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La política en manos de improvisados

Noboa Azín hará su primer viaje oficial como presidente: irá a la asunción  de Milei

DANIEL NOBOA Y JAVIER MILEI

 

De un tiempo a esta parte, parece que los latinoamericanos nos hemos acostumbrado a los improvisados o outsiders de la política. Algunos expertos en estrategia los llaman de esa manera, cuando una persona aparentemente segura, pero sobre todo con una personalidad excesivamente entusiasta con sus sueños de éxitos, pierde el sentido de la proporción y lleva sus ambiciones demasiado lejos. En mi tierra, la jerga popular dice: “el que mucho abarca termina apretando poco”.

Usualmente les ocurre a los imperios que intentaron aumentar su alcance más allá de sus capacidades militares y logísticas, y terminaron debilitándose y, en consecuencia, volviéndose presa fácil de sus contendores.

Y, por supuesto, les pasa a los gobiernos que abordan agendas expansivas, obnubilados por mandatos inexistentes y por coaliciones políticas artificiales, que los llevan a hacer promesas cada vez más fantasiosas, donde el anuncio estridente de un día es silenciado por el estrepitoso ruido del nuevo anuncio de la mañana siguiente, o porque otro de los poderes del Estado consideró que su aplicabilidad no respondía a los intereses de la sociedad. El resultado final suele ser lo de siempre: la decepción generalizada.

Pero no es solo eso. La burocracia estatal sale corriendo a implementar la alocada idea para encontrar que pronto las prioridades cambian y cuando esto ocurre, debe virar su atención hacia otro y más inmediato proyecto que también pronto pierde el interés del gobernante de turno. Convirtiéndose, la improvisación, en un método. Se derrochan los escasos recursos públicos, frustrando las expectativas de los más necesitados y permitiendo que el oportunismo corrupto florezca.

En América Latina en general, importan más las actitudes que las ideas o las realidades. Un ejemplo de ello es que poco a poco los nuevos políticos se inclinan más hacia comportamientos irreverentes, radicales y populistas. Pero es importante recordar que no siempre ocurrió así; hubo épocas de estadistas que marcaron caminos, propusieron ideas y principios que se transformaron en políticas, algunas de las cuales se siguen manteniendo hasta nuestros días.

En algunos países se adoptaron políticas sobre asuntos internos que se mantuvieron por décadas y que marcaron la historia y la vida de la sociedad: como el fomento de la inmigración, la integración, la extensión de la educación. Ocurrió en Argentina durante el período de las llamadas “presidencias históricas”, denominadas así para referirse a tres presidencias sucesivas constitucionales de aquel país: Bartolomé Mitre (1862-1868), Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) y Nicolás Avellaneda (1874-1880), que abarcaron un período de dieciocho años continuos.

Los programas que luego se ejecutaron para hacerlos realidad, hicieron posible el ascenso de ese país al lado de los más desarrollados del mundo. Algo similar sucedió en Venezuela, un siglo más tarde, durante la etapa democrática, con el manejo de la industria petrolera.

En el plano de las relaciones internacionales desde el siglo XIX se proclamaron principios y políticas que fueron luego adoptados en otros lugares del mundo. Es el caso, entre otros, el de la no intervención en los asuntos internos de los Estados soberanos y sus derivaciones definidas en las doctrinas Calvo, Drago y Estrada.

En realidad, a pesar de la puesta en práctica de algunas políticas exitosas, en Latinoamérica impera la improvisación y la inestabilidad. Basta observar cómo se han manejado temas fundamentales, como por ejemplo, se consideró la educación de interés público y se decretó su obligatoriedad, pero no se crearon las condiciones para conseguir los objetivos propuestos, tampoco se logró realizar la redistribución de la propiedad de la tierra, tantas veces prometida, y los intentos de reforma agraria no pudieron revertir la situación de injusticia que existía y sigue existiendo actualmente.

