DeclaracionesDemocracia y Política

La política no es para fanáticos

El problema del Presidente Boric fue anunciar que el fanatismo es un mal camino en un encuentro empresarial y no en una cumbre con los líderes de su coalición de gobierno.

 

“La política no es para fanáticos”dijo, con sabiduría, el Presidente Gabriel Boric en el encuentro empresarial de la Enade el jueves 25 de abril. Lamentablemente, el Presidente le estaba hablando a un grupo empresarial y no a sus aliados políticos y a líderes de la oposición que han sido incapaces de generar las condiciones para construir acuerdos.

Si algo ha demostrado el sector empresarial en Chile es su pragmatismo. En la medida que los gobiernos de izquierda o derecha han generado las condiciones para el crecimiento económico y para la creación de riqueza, los empresarios han estado satisfechos y así lo han dicho a viva voz. El problema del fanatismo hoy en Chile está mucho más en la clase política que en el empresariado. 

Por cierto, es fácil criticar al Presidente por haber dicho que el fanatismo no cabe en política. Sus palabras contrastan profundamente con lo que ha sido su propia carrera política y con las prioridades en las que ha avanzado su gobierno durante sus dos años de gestión. Este gobierno nació en el fanatismo y el dogmatismo y perdió buena parte de sus primeros dos años avanzando ideas fracasadas y panfletarias. Aunque el gobierno quiera dar vuelta la página, resulta difícil olvidar que apoyó con entusiasmo el proceso constituyente y no hizo nada para evitar que la Convención Constitucional terminara redactando un proyecto inviable, irresponsable y profundamente dogmático.

Cuando te has comportado como un fanático toda tu vida, resulta poco creíble pedirle a los demás que no actúen con fanatismo. Pero las personas tienen derecho a aprender de sus errores y a cambiar su comportamiento. Es una buena señal que el Presidente comience a dar señales de madurez y reconozca que ser fanático es una mala forma de querer hacer política y, en general, de ir por la vida. Es una buena noticia que el mismo líder que prometió que Chile seria la tumba del neoliberalismo ahora haya aprendido que no es bueno ser guiado por el norte del fanatismo y dogmatismo.

El problema del Presidente fue anunciar que el fanatismo es un mal camino en un encuentro empresarial y no en una cumbre con los líderes de su coalición de gobierno. El fanatismo en Chile es un problema mucho mayor en las huestes políticas de la extrema izquierda y la extrema derecha que en los pasillos empresariales.

Desde el retorno de la democracia, la clase empresarial ha dado muestras, repetidas veces, de su pragmatismo y de su disposición a sentarse a negociar con gobiernos de izquierda y de derecha, haciendo y extrayendo concesiones, como siempre ocurre en las negociaciones exitosas. La clase empresarial chilena ha demostrado un pragmatismo que es envidiable en el resto de la región. En la medida que haya condiciones para generar más riqueza y para que el negocio avance viento en popa, el empresariado chileno ha estado más que dispuesto a guardarse sus preferencias políticas en el bolsillo.

El fanatismo en Chile ha sido un problema mucho más grave en el mundo político que en el sector empresarial. El Frente Amplio nació producto de las posiciones radicales y fanáticas de una generación de líderes que creía que la negociación política era una traición a los principios y que los acuerdos eran la negación de los ideales. La radicalización de la izquierda produjo, como resultado inevitable, la aparición de una derecha igualmente radicalizada que se niega a sentarse a negociar y que acusa fácilmente a sus aliados de traidores simplemente porque los políticos quieren hacer su pega que consiste en forjar acuerdos y construir puentes.

En los últimos años, en Chile, la política de los acuerdos y avanzar en la medida de lo posible pasó de ser una virtud para convertirse en un pecado, producto de las posiciones radicales y extremas que tomaron tanto la extrema izquierda como la extrema derecha. Desde el primer fracasado del proceso constituyente hasta el segundo igualmente fracasado proceso constituyente, los que intentaron avanzar sin transar han llevado al país por el camino de la confrontación y la polarización. El propio gobierno del Presidente Boric ha contribuido a ese destructivo clima al impulsar reformas que no son ni populares con la opinión pública ni justificables con criterios técnicos. Hemos vivido una década donde los fanáticos han liderado el debate político del país.

Por eso, es saludable que el Presidente Boric haya dicho de forma fuerte y clara que la política no es para fanáticos. Lamentablemente, lo dijo en el lugar equivocado. Ahora corresponde que el Presidente convoque a sus propios aliados y diga lo mismo. Luego, el Presidente debería poner su liderazgo al servicio del esfuerzo para retirar de la política a todos los que quieran enarbolar las banderas del fanatismo. No será una tarea fácil. Pero vale la pena hacerlo. Después de todo, el virus del fanatismo amenaza la salud de la democracia. Y ese virus está mucho más activo en el mundo político que en el sector empresarial.

 

 

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