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La solución de los problemas

¿Apelar a las soluciones correctas a riesgo de perder el poder o resistirse a aplicarlas con tal de mantenerse en sus puestos?

A lo largo de la década de los años 60 muchos estudiosos de la realidad cubana solían achacarle buena parte de la culpa de los problemas persistentes a lo que de forma general se llamaba «la herencia del pasado». El tiempo pasó, como vuelan las águilas sobre el mar, y llegó el momento en que parecía ridículo responsabilizar al pasado.

La generación que era adolescente durante la infancia de la revolución fue persuadida de que las más radicales decisiones tomadas (nacionalización de propiedades estadounidenses y posterior intervención de los negocios de la burguesía nacional) traerían como consecuencia la multiplicación de las riquezas y el bienestar de la nación: El futuro luminoso por el que valía la pena cualquier sacrificio temporal.

Parecía convincente, sobre todo porque el mundo era entonces bipolar y, aunque la Isla se ubica geográficamente en los hemisferios Norte y Occidental, adoptamos la ideología del Este de Europa y nos propusimos ejercer el liderazgo del Sur latinoamericano. La discusión de si el socialismo era posible en un solo país (trascendental en los inicios del proceso soviético) nos era totalmente ajena porque ya existía un campo socialista y Cuba era parte de él.

Descubrimos que los que tomaron la decisión de imponer un sistema de corte socialista habían apostado al caballo perdedor

Pero en la última década del siglo pasado ocurrió que nos quedamos solos en esta parte del mundo y descubrimos que los que tomaron la decisión de imponer un sistema de corte socialista habían apostado al caballo perdedor.

Fue entonces que empezaron a tener más relevancia en los análisis las restricciones derivadas de la política de Estados Unidos hacia Cuba, ese conjunto de medidas que unos llaman embargo y otros bloqueo.

La mayoría de las veces cuando en esta Isla se habla de «los problemas» se hace referencia al deterioro de la infraestructura, a la improductividad de la agricultura y la industria, al déficit de viviendas y la escasez de alimentos y otros productos básicos, a las dificultades para transportarse, la incapacidad de atraer inversiones, la deuda con el resto del mundo, la doble moneda, la ausencia de libertades políticas, la pérdida de valores cívicos y un largo etcétera que haría demasiado extensa esta reflexión.

En la actualidad se hace evidente de forma más clara que la culpa de que se mantengan esos problemas no recae en la ya «superada» herencia del pasado ni descansa totalmente en la respuesta estadounidense por el despojo de sus propiedades, sino en el único aspecto que puede ser modificado con voluntad política: el sistema económico político y social que resultó inviable sin la subvención soviética.

Buscar y encontrar la solución no significa que luego nos quedemos sin problemas. Basta leer lo que dicen economistas y politólogos no sujetos al pensamiento oficial para comprobar que las soluciones a nuestros inconvenientes abrirán las puertas a problemas nuevos que demandarán nuevas correcciones. La larga lista de esos envidiables problemas que los cubanos quisiéramos tener.

En el más reciente ejercicio destinado a encontrarle remedio a nuestros males, realizado por el Centro de Estudios Convivencia en el entorno de la pandemia del covid-19, sobresalen recomendaciones de largo alcance. Allí prevalecen conceptos como «apertura, liberar, permitir, despenalizar», que no solo destrabarían las fuerzas productivas sino que, además, podrían desatar un flujo de opiniones largamente engavetadas por temor a la represión.

¿Cuántos economistas, politólogos, historiadores se han abstenido de hacer públicas sus propuestas por temor a las consecuencias?

¿Cuántos economistas, politólogos, historiadores se han abstenido de hacer públicas sus propuestas por temor a las consecuencias?

Durante demasiado tiempo los cubanos nos hemos visto en el dilema de invertir nuestro tiempo, nuestro talento, nuestros recursos, en tratar de resolver “los problemas” en contraposición a dedicar nuestras energías a resolver «mi problema». En la medida en que un cubano intenta encontrarle solución a los problemas del país de una forma diferente a la que se le ocurre al único partido permitido, aparece el fantasma de la represión y se vuelve más difícil vivir tranquilamente. La invitación al oportunismo llega a todos y la emigración como válvula de escape siempre ha estado al alcance.

Resulta difícil creer que allí donde abundan la experiencia, la información y la inteligencia, no se sepa que la solución consiste en abrir, no en cerrar; aceptar la existencia de las opiniones divergentes, en lugar de reprimirlas. Da la impresión de que en ese indescifrable espacio -allá arriba- donde se toman las decisiones, existe un dilema similar al que tenemos acá abajo, pero que se expresa en tener que decidir entre apelar a las soluciones correctas a riesgo de perder el poder o resistirse a aplicarlas con tal de mantenerse en sus puestos.

Cuando los caminos tolerados para expresar opiniones no permiten el paso a las ideas renovadoras, cuando las instancias que se dedican a procesar quejas y apelaciones se vuelven sordas, solo quedan dos caminos: la sumisión o la rebeldía.

El poder no reprime por un sádico placer, sino para entronizar la obediencia cómplice. La parte rebelde de la ciudadanía que expresa su inconformidad, a pesar del alto precio que se le impone, es muchas veces denigrada y denunciada por esa otra parte que, sin disfrutar de los atributos del poder, ha optado por desentenderse de los problemas del país. La fingida docilidad también resulta provechosa para resolver sus puntuales problemas.

En los entresijos de esa complicada ecuación la nación se desmorona. El tiempo pasa, como vuelan las auras sobre la Plaza de la Revolución.

 

 

 

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