La trampa de la inteligencia: por qué las personas más listas cometen los errores más graves
Un provocador ensayo que llega a España explica por qué los cerebros más brillantes, desde Conan Doyle a Steve Jobs, cometen los errores más catastróficos. Como dijo Molière hace 400 años, "un tonto ilustrado es más tonto que un tonto ignorante"
El día que le diagnosticaron un extraño cáncer de páncreas, Steve Jobs, entonces presidente de Apple, mandó un mail a todos sus empleados para tranquilizarles. «Tengo una forma muy rara de cáncer llamada tumor neuroendocrino», decía el correo electrónico. «Puede ser curado si se elimina quirúrgicamente tras ser diagnosticado a tiempo». Siete años después murió.
Su biógrafo oficial, Walter Isaacson, reveló entonces que durante nueve meses de 2004, Jobs, uno de los grandes genios del siglo XX, se había negado a operarse porque la intervención era demasiado «invasiva» y había decidido, en cambio, tratarse la enfermedad con sesiones de acupuntura, espiritistas y zumos naturales.
«¿Cómo pudo un hombre tan inteligente hacer algo tan estúpido?», le preguntaron una noche en la CBS a Isaacson. «Él creía que si ignoras algo, si no quieres que algo exista, hay un pensamiento mágico que lo elimina».
En español hay una expresión, muy de madre, que resumiría la situación: «De tan listo que eres, Steve, pareces tonto».
Técnicamente, Jobs fue víctima de la llamada trampa de la inteligencia. «Es un patrón de actitudes y comportamientos que lleva a las personas formadas e inteligentes a actuar de forma estúpida debido a su capacidad intelectual y no a pesar de ella», explica el periodista inglés David Robson, especialista en neurociencia y psicología y autor de un ensayo que llega mañana a España bajo el título La trampa de la inteligencia: por qué la gente inteligente hace tonterías y cómo evitarlo (editorial Paidós).
Su libro, que funciona como una especie de manual de supervivencia para mentes brillantes (con un «kit de detección de estupideces» incluido), no sólo recoge las magufadas del creador del iPhone. Hay una larga nómina de lo que podríamos llamar -con perdón- listos del bote. Por ejemplo, Arthur Conan Doyle, doctor en Medicina y brillante autor de Sherlock Holmes, creía en las hadas y acudía cinco o seis veces por semana a una médium. Kary Mullis, Premio Nobel de Química, negaba la existencia del virus del sida y del cambio climático aunque defendía los viajes astrales y estaba convencido de haber sido abducido por los extraterrestres. El bioquímico Linus Pauling, también Premio Nobel, se pasó años asegurando que los suplementos vitamínicos curaban el cáncer. Y Thomas Edison se empeñó, tras fabricar la primera bombilla eléctrica, en hacer campaña contra la corriente alterna porque creía que la corriente continua tenía más futuro.
Hasta Albert Einstein, padre de la teoría de la relatividad y rostro de la inteligencia por antonomasia, perdió la cabeza en los últimos años de su carrera intentando demostrar sin éxito la gran teoría de la unificación de las leyes de la Física, hasta tal punto que a sus colegas les daba vergüenza cruzarse con él por los pasillos del campus. «Su famosa intuición lo descarrió, volviéndolo ciego y sordo a cualquier cosa que contradijera sus teorías», escribe Robson.
«Las personas más inteligentes y más formadas tienden a pensar que saben todo lo que hay que saber sobre un tema y les resulta difícil reconocer las lagunas en su conocimiento», explica el periodista inglés a Papel. «Se creen con la licencia para ignorar pruebas que cuestionan sus puntos de vista, lo que los lleva a tener una mente más cerrada, y utilizan su capacidad intelectual para justificar sus opiniones, incluso si están demostrablemente equivocados».
