La revolución siempre se come a sus hijos
En la galería Tate de Londres, uno de los museos de arte moderno más importantes del mundo, en donde se exponen obras de Vasily Kandinsky, Jackson Pollock, René Magritte, Paul Klee, Salvador Dalí y otros famosos artistas, se encuentra la provocativa obra que encabeza este articulo. Se trata de un poster de fotomontajes llamado: “¡Bajo la bandera de Marx, Engels, Lenin y Stalin!” diseñado por Gustav Klutsis, un propagandista soviético.
Los regímenes totalitarios, sobre todo los de la primera mitad del siglo pasado, tuvieron siempre propagandistas que ayudaron a crear y alimentar su mito con poderosas imágenes cuidadosamente diseñadas y diseminadas; la iconografía del nazismo es un ejemplo de ello, así como la imaginería del fascismo italiano y español, y qué decir de la imagen tomada por el fotógrafo Alberto Díaz Gutiérrez (Alberto Korda) del Ché Guevara que se popularizó como efigie en pintas y camisetas por todo el mundo y que muchos millenials usan sin saber quién carajos fue en realidad ese asesino. La usan como elemento de cultura “pop” parecido a lo que Warhol hizo con la foto de otro dictador, la del chairman Mao, de la que hizo varias versiones; algunas de ellas están en instituciones culturales alrededor del mundo.
Lo raro no es que se haya hecho esa imaginería, ni raro es tampoco que algunas de estas imágenes están en museos o instituciones, lo raro es que todas las anteriores se traten de líderes -genocidas, todos- de corte comunista. Ni imaginar que, por ejemplo, en el Centro Pompidou de Paris fuesen a colgar una imagen laudatoria del führer o de Mussolini; sería grotesco. La utilización de imágenes del nazismo está proscrita en muchas jurisdicciones y si eso es o no una limitación al derecho de libertad de expresión es una discusión que ya tuvieron donde eso es así, pero lo curioso es que no se ve el mismo celo para con imágenes de regímenes genocidas comunistas.
En el año 1997 se publicó en Francia “El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión” de varios autores, principalmente de Stéphane Courtois. La edición en inglés fue editada por Harvard, para dar una idea de que no es precisamente un texto extremista, pues. En él, Courtois hace una afirmación que han sido cuestionada por exagerada: la cifra de muertos a nivel mundial producto del comunismo. El autor afirma que el comunismo ha matado a 100 millones de personas alrededor del mundo, ya sea por fusilamientos masivos, encarcelamientos, tortura y desapariciones forzadas, como por hambrunas provocadas deliberadamente o por la estúpida administración de los recursos de manera centralizada, propia del comunismo. La cifra -100 millones- puede parecer antojadiza; es probable, pero ninguno de esos críticos ha dicho que sea abierta mentira.
Pensemos entonces que por exagerada que sea, la cifra real ronda por la mitad, es decir, 50 millones de muertos. Así, de todos modos, esa “forma de pensar” es la que más muertos ha provocado en la historia; el comunismo ha matado a más personas en el mundo que cualquier otra ideología, fe, filosofía o similar en la historia.
Sin embargo, los líderes de regímenes genocidas comunistas son celebrados en imágenes “pop” como la de Klutsis, de Warhol o, peor aún, como la de Korda al punto que se usan como estandarte de luchas sociales. El rechazo al abuso de poder, al autoritarismo, al totalitarismo -y no digamos al genocidio- es mundial y generalizado; nadie que pueda llamarse ser humano puede estar de acuerdo o normalizar el exterminio masivo de partes de cualquier población. Sin embargo, cuando se habla de genocidio en el mundo, se piensa inmediatamente en el perpetrado por el nazismo, el que se llevó a cabo en Ruanda y Burundi, tal vez el de los Balcanes y por supuesto el que algunos argumentan que ocurrió en Guatemala y quien sabe, uno que otro más, pero en la lista de genocidios de Wikipedia, ni siquiera aparecen las decenas de millones de muertos por el comunismo, como el Terror Rojo, la Gran Purga, la hambruna soviética (Holodomor), el Gran Salto Delante, la Revolución Cultural, el genocidio en Camboya y un largo etcétera. Cuando menos, eso debiera de llamar la atención, pero parece que no. Ni es un issue. Millones de muertos que el mundo no reconoce como víctimas de genocidio y cuyos perpetradores son celebrados como arte en las galerías del mundo y lucidos en camisetas que idiotas muestran en selfies en alguna protesta.
La izquierda, alrededor del mundo, ha logrado que muchos de sus crímenes queden impunes victimizandose cuando son justamente perseguidos judicialmente. En las noticias salió recientemente otro escándalo del ex juez Baltazar Garzón quien cobró la bicoca de 9 millones de dólares para “coordinar” con la fiscalía general de España los casos que tiene la justicia de ese país relacionados con el régimen venezolano. Resulta que Dolores Delgado, la Fiscal General de España, es la pareja de Garzón; allí todo parte sin novedad y la izquierda no ve conflicto de interés en ello.
Cuando el supremo inhabilitó a Garzón por emitir resoluciones ilegales, la narrativa de la izquierda fue que era persecución política y venganza de quienes él había procesado. Sobre este más reciente gravísimo conflicto de interés no se ha leído nada de esa izquierda cómplice.
Y así pasa con muchos de los “favoritos” de la izquierda a quienes defienden sin importar sus faltas o crímenes, incluso exaltándolos como a los genocidas que ya he mencionado. Ellos, los “favoritos” de la izquierda, pareciera que son intachables, pero la historia y las investigaciones que ha podido haber a pesar de la oposición de los izquierdosos han dado cuenta que son igual de corruptos e igual de criminales como lo puede ser cualquier otro. Cuando son investigados y se descubren sus fechorías, se exilan y alegan persecución política, eso sí.
Y si cree usted que ese apoyo les rinde frutos a los comunistas o a los izquierdosos, para que se de una idea, el autor de la pieza que encabeza este artículo y que cuelga en el Tate, Gustav Klutsis, fue arrestado y asesinado junto con otros millones por Stalin durante El Gran Terror de ese régimen comunista. “La revolución siempre se come a sus hijos” dice el conocido dicho.