Pero no son los únicos casos. Después de décadas de ensayos diversos, el 11 de septiembre de 2001 la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos aprobó en Lima la Carta Democrática Interamericana que proclamó la democracia como un derecho de los pueblos; y como una obligación de los gobiernos promoverla pero fue más allá, fijando los rasgos definitorios de la democracia americana. Sin embargo, poco antes había comenzado el proceso de desmontaje de un sistema que parecía muy estable; para ese momento, desde Venezuela se pretendía extender un modelo contrario a las normas establecidas en la Carta mencionada. Conviene recordar que los hechos se iniciaron precisamente cuando se ganaba terreno para la democracia en Centroamérica.

La falta de continuidad en las políticas de Estado, salvo que se trate de modificaciones a las que obligan las circunstancias, causa graves daños tanto desde el punto de vista institucional como económico. Fue evidente en Brasil a finales del siglo pasado, cuando se aplicaron varios planes de estabilización económica, así como en México y Argentina. Sin embargo, esas modificaciones terminaron siendo innecesarias ya que estuvieron dirigidas a complacer intereses particulares o tendencias creadas en la opinión pública, interrumpiendo así, actividades normales de la administración y la ejecución de los planes de desarrollo.

Es importante destacar una palabra clave en todo esto: CONTINUIDAD y es que ni los cambios de gobierno, aun cuando supongan el traspaso de un partido a otro, no justifican la interrupción de las políticas básicas que están proporcionando bienestar a los ciudadanos de un país. Es precisamente lo que hoy ocurre en América Latina.

Y es que la falta de políticas de Estado produce graves consecuencias para los países, pero también para la región. Cada caudillo impone las suyas, que se sustituyen cuando pierde el poder. No se sostienen líneas de acción, se interrumpe la continuidad de los programas, lo que significa abandono de posibilidades, además de pérdida de recursos; y en el plano internacional, carencia de prestigio, confianza e influencias, por las dudas y sospechas que despierta. Se improvisa a cada instante y pronto se olvidan los objetivos propuestos. Esa falta de definiciones debilita la actividad del estado y le impide cumplir su misión.

El caso de Venezuela es sumamente lamentable. Desde la llegada de Hugo Chávez Frías a la presidencia del país en 1998, seguido por su heredero Nicolás Maduro Moros, tras su fallecimiento, se han proclamado veinticinco veces que Venezuela se convertiría en un país desarrollado a partir de ese anuncio. Sin embargo, la triste realidad es que en esos 25 años, Venezuela ha sido transformada en el segundo país más pobre de la región, únicamente superado por Haití. 

Es importante señalar que durante la década de 1980 el sistema político latinoamericano era dominado por partidos orgánicamente establecidos, y con propuestas ideológicas claramente identificadas, y a partir de 1989 se inició un periodo en la historia política de la región caracterizado por un sistema político sensible a la emergencia y al éxito de los outsiders. Entre otros, cabe mencionar a Collor de Melo, Alberto Fujimori, Hugo Chávez Frías, Nicolas Maduro Moros, Pedro Castillo, Gabriel Boric y Lucio Gutiérrez, por solo nombrar unos pocos, pues la lista es inmensa.

Una de las primeras explicaciones que se dio a este fenómeno del outsider fue el empleo de lo que se ha dado en llamar la «media-política», es decir, el paso de una política de masas, de movilizaciones y de cuadros políticos, a una nueva forma de comunicación política en la que la televisión funciona como lenguaje-soporte del candidato y en los actuales momentos, las redes sociales cumplen la función de diálogo directo entre votantes y gobernantes. En otras palabras: la «plaza vacía» es llenada por los vídeos y mensajes a través de las redes sociales y los medios.

Ya se puede ver, por ejemplo, el ejercicio del poder a través de las redes sociales, y no solo en Latinoamérica, sino también en Estados Unidos y Europa. Un caso particular es que los altos funcionarios públicos de muchos gobiernos de la región se enteran, a través de Twitter, de que fueron destituidos o que el alto gobierno dejó sin efecto un determinado proyecto de Estado. De este modo, comunicadores, deportistas, militares y humoristas ingresan a la esfera política alterando, con su popularidad, el sistema político y forzando una convivencia que puede resultar destructiva y polarizada. Es el caso de los nuevos gobernantes en Latinoamérica.

