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La poesía de José Luis Sampedro sale a la luz

Los versos, hasta ahora inéditos, fueron escritos desde el comienzo de la Guerra Civil hasta bien entrados los años ochenta. El 5 de marzo llega a las librerías «Días en blanco», con todos los poemas que su viuda encontró en una caja de su archivo

Hace cosa de un año, Olga Lucas, viuda de José Luis Sampedro, encontró, en el archivo más personal del escritor, unas cajas «de aspecto inequívocamente destinado a acabar en la basura». Pero, por fortuna, la sensatez de negar la mayor a Marie Kondo se apoderó de Lucas, y decidió confiar en su instinto, ese que le decía que en el caos de un genio siempre hay cierto orden. Tras varios días remoloneando a su alrededor, pues pocas cosas hay más duras que asomarse a la intimidad del ser querido cuando ya no está, finalmente se decidió a abrirlas. En el interior de una de las cajas, como si fuera una misteriosa matrioska, descubrió otra, más pequeña, con un cartel, escrito por Sampedro, en el que se leía la palabra POESÍA (sí, en mayúsculas). Lucas la destapó y sus ojos, pese al polvo acumulado, se iluminaron con lo que vio: un cuaderno muy antiguo y hojas, muchas hojas, cientos de hojas, todas ellas escritas, algunas a mano, otras mecanografiadas…

Intuyó que se trataba de «un gran hallazgo», pero sus problemas de vista y su alergia a esos ácaros que llevaban décadas allí campando a sus anchas le impidieron profundizar en la magnitud del descubrimiento. Decidió, entonces, llamar a un amigo, claro. Pero no a cualquier amigo. Marcó el número de José Manuel Lucía, filólogo, escritor, catedrático de la Universidad Complutense de Madrid y secretario de la Asociación de Amigos de José Luis Sampedro, con quien, además, mantuvo una estrecha relación en sus últimos años de vida. ¿Quién mejor para desentrañar el misterio de tan mágico hallazgo?

Su entorno más cercano sabía que Sampedro había escrito «algo» de poesía. La identificaban con sus primeros comienzos, con una fase inicial, de aprendizaje, de su desarrollo como escritor. De hecho, él mismo llamaba a aquellos versos sus «palotes». Teniendo eso presente, Lucía abrió la caja «pensando –según cuenta a ABC– en el escritor que durante toda su vida ha ido guardando ese sobre de días en blanco, poemas que va escribiendo sin más importancia ni interés que el dejar constancia del día a día».

Descubrimiento

Pero Lucía se quedó maravillado cuando, para su sorpresa, se encontró con cientos de poemas escritos durante la contienda española. «Imagínese lo que supone recuperar a un poeta de la Guerra Civil al que no teníamos por tal… Además, como había copiado sus poemas, los había trabajado, había una labor de estructura y refinamiento poético, no sólo eran los originales que uno va dejando en el camino». En ese momento, tanto Lucía como Lucas lo tuvieron claro: merecía la pena publicarlo, darlo a conocer a sus lectores.

El resultado, tras meses de intenso trabajo, es un libro hermoso, un poético autorretrato cuyo título tomaron de un sobre en el que Sampedro conservaba algunas de esas poesías, «Días en blanco» (Plaza & Janés), que llegará a las librerías el próximo 5 de marzo.

La obsesión por corregir de Sampedro se ve también en su poesía, en esta caso bolígrafo mediante
La obsesión por corregir de Sampedro se ve también en su poesía, en esta caso bolígrafo mediante – ISABEL PERMUY 

Para poner orden en tan ingente producción poética, alumbrada a lo largo de medio siglo, Lucía optó por clasificar los versos siguiendo una especie de orden cronológico: primero, los de la Guerra Civil; después, los existencialistas, amorosos y de corte social (de 1939 a 1985) y, por último, los cómico-satíricos, esos que muestran al Sampedro «más sarcástico, juguetón y político» (entre 1941 y 1982).

Así, el lector asiste a la construcción del Sampedro persona, que no sólo escritor. Y ve cómo, en la década de 1930, ya instalado en Santander, tras haber tomado posesión de su plaza de oficial de Aduanas, es «un chico de derechas» (según su propia definición) que se rodea de amigos burgueses y descubre, con pasión, el teatro y la narrativa. Pero estalla la guerra y Sampedro empieza a vivir y a sentir, sobre todo a sentir, cosas diferentes.

