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La sonrisa de Martí

En estos días "festivos", muchos cubanos han manifestado su tristeza ante la represión y los cientos de presos políticos que no pudieron estar cerca de sus familias. Pero el dolor nunca debe arrebatarnos la posibilidad de la esperanza

Yo lo vi, yo lo vi venir aquella tarde;
yo lo vi sonreír en medio de su pena.

José Martí, El presidio político en Cuba

 

¿De qué reía Martí? La Historia suele encerrar a sus héroes en una seriedad marmórea que nos impide cualquier acercamiento profano. Afortunadamente, en los últimos años han ido apareciendo artículos que indagan en zonas más íntimas de la biografía del Apóstol. Con menos timidez, se desempolvan apreciaciones sobre su sexualidad, sus enfermedades y otros aspectos polémicos de su vida. Sin embargo, casi nada aparece sobre un tema que podría ofrecernos una visión más completa y humana del más universal de los cubanos: su sentido del humor.

Es cierto que la vida de Martí se vio marcada por el sufrimiento. Con apenas doce años perdió a su pequeña hermana María del Pilar; y más tarde a Lolita. Debió enfrentar desde temprano la severidad de su padre. Le fue imposible mostrar indiferencia ante la esclavitud y la falta de libertad de su Patria. Sufrió prisión a los dieciséis. Marchó al exilio antes de cumplir los dieciocho. Debió soportar el resto de su vida las secuelas que le dejaron los grilletes. Padeció de una enfermedad (sarcoidosis) que lo hostigó hasta su muerte. No pudo disfrutar casi nunca de la compañía de su hijo y debió aceptar las quejas y reclamos de su familia, quienes nunca comprendieron del todo su obsesiva dedicación a la causa de la independencia.

Martí fue, en sentido cabal, un hombre serio. Los colores de su ropa reflejaban el luto por su Patria. Y el anillo de hierro era tal vez el símbolo más cercano a su carácter. Él mismo reconoció, en respuesta a un artículo que intentaba desacreditarlo, que «el tono de chiste le era ajeno». Sin embargo, a su amigo Manuel Mercado le escribiría en una ocasión dolorosa: «Yo me sonrío en todas mis tristezas».

Y es que alguien que creció con seis hermanas menores, que disfrutó desde temprana adolescencia del criollísimo humor en el teatro cubano, que adoraba la sonrisa en los niños; alguien que, en definitiva, sentía tan profundo afecto por la espiritualidad, no podía negarse el placer de reír y hacer reír a los demás.

Martí hablaría de Dickens como si se refiriera a sí mismo: «Ríe con lágrimas en los ojos; o llora con la risa en los labios». Es esa, tal vez, la mejor definición sobre el sentido del humor martiano, siempre una mezcla de angustia y alegría, o viceversa

Martí, con sus más íntimos amigos, sabía burlarse de sí mismo. Hay en sus dibujos un desenfado que apunta hacia la simpatía. Incluso en la caricatura que se hiciera, destella la comicidad. En carta a su entrañable Fermín Valdés, habla de sus orejas. Alega que la causa de que estuvieran separadas de su cara «más de lo normal» se debía a los tirones que le dieron sus maestros. Saber burlarse de uno mismo, suele ser un indicio de un saludable sentido del humor.

No faltaron tampoco los apodos o sobrenombres. La singular oratoria del Maestro alcanzaba tonos evangélicos. Esto no solo le trajo miles de admiradores, sino también alguna que otra burla. Desde su juventud, en España, se ganó el apodo de «Cuba llora», debido a un incidente donde, luego de pronunciar aquella frase, un mapa de Cuba le cayera sobre la cabeza. El propio Martí, en carta a Rafael Serra, refiere: «Recuerdo que, en la sesión de los casinistas [tertulianos que se reunían en casinos o club], empecé un arranque en algo como Cuba llora… y desde entonces me quedó el apodo entre los cubanos madrileños».

En su obra asoman de forma repetida palabras como «reír», «chiste», «comedia», «carcajadas». Hay en su bibliografía un torrente de comentarios críticos sobre comedias que leyó o vio en escena. Aparecen regularmente en su epistolario ironías, bromas y frases que buscan arrancar sonrisas en el destinatario. Un humor negro, pocas veces visto en su literatura, brota de repente en su crónica de un viaje selvático a Guatemala.

Hay mucho aún por escribir sobre la risa de Martí, aunque solo se conserve una foto donde esboza ante la cámara una tímida mueca, rompiendo su habitual seriedad. Martí hablaría de Dickens como si se refiriera a sí mismo: «Ríe con lágrimas en los ojos; o llora con la risa en los labios». Es esa, tal vez, la mejor definición sobre el sentido del humor martiano, siempre una mezcla de angustia y alegría, o viceversa.

En estos días «festivos», muchos cubanos han manifestado su tristeza ante la represión y los cientos de presos políticos que no pudieron estar cerca de sus familias. Pero el dolor nunca debe arrebatarnos la posibilidad de la esperanza. Ese rayo de luz inextinguible fue seguramente la causa por la que Alfonso Reyes describiría a Martí como «un hijo del dolor, que no perdió nunca la sonrisa».

 

 

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