Democracia y Política

La paz

Tuve la grata oportunidad de ver una reciente presentación del trabajo de una oenegé social venezolana, “La Rana Encantada”, que hace su encomiable labor con niños. En dicha presentación se destacaban estas definiciones de paz elaboradas por infantes: “que inventen una máquina que convierta las armas en medicinas.” “Que los árboles y los edificios puedan vivir con la gente.” Esto último lo afirmaba un jovencito petareño, de siete años. Y es que hay definiciones mejor desarrolladas por las voces desinteresadas de los niños.

Un declarado pacifista por vocación es el intelectual italiano Umberto Eco. Para él, la noción de paz posee una naturaleza equívoca. Cuando se habla de paz se habla de una paz global, universal. Quien hable de paz para unos pocos mejor se retira a vivir a Suiza o a un monasterio.

Hay quienes hablan de paz como si fuera una condición originaria. En una edad de oro, los hombres vivíamos en una especie de paraíso hippie: paz, amor, fraternidad perenne. Un mito que iba y venía, hasta que llegaron Hobbes con su homo homini lupus, y el “struggle for life” del siempre recordado Darwin, y desinflaron el globo de la felicidad mítica.

¿Islas de paz, paraísos estilo Xanadú, versus entropías conducentes a la permanente confrontación y destrucción en la condición humana? Eco afirma tajantemente: “la paz no es un estado que ya se nos haya dado antes y que simplemente tengamos que restablecer, sino una conquista sumamente dificultosa, como las que se obtenían en las guerras de trincheras: pocos metros cada vez y a costa de muchos muertos.”

Continúa Eco: las grandes “paces” –como la pax romana, la pax britannica, o la pax americana, sobre todo en su versión muy tensa pero constante en su equilibrio, la llamada guerra fría- han sido consecuencia de un poderío militar especifico.

¿Y qué puede decirse a un nivel más local? Si aceptamos que la paz es una conquista más que una herencia, si la paz universal ha surgido de una victoria militar, la paz local, sin embargo, puede crearse a partir de un cese concertado de la beligerancia.

Para lograr una paz local no es inevitable hacer guerras intestinas. A las que ¡ironías del lenguaje! se les llama civiles cuando más cañones, soldados y ejércitos nativos participan.

Steven Pinker, en su libro “The Better Angels of Our Nature: Why Violence Has Declined”, afirma que la violencia en el mundo ha declinado. Por cierto, la frase inicial del título “los mejores ángeles de nuestra naturaleza” proviene de las últimas palabras del discurso inaugural como presidente de Abraham Lincoln. Palabras famosas porque constituían un esfuerzo final por lograr la reconciliación entre el Norte y el Sur e impedir la Guerra Civil. Pinker usa la frase como una metáfora de las cuatro motivaciones humanas que “pueden alejarnos de la violencia y conducirnos hacia la cooperación y el altruismo”. Las mismas son: la empatía, el auto-control, el sentido moral y la razón. Todas ellas deben usarse empezando en el nivel más local posible: en el cara a cara donde nos debemos reconocer como seres humanos iguales ante Dios, o al menos ante la ley, es decir, ante nosotros mismos. Sin ese reconocimiento previo no hay avance posible, no hay camino de concordia, ni buena voluntad para lograr acuerdos y consensos.

Pinker afirma que vivimos la época más pacífica de la historia. Eso sí, él señala asimismo que puede haber retrocesos, que no hay paz garantizada por siempre. También critica, por simplistas, las argumentaciones tradicionalmente enfrentadas del hombre esencialmente violento, y las teorías del “buen salvaje”, del paraíso terrenal de paz y amor universales.

Fundamentalmente, él rechaza la “teoría hidráulica de la violencia”, según la cual los seres humanos tendríamos un impulso interno, esencial, hacia la agresión. Esta última no obedecería a un motivo único. Depende más bien de cinco sistemas psicológicos: 1) La violencia rapaz, es decir, la violencia desplegada como un medio hacia un fin; 2) El deseo de dominio, o sea “el impulso por lograr autoridad, prestigio, gloria y poder”; 3) La venganza; 4) El sadismo; 5) La ideología, “un sistema de creencias usualmente poseedor de visiones utópicas, que busca justificar una violencia ilimitada con el fin de lograr una felicidad también supuestamente ilimitada.”

Para lograr una paz local las opiniones o bandos enfrentados deben aceptar el diálogo negociador como puente necesario de discusión de las diferencias. Porque un hecho fundamental para poder construir una sociedad en paz es entender la importancia del diálogo como mecanismo esencial de debate de los problemas públicos, un instrumento imprescindible para toda reconciliación. Ya que una sociedad que no dialoga es una sociedad que no escucha a los excluidos; y esa sociedad puede llamarse como quiera, pero ciertamente no es democrática. Una real democracia comienza reconociendo que hay gente que necesita ser escuchada. ¿Lo lograremos los venezolanos, encerrados más que nunca en un diálogo de sordos, entre dos grupos que dejan a buena parte de la población fuera de toda participación real en las decisiones fundamentales, y peor aún, de las consecuencias de las mismas?

En todo caso, para poder trabajar por una paz global no hay otro camino que intentar resolver los conflictos locales y regionales. Logrando la paz en cada sociedad específica es la única vía realista para una paz universal.

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