Sus primeros versos los escribe el 24 de julio de 1936 en un cuaderno que titula «Ímpetu» y que comienza con la palabra «paz». Esa primera poesía está influida por Gerardo Diego y por Juan Ramón Jiménez. El 16 de abril de 1937 es enviado al frente como cabo en el Batallón 109. Allí, la poesía es su refugio, su compañera de pesares, aunque, como explica Lucía, «casi ninguno» de los poemas que escribe entonces habla de la contienda. «Necesita sobrevivir a lo que le está pasando, que no es solamente estar en guerra, sino estar en el frente, lo que significa que puede que mañana no se levante». Prefiere detenerse en la naturaleza, que descubre gracias a los agricultores, a quienes interroga, con esa curiosidad que no le abandonó hasta el último día de su vida, sobre «los detalles que él entiende que son importantes para la vida, porque el conocimiento tiene también un valor cotidiano».

En 1937, Sampedro pasó a limpio varios poemas y los «copió tipográficamente» en un cuaderno que tituló «Ímpetu» y que después regaló a su padre
En 1937, Sampedro pasó a limpio varios poemas y los «copió tipográficamente» en un cuaderno que tituló «Ímpetu» y que después regaló a su padre – ISABEL PERMUY

A finales de 1937, Sampedro se traslada a Melilla, donde su padre, que es médico militar, está destinado desde el comienzo de la contienda. En la ciudad autónoma trabaja en la sección de censura y, a través de las cartas que debe vetar, percibe, aún más, el horror de la guerra y lo traslada a sus versos. De una de esas misivas surge un poema estremecedor, «Niño. La muerte prematura»: «¿Qué visiones terribles presenciaste en el mundo / que te quedó la boca tan llena de ceniza, / niño». Durante los cinco meses que allí pasa, el tono épico se mezcla con la muerte en sus poemas, en los que dialoga con Dios y no deja de preguntarse cuándo terminará la contienda…

Bandos

Cansado de su responsabilidad como censor, en octubre de 1938 decide regresar y es destinado al Pirineo de Lérida. Vuelve, por tanto, a escribir versos en el campo de batalla. Y, aunque, como especifica Lucía, «en los poemas aparecen las palabras España, patria o bandera, no se trata de una literatura épica ni de vientos heroicos». Los meses van pasando, las muertes se van sucediendo –incluida la de su amigo Germán Sanginés– y, pese a que Sampedro vive el final de la guerra en el bando ganador, se da cuenta de que el orden no es tal, de que los ideales, lejos de materializarse, se han esfumado.

Para él, como advierte Lucía, «lo más importante son todos aquellos que se han quedado en el camino y que hay que llevar a cuestas, porque ese pasado tiene que formar parte de nuestro presente». Por eso escribe uno de sus poemas más bellos, «Los que volvieron», cuya lectura sobrecoge: «Los que volvieron / traían solamente unas manos vacías / –curvadas todavía, asiendo el viento– / y unas alegres caras cansadas / y ojos cuya mirada nadie explicará nunca. / Nadie, ni los poetas, / porque en ella vivían las últimas palabras / de los que no volvieron». Es esa, según Lucía, la época de «su obra poética más ambiciosa», cuando la poesía se convierte en su «lenguaje literario de cabecera».

 

Los poemas que escribió durante la Guerra Civil están recogidos en cuatro cuadernos, siendo los primeros versos del 24 de julio de 1936
Los poemas que escribió durante la Guerra Civil están recogidos en cuatro cuadernos, siendo los primeros versos del 24 de julio de 1936 – ISABEL PERMUY

 

Acabada la guerra, que no olvidada, Sampedro empieza a buscar su lugar en el mundo. Y para ubicarse, hasta lograr posicionarse como el espíritu humanista que finalmente fue, recurre, una vez más, a los versos. Son los años de sus poemas sociales, existencialistas y, sí, también amorosos. Es, en palabras de Lucía, «la poesía de un hombre; un hombre que dialoga con su tiempo [tiene versos precursores de Mayo del 68: «Detente, transeúnte: bajo el asfalto hay tierra. / Tierra, ya sabes»], un hombre que ama, un hombre que desea [«Te imagino en tu playa, tan lejana / y envidio el seno cóncavo del mundo»], un hombre que se desespera, un hombre que se enfada, un hombre que duda [el poema «Nunca querré juzgar. Comprender solo» es la perfecta definición de quién fue José Luis Sampedro]… Es maravilloso, porque le acompañas».

Y en ese retrato está, por último, el Sampedro que se ríe de sí mismo, pero también de su época y de la política. Son las poesías cómico-satíricas, alguna de las cuales no pasaría el corte de la corrección política actual (sobre todo una en la que se menciona a Carrero Blanco).

Bien entrados los años 80, dejó de escribir poemas, quién sabe porqué… El caso es que la poesía era aquello que, según Lucía, «le permitía conversar consigo mismo, como ahora el lector va a conversar con ese José Luis en la distancia y el tiempo». Porque, a falta de esas memorias que nunca quiso escribir, ya que consideraba que él estaba en todos sus personajes, «esto seguramente es lo más cercano a una autobiografía que podamos tener de él».

 

 

 

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