La teóloga chilena premiada por el Papa: «Estamos en el final de la Iglesia tal como la conocíamos»
Carolina Montero comparte con El Debate su perspectiva sobre la vulnerabilidad como antídoto a la mentalidad clerical, los abusos y aborda la reflexión sobre el papel crucial de la mujer en la Iglesia
La profesora chilena Carolina Montero acaba de recibir el premio Centesimus Annus. Cedida
El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Mónaco y Frisinga, presidente del jurado que otorgó el premio Centesimus Annus 2024, elogia la obra de la profesora Carolina Montero Orphanopoulos, destacando su enfoque en la vulnerabilidad en medio de la crisis de abusos en Chile y la pandemia global.
La teóloga galardonada comparte con El Debate su perspectiva sobre la vulnerabilidad como antídoto a la mentalidad clerical, los abusos y aborda la reflexión sobre el papel crucial de la mujer en la Iglesia. «Después de la crisis de los abusos, la Iglesia se encuentra en una encrucijada: ser un grupo selecto que tiende al sectarismo o una comunidad abierta que abraza la vulnerabilidad».
El premio del Vaticano
Este año, la Fundación Centesimus Annus – Pro Pontífice ha concedido el premio al estudio sobre la vulnerabilidad realizado por la profesora Montero, originaria de Chile. Casada y madre de una hija de diez años, actualmente desempeña un trabajo a tiempo completo como teóloga e investigadora en la Universidad Católica Silva Henríquez de Santiago de Chile. La distinción internacional Economía y Sociedad de la fundación pontificia le fue otorgada por su libro titulado Vulnerabilidad hacia una ética más humana.
La entrega del premio tuvo lugar el 27 de febrero en el Instituto Maria Bambina de Roma, con la presencia del cardenal Pietro Parolin, secretario de Estado, quien concluyó afirmando: «La conciencia de nuestra vulnerabilidad nos abre a la experiencia de la alteridad, predispone al don de la fraternidad y al encuentro con Dios. Al acercarnos a nuestros hermanos, nos encontraremos a nosotros mismos, redescubriremos nuestra humanidad más auténtica, contemplaremos el misterio de la encarnación y encontraremos a Jesús que nos salva».
Carolina Montero entrega al Papa Francisco una copia de su libro. Cedida
La crisis de abusos sexuales en la Iglesia
El cardenal Reinhard Marx, arzobispo de Mónaco y Frisinga, así como presidente del jurado, pronunció el discurso elogiando la obra premiada. El cardenal destacó la relevancia de la vulnerabilidad en el contexto local de la autora, mencionando la crisis de abusos sexuales a menores en Chile, la explosión social de octubre de 2019 y la pandemia de la covid a nivel mundial.
Afirmó que a pesar de las raíces profundas en el contexto local, el tema tiene un alcance universal y busca establecer un paradigma para abordar problemas morales a nivel global. También resaltó la importancia de explorar la vulnerabilidad, un tema poco tratado en la teología clásica pero arraigado en la tradición de la Iglesia, que ofrece perspectivas prometedoras para verdaderas reformas. Por su parte, Carolina Montero expresó su sorpresa e impresión al recibir el premio, considerándolo un reconocimiento significativo no solo para ella, sino también para el trabajo de las mujeres teólogas latinoamericanas.
La vulnerabilidad de las víctimas
–Profesora Carolina Montero, ¿puede la vulnerabilidad ser un antídoto contra la mentalidad jerarquizada y clerical que podría estar en la base de males como los abusos sexuales, de conciencia y de poder en la Iglesia?
–Es una de las categorías con las que podemos contrarrestar los abusos, no solo a nivel eclesial, sino también a nivel de la sociedad en general. En la actualidad, predomina lo que llamamos el mito de la autonomía, donde cada uno se considera autosuficiente para hacer lo que quiere. En realidad, todos somos interdependientes desde que nacemos hasta que morimos. Esto debería ser más evidente en la Iglesia, ya que el Evangelio lo plantea de esta manera, pero resulta que la Iglesia también está inmersa en esta cultura de autonomía de poder y éxito. Esto genera clericalismo, fomenta el infantilismo en el laicado y crea situaciones que intensifican la vulnerabilidad que todos compartimos. Sin duda, incide en la crisis de abusos que hemos estado viviendo en la Iglesia durante más de 40 años.
