultural (padre del actual marxismo cultural), calificó el arte disidente como «degenerado» y en contra de los valores alemanes, inflamó el sentimiento de privación, miedo y resentimiento del pueblo alemán y le dejó a Hitler un país listo para aceptar lo que él dijese como la verdad absoluta.

Hoy en día vivimos la era de la posverdad. Esta es la consecuencia lógica del fenómeno de la desinformación, en el cual estamos bombardeados constantemente de información, verídica o no, que somos incapaces de procesar y acabamos confundidos y angustiados, quizá sabiendo menos que cuando empezamos. Las redes sociales se han convertido en un mercado al aire libre de opiniones, información, teorías y mentiras, donde cualquiera puede proponer lo que le plazca y encontrará a alguien que esté de acuerdo. Además, por el diseño de sus algoritmos, las redes sociales tienden a priorizar, mostrarnos cosas «en las que estamos interesados», que, en la práctica, las convierte en cámaras de eco que solo le devuelven a uno lo mismo que dice, en lugar de exponernos a ideas que nos reten y amplíen nuestra visión. La posverdad, entonces, es aceptar como ciertos postulados enteramente basados en sentimientos, opiniones y conjeturas, en lugar de en hechos objetivos.

Ésta es la era de los hechos alternativos, de las conspiraciones, de las múltiples verdades enfrentadas a la Verdad única. Y en esta era de hechos à la carte, que le han dado voz a ideas y personas insidiosas, a través de postulados aparentemente inofensivos y han ido acercando a mucha gente a la disociación total de la realidad. Estas teorías, (pizzagate, el Nuevo Orden Mundial, las élites pedófilas coordinadas por el filántropo húngaro George Soros, QAnon, etc.) que llegan a rayar en el absurdo, incorporan un botón de emergencia ante evidencia que las nieguen, generando un atrincheramiento y radicalización en las mismas. Nada de esto es un accidente, ya que se basa en sesgos cognitivos como el de confirmación y el de anclaje.

Los hechos del pasado 6 de enero han demostrado que esta disociación de la realidad y consecuente radicalización no es inocua, y rápidamente se están convirtiendo en la mayor amenaza de nuestros tiempos a los valores de la Ilustración, República, y Democracia.

Todo este preámbulo concluye en la pregunta: ¿Cómo se deshace el daño de la posverdad? Por un lado, roza en la enfermedad mental el rechazo de la realidad, pero por otro lado es voluntario y deliberado. Sus partidarios eligen rechazar la realidad porque le gustan más los «hechos alternativos» que proponen estas conspiraciones. ¿Cómo sacas a esta gente de esos espirales descendientes, cuando uno de los mayores peligros de estas conspiraciones es que tienen las justificaciones y excusas ya incluidas en el precio? «No, estás siendo manipulado por el Deep State/George Soros/los medios vendidos/el marxismo cultural/la élite pedófila/su puppet master de preferencia? ¿Debemos permitir que un porcentaje cada vez mayor de la población se vaya disociando de la realidad, prefiriendo creencias peligrosas? O debemos combatir estos postulados progresivamente más intolerantes, como propone Karl Popper en su Paradoja de la Tolerancia?

 

 

 

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