La siembra del odio
Seis meses después de que Chávez tomara el poder escribí un artículo con este mismo título (La Prensa, Barinas, 20-07-1999).
Vuelvo ahora a releerlo y observo que mis temores de entonces -cuando el país todavía vivía su luna de miel con el presidente recién electo- estaban plenamente fundados. Constituían, desde luego, una opinión que mucha gente no compartía. Había aún esperanzas de que lo que vendría luego sería para mejor. Uno entonces era, sencillamente, un aguafiestas.
Dolorosamente, hoy puedo decir que no estaba equivocado. Y eso que el caudillo del nuevo régimen no se había quitado aún la careta de demócrata, pero los hechos presagiaban la tragedia que sobrevendría después.
Abrí aquella columna de opinión mencionando el caso de Mandela, quien por esos días había entregado la presidencia de su país. Destaqué cómo luego de haber estado 27 años preso por luchar contra la discriminación racial en Suráfrica, aquel hombre volvió a la libertad sin odios ni rencores. Y fue electo abrumadoramente presidente por sus compatriotas, pero cumplió su promesa de hacer un gobierno para todos, incluidos sus carceleros.
“La anécdota hay que recordarla ahora frente a la difícil situación que vivimos los venezolanos en esta hora menguada”, escribí a continuación. Y agregué: “Luego de las elecciones de diciembre (de 1998), cuando las grandes mayorías pensaban que el cambio sería para mejorar, la dura realidad nos indica lo contrario, con un agravante adicional: la siembra de odios desde la cúpula del poder, dentro de una estrategia suicida y peligrosa”.
(No voy a citar todo aquel artículo. Siempre trato de no sobrepasar las 800 palabras que creo debe tener toda columna de opinión en beneficio del lector. Por eso apenas extraeré algunos párrafos.)
A continuación expliqué mi opinión: “Toda política basada en el odio está condenada al fracaso. La historia así lo ha comprobado hasta la saciedad. Solamente en este siglo tres grandes líderes que tomaron el poder incitados por el odio -Hitler, Mussolini y Stalin- son hoy una pesadilla en el recuerdo de la humanidad, a la cual nada bueno legaron y, por el contrario, demasiado daño hicieron”.
“La proclama permanente del odio -agregué-, la división del pueblo entre buenos y malos, ricos y pobres, patriotas y traidores, la utilización mediática de resentimientos y complejos atávicos, la marginalización del liderazgo, la demagogia dicharadera y palabrera, todas esas taras juntas, aliñadas con el odio y el populismo irresponsable, nos pueden llevar a un conflicto nacional de grandes e imprevisibles proporciones”.
Y a eso hemos llegado, luego de 15 años de permanente siembra del odio. Venezuela dejó de ser aquel país tranquilo que fue desde los inicios del siglo pasado -cuando se acabaron las guerras civiles que la habían afectado hasta entonces-, y volvimos a ser sacudidos por la violencia sangrienta que, desde 1999, ha cobrado la vida de más de 200 mil venezolanos a manos del hampa común y de la delincuencia política.
Tal ha sido una de las funestas consecuencias de haber sembrado tanto odio entre nosotros. Esa prédica criminal, hecha con el sólo propósito de perpetuarse en el poder a base de crear resentimientos entre los venezolanos y aprovecharse de tan canallesca desintegración, ha enlutado miles de hogares cuyos integrantes han perdido la vida y dividido a millones de familias, así como empujado a la cárcel y al exilio a otros centenares de miles de compatriotas.
Haber enfrentado a unos contra otros, sólo por satisfacer una bastarda ambición de poder vitalicio, es algo absolutamente imperdonable. La historia lo registrará en su momento, tal como lo hace siempre en su condición de juez implacable e inequívoca.
Por desgracia, esa siembra del odio se ha cebado contra muchos venezolanos que simplemente se han manifestado en desacuerdo con el proyecto de destrucción nacional del régimen. Y han caído muchos jóvenes que sólo querían y quieren un país mejor, víctimas de un régimen inescrupuloso que siempre se ha jactado de ser una “revolución armada” al amenazar a quienes no comparten su nefasta tarea de destruir al país.
Al final, su propia siembra del odio ha terminado enfrentando a quienes hoy ejercen el poder. Como bien se sabe, el poder casi siempre corrompe a los que lo detentan. “Y el poder absoluto corrompe absolutamente”, escribió el inglés Lord Acton. Demasiado dinero y fortunas mal habidas, robadas a los venezolanos, han creado verdaderas mafias asesinas dentro del chavismo. Y allí están las consecuencias, al confrontarse entre ellos mismos, con resultados casi siempre fatales.