–¿Podríamos considerar la vulnerabilidad de los supervivientes de abusos como un elemento catalizador para impulsar un cambio en la mentalidad clerical en algunos sectores dentro de la Iglesia en Chile y en el mundo?
–En conferencias internacionales, cuando me preguntan cómo podemos recuperar el prestigio que teníamos como Iglesia, suelo expresar que esa Iglesia ya ha llegado a su fin. Es el final de la Iglesia tal como la conocíamos. Esta es una oportunidad para recrearla o para dejarnos caer en el sectarismo. Estamos en una encrucijada y debemos elegir nuestro camino. ¿Nos convertiremos en un pequeño grupo de elegidos o nos transformaremos en una Iglesia del Evangelio para todos, más sencilla, más vulnerable y más humana?
–El Papa Francisco denuncia la globalización de la indiferencia y la cultura del descarte. ¿Cómo podría un estudio ético-antropológico de la vulnerabilidad ayudarnos a construir un mundo menos violento y sin guerras, con relaciones sociales más saludables, horizontales y felices?
–La globalización como fenómeno social ofrece diversas interpretaciones, y en su origen podría haberse transformado en algo solidario, una aldea global. Sin embargo, lo que hemos logrado es una nueva forma de discriminación, excluyendo a personas, generando nuevos analfabetismos y nuevas formas de pobreza. De manera paradójica, se ha reinstaurado la cultura del más fuerte desde este nuevo paradigma, convirtiéndose en hegemónica. En una cultura donde deberían coexistir todas las culturas, ahora en Occidente predomina principalmente la cultura neoliberal como hegemónica. La asunción de la vulnerabilidad de cada cultura como autobiográfica, singular y concreta, brinda una oportunidad para la reestructuración. La globalización ya es una realidad que llegó para quedarse. La cuestión radica en cómo la viviremos. Si optamos por vivirla desde la vulnerabilidad, hay más posibilidades de experimentarla de manera solidaria, compasiva y humana.
–En cuanto a la figura de Jesús, ¿cómo destaca usted su ejemplo de asumir la vulnerabilidad humana, especialmente en su encarnación, y de qué manera esto se refleja en la antropología relacional?
–Jesús es la personificación suprema de la vulnerabilidad. Dios, que era completamente independiente y autosuficiente, elige relacionarse y encarnarse en su nacimiento. Este acto se intensifica al observar cómo elige encarnarse: en la pobreza y en la periferia. Es una decisión divina para formar parte de la humanidad. Además, en la manera en que Jesús se relaciona con las personas, se destaca su profunda humanidad y vulnerabilidad al dejarse afectar por el dolor ajeno, al conmoverse ante la indigencia, la necesidad y la enfermedad. Jesús es la encarnación suprema de la vulnerabilidad. Finalmente, en la Cruz, se presenta como la figura de la vulnerabilidad del amor llevado al extremo, del despojo personal, de la capacidad de entregar la vida sin retenerla por autosuficiencia, sino por amor. Y, a su vez, recibir la vida nuevamente por amor.
Clericalismo, vulnerabilidad y el papel de la mujer
–Usted argumenta que la cultura clerical produce infantilismo en el laicado. ¿Cómo se relaciona esto con la vulnerabilidad?
