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La resurrección de Cristina Fernández de Kirchner

Cómo la crisis económica argentina impulsó un resurgimiento peronista

En 2018, la Argentina recibió el mayor préstamo de la historia del Fondo Monetario Internacional—un préstamo de 57.000 millones de dólares—para controlar la crisis económica del país austral. Un año después, es claro que esta tentativa de rescate fracasó. La inflación anual de la Argentina es la más alta de la región, sobrepasando el 54 por ciento. Según la agencia crediticia Fitch, la calificación de crédito del país ha bajado de B a CCC entre 2017 y 2019. Y la crisis aún no da señas de mejorar.

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Con las elecciones presidenciales programadas para el 27 de octubre, las fallas del presidente actual, Mauricio Macri, y su gobierno de centro-derecha en términos de política económica llegan a parecer fatales. Macri subió al poder en 2015, prometiendo que liberalizaría el mercado argentino y fomentaría su solvencia financiera. Fue un cambio bienvenido después de ocho años bajo la presidenta peronista Cristina Fernández de Kirchner, cuyas políticas proteccionistas dejaron al país aislado y endeudado.

Pero la agenda económica de Macri nunca despegó. El gradualismo de sus reformas dejó a sus inversores insatisfechos y su renuencia a reducir los subsidios de asistencia social limitó su capacidad de reducir el déficit. El rescate del FMI fue la única alternativa que le quedó, una vez que su plan económico colapsó estrepitosamente. Ese fracaso impulsó la campaña electoral del peronista Alberto Fernández, aunque para muchos es claro que su compañera de fórmula—Cristina Fernández de Kirchner—es quien gobernaría si fuese electo.

Esta última conservó su poder político intacto a pesar de las numerosas investigaciones judiciales abiertas en su contra por corrupción. La noticia de su candidatura a la vicepresidencia en mayo de este año desestabilizó los mercados financieros, irónicamente aumentando las dificultades de Macri. La probabilidad de que Fernández de Kirchner vuelva al centro del control de la política argentina es bastante alta—un hecho que hubiera sido impensable sólo cuatro años atrás.

SANGRANDO DINERO

Cristina Fernández de Kirchner gobernó la Argentina entre 2007 y 2015. Previamente, su esposo Néstor Kirchner fue presidente entre 2003 y 2007. La sucesión de este matrimonio en el poder—primero el esposo y luego la esposa—fue pensada astutamente como una fórmula en la que se respetaba la alternancia constitucional pero el poder siempre quedaba en el mismo dormitorio. El plan terminó abruptamente con la muerte de Néstor Kirchner el 27 de octubre de 2010.

En la Casa Rosada, sede del gobierno de la Argentina, gobernaba el peronismo en alianza con sindicalistas y sectores de izquierda, entre ellos el remanente del partido Comunista y otras facciones bastante radicalizadas. A partir de la desaparición de Néstor Kirchner, la deriva hacia la izquierda y hacia el autoritarismo con marcas chavistas se hizo cada vez más marcada.

Mauricio Macri, electo presidente en 2015, vio cómo se le escapaba el poder de las manos cuando estaba en su mejor momento político. Tuvo un buen comienzo: eliminó el control tanto de capital como de cambios, deshaciéndose de los aspectos más controvertidos de la política económica de Cristina Fernández de Kirchner, y consiguió temporalmente aliviar el déficit. Además, ganó las elecciones legislativas de medio término en 2017, dejando el peronismo aliado a los Kirchner fraccionado en por lo menos tres partes. Pero el presidente cometió varios errores tácticos bastante serios.

El primero fue negarse a convertir su coalición electoral en una coalición de gobierno para ampliar su base política de sustentación. Macri gobierna con minoría en el Congreso y debe negociar con la oposición cada una de las leyes que envía para su sanción. Ampliar su base incorporando nuevos actores políticos al oficialismo hubiera significado robustecer su gobierno. Sobre todo, debería haber cerrado filas con los sectores peronistas que se habían opuesto eficientemente a los Kirchner, como el del ex jefe del gabinete de ministros, Sergio Massa, por ejemplo.

La división del peronismo era una condición básica para que Macri pudiera sostener su reelección por otros cuatro años. Lejos de comprender esa fortaleza, resistió y rechazó el acercamiento a sectores peronistas moderados que probablemente se hubieran incorporado a esa coalición. Por su parte, Massa terminó volviendo al frente político que controla el kirchnerismo.

Macri también confió en que la financiación externa continuaría sin cesar fluyendo hacia la Argentina para poder enfrentar el fuerte déficit fiscal que heredó al comienzo de su gestión. Este plan no encajaba con el gradualismo de sus reformas, lo cual agotó la paciencia de los inversores. Además, Macri no estaba dispuesto a reducir los subsidios de asistencia social que representaban grandes gastos para el gobierno argentino. Recurrió al endeudamiento externo para evitar una política de shock y no agrandar los graves problemas sociales que le habían legado los Kirchner. La deuda externa creció hasta el 85 por ciento del PBI argentino, calculado en 450.000 millones de dólares.

