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La tarde en la que Rosa Montero hizo que Pérez-Reverte cambiara de opinión

Que Pérez-Reverte es un hombre de opiniones firmes es algo que cualquiera con una cuenta de Twitter o cierta asiduidad a visitar un quiosco de prensa los domingos conoce de sobra. «El hombre está agotado como héroe», viene anunciando desde hace tiempo. Y si lo dice Reverte, durante años el máximo exponente —puede que no el único, pero desde luego el más orgulloso de serlo— de la masculinidad superlativa de las letras de este país, habrá que creerle. 

Si hay algo que debemos reconocerle a Reverte, además de una admirable capacidad anaeróbica para describir tapices del Siglo de Oro novela tras novela y un proteccionismo de Guardia Suiza Pontificia con el castellano, es su proactividad. Es quizá por esa proactividad que, conocedor de la vacante dejada por el hombre en asuntos heroicos, Arturo no ha querido dejar nada a la casualidad y, siendo consciente de que el feminismo llama con fuerza a todas las puertas, ha decidido abrirle la de su plataforma onlineZenda, y tenderle una mano.

Esa mano fue estrechada hace unos meses por Rosa Montero, a la que Reverte encargó, con ocasión de la celebración del Día de la Mujer, la coordinación de un libro de cuentos escritos por varias voces femeninas de las letras hispanas procedentes de ambos lados del Atlántico. El resultado, Hombres y algunas mujeres: cuentos para celebrar el 8 de marzo, se presentó el pasado 27 de febrero en un acto que reunió a ambos escritores en el Club Alma Sensai de Madrid.

El encargo de Reverte corría el riesgo de convertirse en el ejercicio, ya repetido, de una reunión de mujeres con temas urgentes que tratar dirigido solo a la mitad del público objetivo que puede hacer algo por solucionarlos. El mero inventario de agravios provocados por una guerra de años, enumerados solo por uno de sus bandos. Mujeres escribiendo sobre mundos de mujeres podía resultar en una suerte de gueto femenino al que algunos hombres, quizá los menos valientes, pudieran no atreverse a aventurarse y, con ello, en una polarización de la literatura en la que nadie, ni siquiera la propia Rosa, termina de creer del todo.

A pesar del evidente trasfondo feminista del proyecto, Rosa Montero, que ha conseguido reunir una alineación de lujo compuesta por once de las mejores firmas de la narrativa actual —Elia BarcelóNuria BarriosEspido FreireNuria LabariVanessa MonfortLara MorenoClaudia PiñeiroMarta SanzElvira Sastre, Karla Suárez y Clara Usón— afirma en el prólogo de esta recopilación no creer en la literatura hecha por mujeres, ni para mujeres. La literatura —parece querer decir a modo de disclaimer— como la vida, se ve con los ojos del que mira, determinados por realidades y circunstancias diferentes. Ser mujer es solo una de entre muchas de esas realidades que se mezclan de manera irremediable, dando lugar a multitud de variantes distintas e imposibles de categorizar.

Consecuente consigo misma, Rosa Montero da una vuelta de tuerca al hilo conductor de esta recopilación pidiendo a sus escritoras un cuento que hable de mujeres a través de los ojos y la voz de un hombre, convirtiendo así este proyecto en una invitación al sector masculino para sentarse a la mesa a celebrar que «cada vez hay más maneras de ser nosotras, más maneras de ser ellos» y demostrar que la verdadera integración no pasa por favorecer a un colectivo por encima del otro sino que está en encontrar rincones de coexistencia lo suficientemente cómodos como para que ninguno sienta la necesidad de marcharse.

Uno de esos rincones de encuentro donde las diferencias de género aún no son del todo evidentes es la vuelta a la infancia y la nostalgia por el pasado. No importa si una vez fuiste niño o niña, haberte criado rodeado de mujeres tiene, invariablemente, algo de realismo mágico. Como de recién salido de las páginas de una novela de Isabel Allende. Conscientes de que las mujeres que nos rodean durante nuestros primeros años son nuestra primera brújula y libro de instrucciones, Nuria Barros y Espido Freire nos devuelven al pasado de sus protagonistas. La primera para mostraros, en «Huevos fritos con patatas», cómo las primeras mujeres de nuestras vidas se convierten en narradoras involuntarias de cuentos que, con nosotros como protagonistas, crecemos creyendo a pies juntillas y que, con los años, también nosotros terminaremos contando a nuestros hijos. La segunda para devolvernos, en «El cuarto dedo»,  a un mundo que huele a polvo de tiza y agua de azahar en una historia que nos enseña a un hombre cuando todavía no ha llegado a serlo, en ese estado embrionario en el que aún es apéndice de las mujeres que le rodean y que, sin que él alcance a saberlo, marcarán su futuro.