–En general, se toma la vulnerabilidad como una debilidad o un aspecto negativo. Cuando hablo de vulnerabilidad, me refiero a la apertura constitutiva del ser humano, a ser permeable, a ser afectable por la vida, por el mundo, por lo trascendente, por los otros. Entonces, el infantilismo no es resultado de la vulnerabilidad; el infantilismo es resultado del clericalismo. Es una calle de dos sentidos: el clericalismo se alimenta del infantilismo, y el infantilismo promueve el clericalismo. La vulnerabilidad no entra ahí. Lo que habría que hacer es despojarse de la pretensión de poder de muchos. Aquí hablo en masculino porque la cultura clerical es mayoritariamente masculina. Necesitamos vivir desde una horizontalidad, una sinodalidad que nos permita situarnos todos vulnerables: laicos, clérigos, jerarquía. Todos somos vulnerables.
–Si hablamos de una iglesia sinodal y una iglesia que está buscando redescubrir el papel de la mujer, ¿cree usted que la mujer propone naturalmente también una cultura de la acogida de la vulnerabilidad, en contraste a una visión masculina predominante en la que vence el más fuerte o el mejor?
–Sí, pero eso también es una construcción cultural. Hemos hecho que sea propio de la mujer la acogida, la generatividad, el cuidado. ¿Cómo hacer para reestructurar nuestra sociedad? Temo que esos valores que se le han asignado tradicionalmente a la mujer deberían ser de todos, hombres y mujeres. La vulnerabilidad que se está tratando de explicar hoy, como nuevas masculinidades, es una posibilidad cierta, en que el hombre pueda expresar sus emociones, sus debilidades, etcétera.
–¿Desmasculinizar la Iglesia?
–Eso tiene que ver con los espacios reales, no solo simbólicos, que se le otorgan a la mujer en la iglesia, sino a los espacios en los que la voz de la mujer tenga incidencia real. En las decisiones, en las formas de gobernar, en las estructuras. En la noche en Roma es muy impactante observar como al borde de la Basílica de San Pedro, duerme tanta gente en situación de calle. Y eso desgarra el corazón. Ahí, lo que se le atribuye a la mujer como sensibilidad de acogida, en realidad es sensibilidad humana, sí es que nos permitimos que los hombres también sientan y se afecten por esta realidad. Entonces, cómo es el dejar de pretender tener una masculinidad recia, fuerte que también esclaviza a los hombres y que pueda abrirnos a todos a características que son de la humanidad y que son de Jesús. Jesús no habría estado con el poder, habría estado al lado de las personas en situación de calle.
–¿Cree usted que la relación de Jesús con las mujeres puede ser un modelo también para la iglesia?
–Sí, pero Jesús también era hombre de su tiempo. Él avanzó mucho, pero creo que hay que avanzar más. 2.000 años después, la exigencia es muchísimo más fuerte para nosotros hoy de lo que lo fue para Jesús.
–Usted considera que la Iglesia se encuentra en una encrucijada en la cual o termina siendo abierta como le pide el Papa Francisco o termina siendo una Iglesia de elegido y de secta. ¿En qué horizonte se pone la vulnerabilidad para precisamente abrir la Iglesia y no vaya a terminar siendo una secta?
–Si conectamos con la vulnerabilidad de la Iglesia, que es justamente la crisis de los abusos, que la ha hecho vulnerable a la fuerza. Si usamos esto para volverla permeable, para dejarse afectar, para hacerla generativa en su respuesta vamos a estar eligiendo un camino de apertura y de recreación. Si elegimos defendernos, si elegimos tapar, si elegimos la protección institucional, lo que estamos haciendo es elegir cerrarnos y volvernos monadas solipsistas.
–Algunos teólogos dicen que después de crisis de la Reforma protestante, hace cinco siglos, la crisis de los abusos representa para la Iglesia una de las crisis más fuertes aún por enfrentar.
–Eso lo han dicho muchos teólogos que desde la crisis, desde el cisma protestante, esta es la mayor crisis de la Iglesia.
–¿Y entonces el estudio de la ética de la vulnerabilidad es para usted una llave para buscar soluciones a esta crisis de los abusos?
–Es una reformulación del ideal. En el fondo, el ideal ya no es el ideal kantiano del deber, sino que es el ideal de la posibilidad cierta de la humanidad. Debe ser la humanidad concreta de cada persona. No el ideal de los valores abstractos.