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La pareja que hizo literatura con sus cartas de amor y no dejó de reír en la dictadura

Wislawa Szymborska y Kornel Filipowicz fueron dos de los escritores más importantes de Polonia, pero también una de las parejas más singulares del país. Así lo demuestran su correspondencia íntima, que se acaba de publicar en español

      Wislawa Szymborska y Kornel Filipowicz ©EWA LIPSKA/FOTONOVA

 

Lo primero que le envió Kornel Filipowicz a Wislawa Szymborska fue un sobre con tres fotografías de monos del zoológico de Cracovia y una nota breve: «Reciba de Kornel Filipowicz esta modesta contribución a la simiología». Además, incluyó el dibujo a bolígrafo de una margarita con el siguiente pie de foto: «Una flor de parte de un hombre». Era abril de 1966. ¿Cómo no se iba a enamorar?

Polonia era entonces un país triste y gris, de censura y cartilla de racionamiento, pero daba igual: ellos vivían en la risa y el sol, tal vez porque ya habían sufrido lo suficiente a esas alturas y estaban de vuelta de todo, también del amor. Él tenía cincuenta y tres, había sobrevivido a los campos de concentración y era viudo; ella era una década más joven y estaba divorciada. Habían sido amigos antes que amantes. Y nunca dejaron de serlo.

De aquella relación nos quedan ahora las cartas, cientos de cartas (aunque no son todas) que acaban de publicarse en español en el volumen ‘Escribe si vendrás‘ (las afueras), que es a la vez un libro de Historia, un bestiario de los ríos del Este, una colección de chistes, un poemario, una geografía polaca, una novela de amor, un collage y un montón de géneros aún por bautizar. Aunque eran dos de los autores más importantes de Polonia, nunca hablaban de literatura, porque intuían que la vida se define en lo concreto, en lo cotidiano. Lo grave lo aligeraban (los problemas de abastecimiento, las noches de hospital, los problemas de riñón), y lo ligero lo trataban con la seriedad de un parte de guerra. «Próximamente, bigote afeitado: ya ha alcanzado un tamaño y una proporción humorísticos», le comenta él al final de una carta larga. Y ella: «Querido Kornel, la noticia de que tienes la intención de afeitarte el bigote cayó sobre mí como un rayo». Y él: «Pues resulta que, contrariamente a lo que sostiene Tadeusz R., no todos los genios son de baja estatura (…) Antón Pávlovich medía 1,86 m. Contarte esto me produce una gran satisfacción».

Toda relación es un lenguaje compartido, pero el de ellos fue un idioma nuevo, con reglas propias y caprichosas que cambiaban con el clima. «Es sorprendente ver que no dejaban de ser creativos incluso en lo más íntimo», destaca Teresa Benítez, que ha traducido junto a Katarzyna Moloniewicz y Abel Murcia estas misivas. Por ejemplo: «Apreciado Kornel, he escrito ‘Apreciado’ a propósito para que te alarmaras un poco pensando que igual ha cambiado algo. Pero declaro que no ha cambiado nada y que, en realidad, ha de ser ‘Querido’». O: «Ese hombre no debería estar tan empeñado en verme. Tú, en cambio, SÍ DEBERÍAS, AUNQUE FUERA UN POQUITO. Escribo con mayúsculas porque sé que no lees las cartas hasta el final (a veces) y de esa manera se te escapan las cosas más importantes. Por ejemplo, QUE TE ECHO DE MENOS».

Los ingenios son constantes, es como si todo formara parte de un juego extendido durante décadas. ¿No es eso el amor? ¿No debería? «Para ella todo era un juego literario, en todas las facetas de su vida era así: aquí está su intimidad, que no conocíamos en España, y vemos que era como su poesía. Él también tenía esa sintonía», afirma Abel Murcia desde Varsovia. A su lado, Katarzyna Moloniewicz asiente: «Ellos eran muy discretos. No les gusta hablar directamente de sus sentimientos, no utilizan grandes palabras. De hecho, se inventan personajes imaginarios, como Eustachy Tulczynski o Gienia, para hablar de su intimidad… Estoy convencida de que les horrorizaría la idea de saber que estamos leyendo sus cartas. Nunca se lo imaginaron». Todas las misivas, por cierto, pertenecen a la Fundación Wislawa Szymborska. Tal vez aquí haya una moraleja sobre las fundaciones. Pero qué suerte la nuestra.

 

 

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«Ante estas cartas somos unos ‘voyeurs’ que asisten a una conversación inteligente, irónica y amorosa sobre la vida, los gatos y el amor», dice Francisco Llorca, el editor español del libro. «Ahora que la correspondencia ya es un género en peligro de extinción, estas cartas son una celebración de esa vieja y sana costumbre. Y por cierto, los collages de Szymborska son como ‘stickers’ de WhatsApp», ríe después.

Lo del teléfono, entonces, era una pequeña odisea, o mejor, un pequeño lujo. «Kornel, te quiero mucho. No abuses del teléfono poniéndolo en duda. Por teléfono me resulta difícil demostrar cualquier cosa», le suelta ella en septiembre de 1968, anticipando la turra de este siglo. Aunque un mes antes le había dicho: «Hoy te llamaré, pero no es suficiente, por eso escribo estas tonterías».

Nunca vivieron juntos, por eso se escribieron tanto: solo mandamos cartas en la distancia. Aunque la separación a veces pesaba demasiado. «Mis postales ya no son tan bonitas como la primera porque estoy triste. No te desacostumbres de mí, por favor», le envía ella en 1985. A él tampoco se le daba el frío. «Querida: ¡He tenido un nuevo encuentro contigo, irreal, como en un sueño! Sin embargo, el ser humano se compone de huesos, músculos y nervios, que necesitan experiencias materiales. No te estoy reprochando nada, Wislawa, ¡es la nostalgia, que me obliga a decir estas cosas tan poco inteligentes!».

«Eran una pareja increíble. Vivieron en un mundo en el que no había libertad, un mundo de escasez, pero en esas limitaciones ellos consiguieron conservar la libertad, fueron todo lo que querían ser. Y siempre estuvieron rodeados», explica Katarzyna Moloniewicz.

La primera carta del libro que escribe ella no la firma con su nombre. Se hace pasar por su gato, al que ella, que nunca tuvo hijos ni mascotas, cuidaba en su ausencia (él no paraba de viajar para pescar): «Señor Filipowicz, la persona con la que Usted se relaciona ni siquiera sabe dónde tienen los peces la cabesa y dónde la cola. Pience Usted si esa relación no cuestiona a un pescador onrado». No es la única misiva donde toma la voz del felino, que fue un secundario de lujo. En 1968 dejó una frase para el recuerdo: «Kornel querido, el que mejor vive es Tu Gato porque está a tu lado».

Cuando murió Kornel, Wislawa escribió ‘Un gato en un piso vacío’, uno de sus poemas más celebrados: «Morir, eso no se le hace a un gato. / Porque qué puede hacer un gato / en un piso vacío. / Trepar por las paredes. / Restregarse entre los muebles. / Parece que nada ha cambiado / y, sin embargo, ha cambiado. / Que nada se ha movido, / pero está descolocado. / Y por la noche la lámpara ya no se enciende. / Se oyen pasos en la escalera, / pero no son ésos. / La mano que pone el pescado en el plato / tampoco es aquella que lo ponía».

La vida es cruel. Kornel Filipowicz murió en 1990, el año que se celebraron las primeras elecciones presidenciales libres desde el golpe de mayo de 1926. La democracia había llegado a Polonia, pero daba igual. Nadie volvió a mandarle a Wislawa una foto de un mono.

 

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