-Molière dijo que «un tonto ilustrado es más tonto que un tonto ignorante». ¿Cuál de los dos es más peligroso para la sociedad: el que es completamente estúpido o el que es tan inteligente que se engaña a sí mismo?
-Yo no quisiera que mi libro fuera considerado un alegato antiintelectual o que se entendiera que la ignorancia es de alguna manera preferible a la educación. Lo que sí creo es que necesitamos un mayor reconocimiento de que incluso las personas más brillantes son capaces de equivocarse y cuando lo hacen, al estar en posiciones de mayor responsabilidad, las consecuencias son increíblemente serias.
David Robson imagina un coche para explicar su teoría. Nuestro cerebro sería el motor, la potencia bruta. «Un motor más potente te lleva más lejos y más rápido. Pero también necesita otra equipación», explica. «Necesita frenos, dirección y un GPS para seguir la ruta correcta. De lo contrario, podría acabar en un acantilado».
Las personas más inteligentes tienden a pensar que lo saben todo y les resulta difícil reconocer las lagunas en su conocimiento
Para analizar todas esas inteligencias que acaban estrelladas, el filósofo, escritor y pedagogo José Antonio Marina escribió en 2004 La inteligencia fracasada. Teoría y práctica de la estupidez, un libro en el que diferenciaba el concepto de inteligencia como una serie de competencias que se podían medir y el uso que se hacía de ellas. Marina recuerda la experiencia de un alumno de primero de Bachillerato, muy aplicado en los estudios y con un coeficiente intelectual de 150, que acabó convertido en el jefe de una banda dedicada al narcotráfico. «Este chico tiene hoy 26 años y está en la cárcel. ¿Es inteligente o estúpido?», se pregunta ahora el profesor. «Es inteligente pero el uso que hizo de su inteligencia fue realmente estúpido. La inteligencia humana necesita tener información, manejarla bien, gestionar las emociones, y ejercitar las virtudes de la acción: la perseverancia, la flexibilidad, la resistencia a la frustración, la selección de metas… Todo eso es la inteligencia y no lo que miden los test».
El psicólogo canadiense Keith Stanovich fue uno de los primeros en subrayar las diferencias entre racionalidad y los test de coeficiente intelectual.
A partir del análisis de las pruebas de acceso a la Universidad, observó que las personas con notas más altas tenían en mayor grado que otras lo que llamó «un prejuicio de punto ciego». Es decir, que eran incapaces de ver sus propios defectos y se dejaban guiar por sus instintos. Justo como Steve Jobs curándose el cáncer de páncreas con zumitos de papaya.
El ensayo de Robson atribuye ahora a ese sesgo no sólo infinidad de errores individuales, sino también algunas de las peores catástrofes provocadas por el hombre en los últimos tiempos, desde la explosión de la plataforma petrolífera Deepwater Horizon en 2010 al desastre del transbordador espacial Columbia en 2003 o el accidente del Concorde en 2000.
«Cuando la trampa de la inteligencia pasa del plano individual a la gestión de grupos el problema es aún mayor», alerta el periodista inglés. «Ya sea para lograr mayor productividad o como resultado de la arrogancia, muchas compañías desalientan el pensamiento crítico y castigan a los empleados que plantean dudas. Y sabemos que una postura incuestionable y exenta de crítica puede ser una enorme fuente de errores. Este fenómeno se conoce como estupidez funcional: para buscar un rendimiento a corto plazo se pasan por alto riesgos potenciales que podrían tener consecuencias graves».
Hoy en día, la humildad se ve como una rasgo de debilidad. Los políticos son muy criticados si dudan, si cambian de opinión sobre un tema
Veamos otro ejemplo. En 2007 la compañía de teléfonos Nokia tenía casi la mitad de la cuota de mercado en todo el mundo. Seis años después, la mayoría de sus clientes ya tenían un iPhone. Los ingenieros de Nokia estaban entre los mejores del mundo, sin embargo nunca se les permitió cuestionar los métodos de la empresa. «El nivel general de experiencia y conocimiento en la compañía era enorme, pero no aplicaron su inteligencia colectiva de manera efectiva. La trampa de la inteligencia se debe a la incapacidad para imaginar una visión alternativa del mundo en la que nuestras decisiones no son las correctas».
