La paradoja latinoamericana
La evolución de América Latina durante las últimas décadas tiene varias dimensiones, que en muchos casos se contraponen entre ellas, intentos antielitistas, inestabilidad política, excesiva corrupción e inseguridad jurídica, creciente pobreza y desigualdad, mantenimiento e incluso profundización de la dependencia de los recursos naturales. Pero quizás lo que ha pesado más en la situación actual de la región es el comportamiento de la sociedad que no ha sabido distinguir entre el bien y el mal, entre el discurso y lo real, entre lo que se necesita y el líder capaz de trazar un camino que lleve, en el mediano y largo plazo, a la satisfacción de esas necesidades.
Las dos últimas décadas comenzaron, en América Latina, con un giro a la izquierda que fijó nuevos rumbos en el tratamiento del tema social, la participación política y los derechos de las minorías lo cual obtuvo reconocimiento internacional.
Lo anterior fue favorecido por Estados que se fortalecían con un crecimiento económico, en un contexto de alzas en los precios de las materias primas; mientras que la crisis financiera desatada a partir de 2007 hacía sentir a Estados Unidos y Europa las consecuencias del descontrol de los mercados. Se podría decir, sin ninguna duda, que América Latina no sufrió, de la misma manera, el impacto de esa crisis y hasta incluso hubo, en algunos países, reducción de la pobreza.
Se puede decir también que America Latina, en los últimos 20 años, tuvo la oportunidad para avanzar en el camino del desarrollo y en consecuencia dar solución a los problemas que se arrastran desde la independencia. Es decir, se viene escurriendo la arruga desde hace más de 200 años.
Hoy día podemos ver que esa oportunidad se alejó, lo que coloca a la región, no solo ante nuevos desafíos si no en una extrema vulnerabilidad y debilidad frente a un escenario mundial afectado por el desarrollo tecnológico. Si bien es cierto que el boom de las materias primas sirvió de vehículo, a los nuevos gobiernos, para promover una economía más productiva e inclusiva, también lo es que casi todos los emprendimientos, programas y medidas aplicadas, para alcanzar ese objetivo, fracasaron. No me cabe la menor duda que hoy la región, no solo tiene mayores problemas que hace dos décadas atrás, sino mayores dificultades que a comienzo del año 2023 en curso.
Es enteramente cierto que en un escenario internacional marcado por incertidumbres, con Estados Unidos, China y Europa pasando por un momento muy especial, y una guerra en Europa, por lo que habrá que ser todo un buen torero y mostrar, sus mejores pases, para evitar que el toro llamado escenario mundial no termine corneando a los gobernantes de turno de America Latina.
Creo que la región enfrenta muy pocos enfoques de ilusión acerca de su futuro:
1-dar la bienvenida a nuevos gobiernos (de izquierda o de derecha) con la esperanza de que por fin terminará con el clientelismo y la corrupción y volver a dotar de eficiencia a la economía para asegurar un mínimo de estado de bienestar.
2-Esperar a un próximo salvador a ver si trae consigo, en sus alforjas, un proyecto de país coherente. Como lo sucedido con Hugo Chávez Frías en Venezuela; quien se murió, dejando un heredero en el poder y hoy 23 años después el país está peor que cuando lo recibió. Esa es la realidad.
Cuando se revisan los programas de un nuevo gobierno latinoamericano, nos damos cuenta de que carecen de ideas que promuevan el Estado de Bienestar, que no es una nueva política la que está accediendo al poder, sino que solo se está operando un cambio de elites.
Lo anterior nos indica que el latinoamericano padece de una enfermedad endémica llamada EXPECTATIVAS FRUSTRADAS. Esto es evidente desde el Rio Bravo hasta la Patagonia, en donde el temor de volver atrás y estancarse ya se perdió, ya que esa ha sido la historia de cada uno de los países.
Es por lo que el debate acerca de si las políticas reformistas o las radicales son más aptas o no para resolver la cuestión social acompaña a los gobiernos de cualquier tendencia. No obstante, al pasearnos por la realidad actual la supresión de las desigualdades ha fracasado, independientemente de la ideología del gobierno de turno. Con lo anterior lo que quiero indicar es que, si un Chávez que polarizaba todo, no logró nada, un Lula da Silva en Brasil logro un poquito más, pero no se nota mucho, casi que es un secreto.