Esa fuente de financiamiento se cerró abruptamente en 2018 porque cambiaron las condiciones del mercado mundial: los fondos disponibles comenzaron a secarse por el incremento de la tasa de interés en varios mercados desarrollados, que redujo las inversiones de estos países en el exterior, y la guerra comercial de los Estados Unidos con China, que afectó a los mercados emergentes. En abril, la inflación volvió a tomar fuerzas y Macri recurrió desesperadamente al FMI para sostenerse en el poder. Lo logró a cambio de un fortísimo ajuste económico que terminó con la política gradualista con la que el oficialismo intentaba manejar los problemas.

Las consecuencias de ese ajuste fueron una fuerte reducción del déficit fiscal (cuando asumió el poder era cercano al 7 por ciento del PBI) con un crecimiento de la pobreza (supera el 35 por ciento) y el desempleo. La debilidad del peso argentino y la desconfianza provocaron varias corridas hacia el dólar americano, devaluando la moneda argentina. El gobierno de Macri, por su parte, no pudo rescatar al peso porque el FMI impuso restricciones que limitaban su ámbito de intervención. Sin embargo, los números macroeconómicos de la economía mejoraron para el futuro, al reducirse drásticamente el déficit fiscal. Desafortunadamente, esto no logró bajar la inflación ni aliviar la condición actual de los más empobrecidos, muchos de los cuales apoyan a Fernández y Fernández de Kirchner.

El 11 de agosto, gracias a una ley que creó Cristina Fernández de Kirchner, se eligieron candidatos para las elecciones de octubre. El resultado fue catastrófico para Macri: los triunfadores fueron Fernández y Fernández de Kirchner. Esta fórmula reúne a todo el peronismo político y sindical con los seguidores del kirchnerismo, que son, por lo general, más radicalizados.

El denominado Frente de Todos tiene una peculiaridad: el poder político sigue en manos de Fernández de Kirchner, que integra el segundo término del ticket electoral. Fernández fue jefe de gabinete de Néstor Kirchner. Es un moderado de centro, que se autodefine como liberal y peronista, y fue un férreo opositor interno cuando su actual compañera de ticket gobernaba en la Casa Rosada. Aunque no era un político de gran perfil antes de las elecciones, obtuvo el 47,65 por ciento de los votos.

Macri, que logró el 32,08 por ciento, quedó atontado por el golpe electoral porque la expectativa era perder, pero por un margen no mayor a los 6 puntos: fueron algo más de 15.

El resultado práctico de esa “primera vuelta” electoral fue que el dólar se disparó, las reservas del Banco Central comenzaron a caer y el gobierno debió hacer lo que había prometido que no haría: puso control de cambios para tratar de contener la sangría de dólares. Y anunció que “reperfilaría” la deuda, extendiendo el plazo para los pagos, lo que fue interpretado como un default, el segundo de la Argentina en este siglo.

LA ARGENTINA DEL ETERNO RETORNO

Fernández ha prometido una política moderada si es finalmente electo y se desmarca de las políticas radicalizadas que impulsó, en su momento, su compañera de fórmula, tales como enfrentarse a Washington, defender al gobierno del presidente venezolano Nicolás Maduro, atacar a los medios independientes y utilizar todo el poder estatal contra sus críticos u opositores. Esas promesas deberán luego probarse en la realidad.

Fernández ha manifestado que su prioridad será atender las emergencias derivadas del fortísimo ajuste. Tiene como ejemplo la experiencia de Portugal, que desde 2014 es gobernado por los socialdemócratas con el apoyo del partido Comunista. Ese modelo presentado ahora como exitoso fue producto de un ajuste económico bastante fuerte ejecutado, en consonancia con el Banco Central Europeo, el FMI y la Unión Europea, por un gobierno conservador.

Imitando esa experiencia, Fernández quiere encarnar la fase de crecimiento luego del ajuste de Macri. Ha dicho que respetará la deuda externa pero que pedirá más plazos para pagarla sin quita. Ya se ha puesto en contacto con fondos de inversión, en cuyas manos hay un gran volumen de bonos argentinos, para empezar a discutir informalmente alternativas de pago.

Las peculiaridades de la política argentina frecuentemente asombran al mundo. En un país que tuvo en el umbral de este siglo cinco presidentes en una semana, el candidato favorito a ganar las elecciones carece de poder propio mientras que la segunda en su fórmula electoral es quien lo tiene. De manera tal que Fernández debe construir ese poder en vinculación con sectores moderados del peronismo y del sindicalismo, a la par de enfrentar una crisis económica y social muy profunda.

La Argentina, que alguna vez fue un ejemplo de país con movilidad social, exhibe hoy un obsceno índice de pobreza—más del 35 por ciento de su población está bajo el umbral de pobreza. Gane quien gane, este es un grave problema que el nuevo presidente tendrá que enfrentar.

 

 

 

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