-¿Qué ocurre cuando esa trampa atrapa a nuestros políticos?
-Ya nos ha pasado. Es fácil encontrar a líderes que se han vuelto dogmáticos, que no admiten otros puntos de vista. Hoy en día, la humildad se ve como una rasgo de debilidad. Los políticos son muy criticados si dudan, si cambian de opinión sobre un tema, y consideramos que los líderes fuertes son aquellos que actúan rápidamente, con mucha convicción. Angela Merkel, por ejemplo, fue criticada por su tendencia a esperar y recopilar información antes de adoptar una postura; incluso hay un nuevo verbo alemán, merkeln, para describir esas dudas. Sin embargo, está demostrado que las personas con mayor humildad intelectual son las mejor preparadas para tomar decisiones.
-¿Está nuestro sistema educativo preparado para enseñar a nuestros hijos a no ser sólo inteligentes?
-Nuestros sistemas educativos son muy buenos para enseñarnos el conocimiento de los hechos, pero no fomentan el pensamiento crítico y racional. Asumimos que las personas adquieren esas habilidades a medida que avanzan en la vida, pero no es verdad. Generaciones enteras están pasando por el sistema educativo sin la capacidad básica de identificar cuándo están siendo engañados.
Desde que los test de inteligencia se empezaron a aplicar hace más de 100 años, la puntuación de nuestros coeficientes intelectuales no ha dejado de crecer. Cada día somos aparentemente más listos y una persona media de hoy en día habría sido considerada un genio hace un siglo. Es lo que se llama efecto Flynn. Los últimos estudios sostienen, sin embargo, que la tendencia podría estar disminuyendo, que estamos cerca de la inteligencia máxima. «Somos más inteligentes, pero en realidad no somos más sabios», sentencia Robson. «Simplemente tenemos una mayor capacidad intelectual para justificar nuestras decisiones y creencias, aunque sean erróneas y sesgadas».
José Antonio Marina dice que cuando la inteligencia crítica falla, toda la inteligencia fracasa y advierte que peor que alguien demasiado inteligente es alguien demasiado listo. «Por eso en castellano decimos ‘No te pases de listo’ pero nunca decimos ‘no te pases de inteligente’».
-¿Cuánto vale hoy nuestra inteligencia?
-Ese criterio lo marca la sociedad. Si premiáramos a los indeseables, nos saldrían indeseables como hongos.
GRANDES ERRORES DE MENTES BRILLANTES
- Steve Jobs. Cofundador y presidente de Apple y máximo accionista de Disney, murió de cáncer a los 56 años tras negarse durante meses a operarse para seguir una dieta especial de medicina alternativa.
- Linus Pauling. Premio Nobel de Química por su descubrimiento de la naturaleza de los enlaces químicos, se pasó años asegurando que los suplementos vitamínicos curaban el cáncer.
- Kary Mullis. Ganó el Nobel de Química por su descubrimiento de la reacción en cadena de la polimerasa, pero negaba la existencia del virus del sida y el cambio climático. Creía en los viajes astrales.
- Paul Frampton. Brillante físico experto en la materia oscura, fue engañado por una ex Miss Bikini en una web de citas y acabó preso por viajar con una maleta cargada de estupefacientes.
- Arthur Conan Doyle. El escritor y médico británico, creador de Sherlock Holmes, creía en las hadas, asistía a espiritistas cinco veces a la semana y decía que su mujer tenía poderes.
- Thomas Edison. Tras fabricar la primera bombilla eléctrica, desencadenó una ridícula guerra de relaciones públicas en contra de la corriente alterna y a favor de la corriente continua.