Es lo que explica una profunda crisis de confianza en los gobiernos y sus líderes. La encuesta global realizada por la Consultora Edelman refleja que los cuatro países más poblados de la región, Brasil, México, Colombia y Argentina sufren un deterioro significativo de la percepción que tienen los ciudadanos de la clase política de sus propios países. Es lo que también refleja la encuesta Latinobarómetro que concluye que el 75% de los latinoamericanos no cree en nadie incluyendo en esa lista a la Iglesia católica.
El caso de Argentina es delirante porque solo el 20% de la población confía en las instituciones del Estado. Vale señalar que este país enfrentará, el próximo mes de octubre del 2023, unas elecciones presidenciales, donde las peleas por las candidaturas están a nivel de rapiña. No obstante lo anterior esa encuesta elaborada por la Consultora Edelman refleja un dato bastante curioso:
“En Argentina el 43% de los encuestados cree que su situación y la de sus familias mejorará dentro de cinco años”. Lo cual coincide con el segundo enfoque antes mencionado. ALUCINANTE, no tengo otras palabras.
Esta realidad no difiere mucho en Brasil y Colombia, donde los ciudadanos que miran con confianza al Gobierno no representan más de un 30%. Por su lado, Lula se encuentra en búsqueda de una plataforma que le permita generar credibilidad interna utilizando para ello la plataforma internacional que lo ha llevado a lanzarse en la búsqueda de ser reconocido como líder de alcance global, intentando la reconciliación de Rusia con Ucrania, gestión en donde se tropezó con algunas pequeñas trabas que tienen que ver con el orden político mundial, ha tratado sin éxito de convertir los crímenes de lesa humanidad cometidos o por cometer, por Maduro en Venezuela, en una simple novela de ciencia ficción, o como él lo señala: “una narrativa construida”.
En la Colombia de Gustavo Petro, quien asumió el cargo hace once meses, ha hecho lo imposible por iniciar un ciclo distinto, pero a decir verdad, sus propuesta de reformas no ha sido suficientes como para que los colombianos perciban un verdadero cambio en el futuro. Va de escándalo en escándalo y todos relacionados con casos de corrupción y ya comienzan a estar involucrados miembros muy cercanos de su familia y amigos. El impacto sufrido lo ha obligado, en primer lugar a cambiar su estrategia de dialogo con el congreso, no a través de los partidos políticos, sino directamente con los diputados y en segundo lugar, salir a la calle a pedirle a los partidarios que sean ellos los que dicten las pautas del gobierno. Es lo único que le queda, la calle. Tal y como el finado Chávez lo hizo uno meses después de haber asumido el gobierno en Venezuela.
En México el porcentaje de personas que confía en el Gobierno se sitúa alrededor de un 4o%. Sin embargo, el 71% de los mexicanos prefiere confiar en las empresas y el 68% de los encuestados señaló que prefería confiar en otro tipo de organismos como las ONG. No obstante hay que reconocer que en la recta final de su mandato, López Obrador, muestra un menor desgaste de popularidad que otros mandatarios de la región.
En Chile, el Presidente Gabriel Boric, quien asumió la presidencia con una popularidad del 60%, hoy en día su índice de aprobación es del 36%, según la encuestadora Criteria Research. Mientras que su desaprobación llegó a un 51%. Lleva la carga del fracaso de propuesta de una nueva constitución elaborada por sus propios partidarios y, en plena redacción de otra propuesta constitucional con gran participación de la derecha. Vale la pena señalar que el descontento mostrado en las manifestaciones incendiarias de 2019, y que fue lo que lo llevo al poder, aún persiste.
Los acontecimientos políticos a lo largo y ancho de la región son una señal de lo que ocurre cuando el sistema de partidos colapsa, permitiendo así que pseudo líderes asuman el poder prometiendo acabar con la corrupción de la clase política.
Es el caso de Perú con un descontento social generalizado y grandes protestas. El país ha tenido seis presidentes desde 2016, y ha sufrido una implosión del orden público que ha provocado la muerte de al menos 48 civiles desde el inicio de las protestas en diciembre pasado y actualmente continúan exigiendo la dimisión de la presidenta interina. Y ni hablar de Ecuador y Bolivia.
