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La segunda oportunidad de Milei

Es el peronismo al revés: un intento por redefinir la forma verdadera y única de ser un ciudadano de bien

El abrazo de Trump a Milei, un rescate al borde del abismo | EL PAÍS Argentina

 

Milei se ha vuelto a salir con la suya. Después de sufrir una derrota en las elecciones provinciales de Buenos Aires, le bastaron una foto con Trump y la promesa de una inyección de dólares a la economía –además de un extravagante concierto de rock– para recuperar la iniciativa y revertir todas las expectativas electorales. No sólo se impuso a nivel nacional con casi el 41 por ciento de los votos, sino que también, y esto es lo más significativo, ganó en donde sólo hace mes y medio había perdido. Por eso su triunfo es doble. Logró aglutinar una fuerza parlamentaria que le permitirá, con algo de tacto negociador, legislar sin mayores contratiempos, y se quitó del camino a Alex Kicillof, el gobernador de la provincia de Buenos Aires que esperaba consolidarse como la alternativa a Cristina Kirchner. El electorado no dirimió la batalla interna del peronismo. Kirchner quedó desahuciada, pero Kicillof no se reveló como su recambio evidente. Los argentinos volvieron a jugársela por el representante de las fuerzas del cielo, dándole una segunda oportunidad para que los lleve de regreso al paraíso perdido del progreso y la riqueza.

Vamos a ver si en efecto esto es lo que hace. A Milei lo eligieron los argentinos para regenerar una economía maltrecha, plagada de regulaciones y desbalances, pero él no se resistió a regenerar, de paso, el alma de sus compatriotas. Al igual que Gustavo Petro, Milei se vio tentado a convertirse en el vocero universal de causas morales, y se adjudicó la misión de advertirle a Occidente de los riesgos del ‘wokismo’ y de las instituciones globalistas. En Argentina impregnó la política de guerra cultural, y desató una cruzada que nada tenía que ver con la inflación o la estabilidad de la moneda, sino con la imposición de una nueva moral a sus gobernados. En lugar de usar la política para mediar las muchas y disímiles sensibilidades e ideas que conviven en Argentina, impuso una nueva visión del mundo, unos nuevos valores y hasta una nueva estética. Milei estaba determinando la forma lícita de ser argentino, y despachó a quienes no estaban con él a la prehumana condición de mandriles.

Es el peronismo al revés: un intento por redefinir la forma verdadera y única de ser un ciudadano de bien, ya no dependiente del Estado y de los sueños progresistas sino de las leyes del mercado y de la moral tradicionalista. Milei olvida que en las sociedades libres lo único que es de estricto cumplimiento por todos son las leyes, no el credo ni la visión del mundo del presidente. Lo que está por verse es si ahora, con más sosiego parlamentario, seguirá insistiendo en su batalla cultural, o si más bien asumirá que Argentina, como cualquier país moderno, es inevitablemente diverso y plural. Su faceta como regenerador moral lo ha encerrado en un mundo antipluralista y binario, políticamente pestilente, pero aún está a tiempo de probar que sus medidas económicas no son el sueño de un clérigo obcecado o de un rockero lenguaraz.

 

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