Fiel reflejo de la sociedad que describe, otro de los temas presentes en esta recopilación es, como no podía ser de otro modo, la mujer en el mundo laboral. «Una de los nuestros» nos presenta a un grupo de directivos, arquitectos de su propia jaula dorada que, sin embargo, comienza a ser consciente de que el oro de sus barrotes ha comenzado a verdear y que la concepción antropocéntrica de un mundo hecho por hombres y para el hombre, ya no se ajusta a una realidad en la que cada vez más mujeres suben por las escaleras anteriormente reservadas para ellos, reclamado el lugar que les corresponde por derecho. Nuria Labari nos muestra en su relato a una mujer de maneras masculinas, modelo tantas veces rechazado por el machismo latente enseñado por las propias mujeres a las mujeres y repudiado por un hombre que quiere ser líder pero no mentor.  Y nos trae como novedad a un hombre atraído por esa mujer que es uno más de los tiburones de su estanque dorado, ponderando las consecuencias que un momento breve de posesión y disfrute tendría en su compañerismo camarada.

Quizá una de las cuestiones más destacables de este libro sea el sentido amplio del mundo laboral que nos presenta, que incluye el trabajo doméstico que aún es la realidad cotidiana de muchas mujeres. Elvira Sastre, reciente Premio Biblioteca Breve y culpable de que la buena poesía haya vuelto a tener un lugar de honor en las librerías españolas, reflexiona sobre esa mujer que trabaja todo el día, aunque lo suyo no se considere trabajo y aunque lo haga en beneficio de todos cuantos le rodean, y se pregunta si ese papel fue consecuencia de la sociedad de un momento determinado que nadie pudo poner en entredicho, o si la sociedad de entonces no era en realidad un ente autónomo, sino la suma agregada de voluntades individuales como la del protagonista, cómplices silenciosos de la perpetuación de una realidad de la que ellos eran los principales beneficiarios. Lejos de convertirse en una mera denuncia, la «Lola» de Elvira cree en la reinserción y nos enseña que siempre hay una puerta a la esperanza. Que un hombre puede coger las riendas de un universo que hasta entonces le ha sido desconocido y convertirse en padre, esposo y capitán de barco que, al igual que nosotras, haga los malabares necesarios para que la vida no naufrague, ni si quiera en esos momentos en los que parece que todo hace aguas.

Pero si de algo carece esta recopilación es de la autoindulgencia y del victimismo innecesario de la mujer, que posee capacidades de sobra para convertirse en la más competente de las antagonistas. Así, Viola Kerr, contrapunto femenino de «El coprotagonista» de Vanessa Montfort y paradigma de la mitomanía maníaca de uno mismo, se convierte en una nueva versión del profesor Higgins en su versión dramática y dictatorial y ejerce un efecto Pigmalión sobre el protagonista masculino que, rayando el maltrato físico y mental, nos coloca delante de un espejo que nos enseña que aún medimos con metros distintos a quienes ejercen la fuerza bruta si son hombres o mujeres.

Estas once, doce con su coordinadora, mujeres sin piedad, vienen a recordarnos que leemos y escribimos para traspasar los límites socialmente aceptados desde la comodidad del sofá de casa. Y que, si bien hasta ahora el anonimato de la luz de la lámpara de nuestra mesita de noche nos había permitido cerrar los ojos e imaginar mundos donde los inventarios de agravios ya no fueran necesarios, por fortuna, cada vez son más las personas que han dejado de conformarse con cerrar los ojos y esperar tiempos mejores. Que cada vez más voces han dejado de ser anónimas para decir, bien alto y bien claro, qué es lo que demanda la sociedad actual. Quizá Rosa Montero tenga razón y no exista una literatura de mujeres. Quizá parte de la literatura haya sido siempre nuestra pero sea ahora cuando, por fin, nos hemos atrevido a reclamarla.

Durante la presentación de Hombre y algunas mujeres, Pérez-Reverte reconoció que la lectura de este libro le había hecho cambiar de opinión respecto la muerte del hombre como héroe y se atrevió a vaticinar: «El hombre estará ahí, pero las mujeres lo juzgarán». Y que lo digas, Arturo. Y que lo digas.

 

 

 

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