Un caso particular es El Salvador, cuyo presidente Nayib Bukele el líder más popular de la región, ha implantado un modelo político que en la jerga popular lo llaman el ‘modelo Bukele’ que atrae a políticos latinoamericanos, y lo que es más importante, más del 60% de latinoamericanos apoya la forma de gobierno de Bukele. No obstante que su estilo es cuestionable desde el punto de vista de los derechos humanos, ese cuestionamiento pierde peso cuando los habitantes de su país lo apoyan, particularmente porque trajo paz y seguridad a la sociedad con el encarcelamiento de las bandas criminales que azotaban al país, las maras salvatruchas. El postulado principal de su forma de gobierno es “Un país no puede hablar de desarrollo si no tiene seguridad”. Este modelo está siendo replicado en otros países del triángulo norte, muy a pesar del pensamiento de las ONG’s de defensa de los derechos humanos que opinan todo lo contrario.
El derrumbe de los partidos políticos y la elección de líderes mesiánicos para vengar la corrupción imperante no ha funcionado. Solo han engendrado una mayor desconfianza en todas las instituciones, en particular aquellas destinadas a controlar el ejercicio del poder y procesar los conflictos sociales de manera sosegada. En consecuencia, la región está cosechando la devaluación de la democracia, inestabilidad política y, por supuesto más corrupción.
Adam Smith afirma en su libro “La Riqueza de las Naciones” que “No puede haber una sociedad floreciente y feliz cuando la mayor parte de sus miembros son pobres y desdichados.”
Si bien es cierto que la humanidad ha tenido importantes logros después de la segunda guerra mundial, mayores niveles de bienestar y progreso, y una mayor expectativa de vida, también lo es que a America Latina no le alcanzó la segunda guerra para lograr eso que otros países pueden mostrar hoy, y es que nos limita los espacios para la complacencia de una minoría que detenta el poder y la incapacidad ante los retos y las megatendencias que se presentan.
Un caso muy particular es el de Venezuela, 23 años de gobierno socialista dividido entre el difunto y Nicolas Maduro y el país se encuentra sumido en el desastre total, como señalé anteriormente, la gestión de gobierno la dedicaron a profundizar la pobreza, la desigualdad, y la violación del derecho a la vida.
En los actuales momentos Venezuela se encuentra en medio de dos procesos electorales, el primero la elección primaria de la oposición que tiene como objetivo elegir el candidato opositor, que enfrentará a Maduro en diciembre de 2024 por la presidencia del país. El numero de aspirantes supera los 20 y el elegido deberá no solo enfrentar a Nicolas Maduro sino también a otros candidatos de la oposición que decidieron no participar en la elección primaria. Un ejemplo de estrategas políticos.
Como siempre, las expectativas siempre superan los resultados.
Si alguien me preguntara: cuál es la paradoja de America Latina, respondería, no es una sino varias, todas derivadas de nuestra maltrecha historia:
1.-hablamos de democracia y sin embargo nos apasiona el autoritarismo.
2.- Es una región líder en producción de frutas, verduras, pescado y carne a escala mundial y exporta cientos de miles de millones de dólares en comida cada año. Pero es también la región en donde hay cerca de 57 millones de personas que pasan hambre.
-Hablamos de cooperación e integración regional pero exhibimos un extraordinario grado de división entre los gobiernos, el cual se ha incrementado en tiempos recientes. Una prueba de ello es que no se pudo dar una respuesta regional al combate contra la pandemia, solo se dieron respuestas unilaterales.
.-Se habla de paz mundial y sin embargo una gran parte de los países de la región no ha condenado a Rusia por haber invadido a su vecina Ucrania.
-Cuando hablamos de democracia nos referimos a la consolidación de un proyecto económico altamente excluyente desde el punto de vista social, al mismo tiempo que pedimos poner en marcha proyectos de democratización, que convoque a la inclusión social. Se puede hacer un listado de paradojas en America Latina, pero no es la intención de quien escribe estas líneas, sino de llamar la atención sobre el porqué estamos como estamos.
Algunas veces me pregunto ¿cuánta pobreza admite una democracia?, ¿de cuánto tiempo disponen las nuevas democracias para ofrecer soluciones reales a los problemas de exclusión?, antes de propiciar no sólo pérdidas de legitimidad de los gobiernos sino desencantos con la democracia existente.
Luis Velásquez
Embajador