La riqueza que inquieta al castrismo
Desde que se hizo pública la Conceptualización del Modelo Económico y Social Cubano de Desarrollo Socialista se suponía que el acápite 104, referido a no permitir la concentración de la propiedad y la riqueza, sería uno de los aspectos más debatidos.
Mas la realidad parece haber superado las expectativas. Casi no se ha celebrado ninguna asamblea donde el acápite 104 haya estado ausente de las discusiones. Y lo que resulta peor para los partidarios de las reformas: en la mayoría de los casos ha prevalecido la propuesta de apoyar la idea gubernamental de impedir que los actores no estatales puedan enriquecerse. Al menos esa es la imagen que brinda la prensa oficialista de los más recientes debates acerca de la Conceptualización y el Plan Nacional de Desarrollo Económico y Social hasta el 2030.
En una reunión de delegados del Poder Popular en Santa Clara, por ejemplo, se abogó por «evitar la proliferación de nuevos ricos en Cuba». En esa propia ciudad, pero en un encuentro de periodistas oficialistas, hubo consenso en inquirir «hasta dónde se va a permitir la concentración de la riqueza para que nadie piense que va a hacerse rico a costa del pueblo».
En otros casos los ataques a la riqueza se parapetaron tras las «bondades» del socialismo. Así, el Sindicato Nacional de Hotelería y Turismo concluyó en que «no es admisible que la concentración de la riqueza vaya contra los principios del socialismo». Mientras tanto, trabajadores del sector de la Salud en Bayamo reclamaron que «el Estado regule la concentración de la propiedad y la riqueza en personas naturales o jurídicas no estatales de modo consecuente con los principios de nuestro socialismo».
Por su parte, la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), con Miguel Barnet y Abel Prieto sentados en la primera fila de la asamblea, sugirió que «el trabajo por cuenta propia no debe dar lugar al enriquecimiento personal de nadie».
Los que opinan de esa manera parecen no advertir que semejantes amenazas pueden frenar los deseos de producir de cuentapropistas, usufructuarios de tierras y cooperativistas, pues obviamente nadie puede dormir tranquilo pensando que al día siguiente su negocio pueda ser desbancado. Además, causa temor el hecho de no saber qué mecanismo empleará el Gobierno para impedir el referido enriquecimiento. Pudiese aplicar métodos indirectos o económicos —los menos traumáticos—, pero tampoco se descartan las temibles vías directas o administrativas, al estilo de la Ofensiva Revolucionaria de 1968.
Mientras que la lógica económica se vea obstaculizada por la lógica ideológica, o hasta tanto los cambios en la Isla no logren desprenderse de la ojeriza de los elementos de línea dura de la nomenclatura raulista, no avanzarán las reformas económicas. Vendría bien recordarles a los gobernantes cubanos aquella máxima muy recurrente y que mostraba el porqué del atraso de China antes de la era Deng Xiao Ping: con tal de impedir que un puñado de chinos circularan en modernos automóviles, los maoístas condenaron a 800 millones de chinos a andar en bicicletas.
Y comoquiera que las autoridades cubanas no pierden la costumbre de exportar sus concepciones y sus métodos de gobierno —recordar la exportación del foco guerrillero en los años 60, y el modelo para controlar las sociedades que aplican actualmente los chavistas en Venezuela—, el General-Presidente acaba de condenar la riqueza en el mundo (la que acumulan otros, por supuesto) durante su discurso en la Cumbre del Movimiento de Países no Alineados celebrada en la venezolana isla Margarita.
Según el gobernante cubano, «el orden económico internacional impuesto por las grandes potencias ha conducido a que 360 personas posean una riqueza anual superior a los ingresos del 45% de la población mundial».
Habría que preguntarle al General-Presidente su opinión acerca de las fortunas que salen a flote en aquellas sociedades cerradas, una vez que presidentes y otros gobernantes son destituidos.