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La presencia del amigo ausente

Un libro reciente revela la honda comunión de amistad entre George Steiner y Nuccio Ordine, dos espíritus afines, enamorados de los libros, campeones de los llamados clásicos.

 

 

Los clásicos mejoran la vida. ¿Es esto cierto? ¿De qué forma un libro puede ayudar a vivir mejor? ¿Alivian los clásicos el sufrimiento, quitan el hambre, resuelven problemas? ¿De qué forma un libro escrito siglos atrás puede ayudar a mejorar la vida de sus lectores? Personas que respeto mucho así lo piensan. Creen que la experiencia de leer un libro clásico es liberadora. Es decir, que nos hace más libres. Y ser más libres nos da una vida más plena y mejor.

Nuccio Ordine y George Steiner así lo creían. Steiner murió hace cuatro años, Ordine el año pasado. Fueron grandes amigos durante décadas. Viajaron juntos por varios países, leyeron mutuamente sus libros, conversaron y discutieron durante muchos años, intercambiaron una copiosa correspondencia. Los libros ocuparon un lugar central en sus vidas. No eran creyentes pero tenían una enorme fe en el libro. Creían con firmeza que los libros clásicos han atravesado siglos para ayudarnos a entender y soportar la vida.

Antes de morir George Steiner le concedió una entrevista a Nuccio Ordine, con la condición de que se publicara póstumamente. Una entrevista testamento. En ella habla de lo que se arrepiente (no haber entendido “algunos fenómenos esenciales de la modernidad”), de su mayor error (no “haber tenido el valor de ponerme a prueba en la literatura creativa”), de las cosas que lo han hecho sufrir (“he publicado ensayos que hubiera querido escribir mejor”), de cosas que le han dado placer (“la felicidad de haber enseñado y haber vivido en muchas lenguas”), de los deseos que no pudo realizar (“podría haber conocido a Martin Heidegger, pero no me atreví”), de su mayor victoria (“haber insistido en la idea de que Europa continúa siendo una necesidad importantísima”), de lo que lo ha hecho llorar (“la desaparición repentina de algunas personas que no podré volver a ver”), de la importancia de la amistad en su vida (“quizá la amistad sea más valiosa que el amor”), del amor (“el donjuanismo políglota ha sido para mí la oportunidad de vivir múltiples vidas”), de la muerte (“el encuentro con la muerte puede ser interesante, puede revelarme una manera de entender mejor muchas cosas”), de la posibilidad de la vida después de la muerte (“me parece infantil la reacción de quienes cambian de idea en la etapa final de su vida y se imaginan un mundo ultraterreno”), de su mal carácter (“he pagado un precio por mi ironía, a menudo muy mordaz y no siempre grata”). Para terminar la entrevista, dictada al final de su vida, Steiner aconseja a quienes lo sobrevivimos: “sin esfuerzo no se obtiene nada en la vida”.

El breve volumen que contiene su última entrevista incluye además cuatro conversaciones. La primera sobre su interés en la ciencia y su relación con grandes científicos (en Princeton frecuentó a Robert Oppeheimer, “era un estudioso de una genialidad inconmensurable, se decía que sólo Leibniz y él eran capaces de identificar los problemas de fondo de cualquier rama del saber”). La segunda sobre su ruptura con The New Yorker, después de casi tres décadas de sostener una columna de crítica literaria en esa publicación: alguien le contó a la directora de la revista –Tina Brown– que Steiner habló mal de ella en una cena (“nunca he hecho indagaciones para averiguar quién, de los invitados presentes en la fatídica reunión en Londres, representó el papel de Judas”). La tercera relata su relación con el gran filólogo y corrector de pruebas Sebastiano Timpanaro, que aparece retratado en uno de sus pocos relatos de ficción (“en este extraordinario filólogo encontré un ejemplo viviente de que era posible conjugar la especialización del erudito y el entusiasmo por la revolución”.) La cuarta y última está dedicada a la deriva de Europa (“me produce un gran temor el viento xenófobo y antisemita que sopla en muchos países europeos”).

Muchas de las declaraciones contenidas en George Steiner, el huésped incómodo (Acantilado, 2023) las conocimos antes en otros de sus libros, particularmente en su autobiografía Errata (Siruela, 1998) y en los volúmenes que recogen sus entrevistas con Ramin Jahanbegloo (George Steiner en diálogo, Anaya & Muchnik, 1994) y con Laura Adler (Un largo sábado,Siruela, 2016).Sus consideraciones sobre los clásicos aparecen en varios de sus libros, especialmente en el que escribió en colaboración con Cécile Ladjali, Elogio de la transmisión (Siruela, 2003). No por ello este pequeño volumen carece de interés. En él aparece el George Steiner que conocemos y disfrutamos sus lectores: erudito, pedante, apasionado, polémico, irascible, irónico, siempre inquietante.

El libro de Ordine es un homenaje a su amigo George Steiner, escrito a la muerte de este, ahora doblemente valioso por el reciente fallecimiento del mismo Ordine, que ocurrió justo antes de recibir en España el Premio Princesa de Asturias. Un libro en el que respira la presencia del amigo ausente, que revela la honda comunión de amistad entre dos espíritus afines, dos hombres enamorados de los libros, campeones de los llamados clásicos. Los clásicos liberan, dicen ambos. Desde muy temprano en la cultura occidental se reconoció en unos cuantos libros su gran fuerza irradiadora. Generaciones sucesivas de lectores se han dedicado primero a escuchar a los creadores, a memorizarlos después, a fijarlos en papiros y pergaminos, a depurarlos de erratas, a fijar su correcto sentido, a anotarlos, a encuadernarlos para que pudieran transitar el mar de los siglos. Libros que ahora juzgamos esenciales para comprender quiénes somos, qué nos falta, hacia dónde vamos. Libros que nos ayudan a entender el mundo y a entendernos. Esa defensa de los clásicos cobra ahora su más profundo sentido, ahora que “nos enfrentamos al derrumbe evidente de los más elementales valores humanos”.

En este brevísimo pero contundente volumen, George Steiner reitera su fe en el poder liberador de los clásicos al mismo tiempo que pone en duda al humanismo que sustenta su lectura. El humanismo, se pregunta, ¿nos vuelve más humanos? ¿Ha tenido el humanismo y el estudio de los clásicos la fuerza suficiente para detener la deshumanización? Los ejemplos en sentido contrario abundan. Las más refinada intelectualidad ha colaborado “activamente con las exigencias totalitarias”.

¿Qué podemos hacer? ¿Qué depósito de esperanza representa la lectura de la Ilíada, el Quijote, la Comedia, Orlando furioso? No somos los dueños de este planeta, sostiene Steiner, sino acaso sus huéspedes incómodos. No podemos redimirnos como especie, nos habita tanto el bien como el mal. Lo que nos toca, lo que los libros trasmiten, es la voluntad de dejar la casa que generosamente nos hospeda un poco mejor de como la encontramos. La comprensión del mundo y de lo humano que nos deparan ciertos libros nos puede ayudar a transitar este “periodo infernal de la historia” que nos tocó vivir. Leer, escuchar música, ver pinturas, no son una pérdida de tiempo. Nos ayudan, por el contrario, a ganar tiempo, a mantener viva la esperanza. ~

 

 

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