La semana final
Empiezan a caer una por una las 150 horas y pico que faltan para que los primeros electores se acerquen a depositar su voto el domingo 22 de octubre en los 3.010 centros de votación organizados en todo el país para la elección de la candidatura unitaria de la oposición democrática venezolana. Las mesas deberán estar instaladas a las 7:00 de la mañana y una hora después se iniciará el flujo de los votantes.
En simultáneo, a miles de kilómetros de distancia desde cualquier punto del territorio nacional, en la dirección 2nd Willoughby Scout Hall, Station St., Naremburn NSW 2065, de la ciudad australiana de Sydney, se estarán previsiblemente cerrando las urnas y en disposición de contar la voluntad expresa de un puñado apenas de los casi 400.000 venezolanos registrados para sufragar en el exterior. Sí, una parte pequeña de la honda y larga diáspora venezolana, pero cuatro veces más de los que aparecen en el Registro del Consejo Nacional Electoral.
Los críticos a toda hora podrán –al menos en esta acera política– cuestionar las idas y venidas de la oposición, sus desaciertos y desencuentros, pero en un atisbo de serenidad tendrán que reconocer –también al menos para sus adentros– el extraordinario esfuerzo desplegado desde hace un año para acercarse a esa meta sencilla y simple de votar en cualquier nación modestamente democrática del mundo, pero que en la Venezuela del siglo XXI es una ruta llena de zanjas y precipicios, de escaramuzas y trampas, y de amenazas hasta el último minuto.
Elegir y ser elegido, muy al contrario de lo que pregona el canciller Yván Gil, es un desafío. Hay demandas ante el Tribunal Supremo (Suprimido) de Justicia para detener la primaria opositora. ¿Preferirían una «heroica guerrilla», a la que tanto veneran en otras latitudes, y está desechada en estas tierras, botando candela en cada esquina? ¿Les atemoriza que la gente se arme de su cédula y su voluntad para marcar con su bolígrafo un nombre?
Anuncian también desde la acera oficial «brigadas de paz» para estar atentas el domingo de sus angustias, listas para desplegarse por aquí y por allá para intentar detener el pacífico acto de emitir un voto. ¿No resultaría más cívico que el partido de gobierno respondiera con otra primaria en la que sus partidarios decidieran si Nicolás Maduro merece una tercera oportunidad? Puede ser peligrosamente democrático.
Las 150 horas que comenzaron a correr en el primer segundo de este lunes 16 de octubre son aún de trabajo afanoso. Está concluido el proceso de capacitación del personal electoral –miembros de mesa, coordinadores y monitores–, que incluyó también a los integrantes de las Juntas Regionales y a los Comités Locales en el exterior (se vota en 81 ciudades). Se esperaba la postulación de 25.000 personas para las tareas señaladas –clave de la votación y escrutinio– y la cifra superó los 45.000.
Resta la selección final de esos miembros de mesa, que serán debidamente acreditados y cuya credencial tendrá un código QR que ayudará a su identificación. Se apura la difusión segura de los centros de votación, dentro y fuera del país, así como un canal de consultas y dudas. Se afinan los mecanismos para la distribución del material electoral. La prensa nacional y extranjera, en un país de medios cercados y limitados, planifica la cobertura del día D, también organismos de observación electoral locales para registrar lo que ocurra el domingo 22.
Los candidatos, que han recorrido el país despertando otra vez la esperanza nunca vencida del cambio político; los partidos; las organizaciones de la sociedad civil, bajo la conducción serena y ponderada de la Comisión Nacional de Primaria –uno de los logros del proceso–, todos, están listos para una jornada democrática que siguen día a día las representaciones diplomáticas presentes en el país y organismos internacionales preocupados por la recuperación política, económica, social y cultural de esta nación. Un país que decidió en 1958 –por mal que le pese a algunos– que sus diferencias se solventan voto sobre voto.