La experiencia nos ha enseñado que la solución de las crisis sociales solo se pospone con los outsiders. El radicalismo y la conflictividad siguen incubándose mientras estos crean el espejismo con la representación “de un ciudadano como tú”. La genuina representación se forma en la mediación de las demandas sociales movilizadas y no en las aventuras mesiánicas que se ofertan a diestra y siniestra.

En el último trimestre del 2023, se eligieron dos presidentes en América del Sur: en Argentina, Javier Milei, y en Ecuador, Daniel Noboa, ninguno de los dos con experiencia de gobierno y cada uno de ellos comanda un país con realidades distantes.

Argentina enfrenta una situación económica grave, con más del 60% de la población en pobreza crítica, mientras que el presidente está tratando de aplicar un programa de gobierno que efectivamente va a acabar con la pobreza, pero de hambre. Todo lo anterior con un discurso incendiario. 

Esa postura lo ha llevado a empezar a claudicar en su principal propuesta de gobierno que consistía en una ley contentiva de 600 artículos que proponían el cambio estructural de su país. Algunas medidas eran un tanto inocuas, como vestir a los jueces con una toga negra y hacerlos usar un martillo como en el cine, o cerrar el Fondo Nacional de las Artes porque, en el fondo, a una nación en serio no le importan las artes. Otras eran decisivas; que millones de trabajadores pierdan su derecho a huelga, que las horas extras ya no se paguen extra, que miles de inquilinos se queden en la calle y que tres personas juntas en la calle sean consideradas una conspiración que la policía puede reprimir, y que millones de personas no puedan pagar la luz o el transporte. Según el escritor argentino Martín Caparrós, sus deposiciones políticas multicolores fueron vertidas en esa ley.

Según el mismo escritor, “el presidente Milei tiene un modo especial de hablarse encima”, para referirse a la explicación que le dio a una periodista que le preguntó? cuándo se verían los cambios? y este le respondió: en 45 años para ser como Irlanda.

Pero de pronto el señor Milei descubrió que había algo muy engorroso llamado política y que las fuerzas del cielo no parecen ser suficientes para dejarla atrás. Que había que negociar, responsablemente, el presente y el futuro de un país.

El presidente de Ecuador, Daniel Noboa, de 36 años de edad, con menos experiencia política que el de Argentina, basó su campaña electoral en su faceta de deportista, corriendo o levantando pesas, o la de músico compartiendo playlists, cantando y tocando en la guitarra eléctrica temas de Maná, Juan Gabriel y hasta Metallica. ¿Qué quieren que les diga?

Ecuador es hoy uno de los países más violentos de América Latina, tomado por las bandas internacionales del narcotráfico, con el pueblo legalmente armado debido a que en los últimos actos del presidente anterior se autorizó el porte de armas para la defensa. En respuesta a los atentados diarios, prometió sacar al ejército a la calle y lo cumplió, sin pasearse por el hecho de que hasta la justicia está penetrada por las bandas criminales.

Mi pregunta es: ¿qué se supone que deberíamos admirar de un político? ¿Su capacidad para aprenderse de memoria números y cifras? ¿Su talento de orador, o su resistencia para hablar durante tanto tiempo? Estas son virtudes que, quizás, se deberían aplaudir en un deportista, en un actor o en un poeta. Pero de un político que aspira a dirigir un país se espera algo distinto, y más aún cuando la situación del país está en pobreza extrema y, en consecuencia, de inestabilidad política. Y ni hablar de la nula formación ideológica y ni pensar en el contacto directo con la ciudadanía.

Como vaya viniendo, vamos viendo, retomando la frase célebre de la telenovela venezolana “Por estas calles”. Así se anda por la vida en Latinoamérica, dando palos de ciego, intentando ver cómo se dan los hechos y, si no van bien, pues volvemos a probar de una forma distinta.

Luis Velásquez

  Embajador

 

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