La trampa de Tucídides
No caben coartadas para la descarga de ira china sobre una isla que representa la resistencia a la tiranía comunista
Defender la libertad no puede ser nunca una provocación. El viaje de Nancy Pelosi a Taiwán podrá haber resultado imprudente y desde luego extemporáneo –«inoportuno», ha admitido la Casa Blanca– pero no inadecuado salvo para quienes consideran que un ‘statu quo’ pragmático es más importante que el respeto a los derechos humanos. O que éstos sólo significan algo en los países occidentales donde rigen sólidos (?) regímenes democráticos. Había, sin duda, mejores momentos para esa visita que ha desestabilizado el precario equilibrio geoestratégico en el Mar de China; lo que no cabe es justificar su uso como coartada de la descarga de ira militar sobre una isla que representa la resistencia a la tiranía comunista. La teoría del patio trasero, en el que cada potencia hacía lo que le venía en gana sin entrometimiento externo, caducó hace mucho tiempo, tanto como ha pasado desde la caída del Telón de Acero. Y si vuelve a tener vigencia carece de sentido el apoyo europeo a la Ucrania agredida por el imperialismo postsoviético.
La «trampa de Tucídides» es una tesis histórica sobre la inevitabilidad de la guerra cuando una potencia emergente amenaza a otra en decadencia. Su autor, Graham Allison, sugirió una relación paralela entre la tensión creciente de Estados Unidos y China y la que en la antigua Grecia enfrentó a Esparta contra Atenas. Aunque por fortuna no todos los ejemplos que propone acabaron en contienda armada, el riesgo se hace evidente en ocasiones como ésta ante el estupor –y el pánico–de todo el planeta. Allison no es historiador sino politólogo y su intención era promover la disuasión a través de una exhibición de fuerza. Pero no está nada claro que la Norteamérica de esta década esté en condiciones políticas, sociales y económicas de imponerla. De hecho ni siquiera tuvo modo de disuadir a Putin de su aventura bélica. Entre otras cosas porque las autocracias cuentan con la ventaja de una opinión pública inexistente o silenciada y pueden aguantar circunstancias en que las sociedades libres se aflojan, se atemorizan o se cansan.
Kennedy confesó que en la crisis de los misiles de Cuba le influyó la lectura de ‘Los cañones de agosto’, el clásico donde Bárbara Tuchman relata el espejismo de superioridad alemana que en verano de 1914 presagiaba un conflicto breve sin atisbar la inminencia de la gran matanza. En ese libro está también recogida la frase con que Edward Grey, el ministro británico de Exteriores, barruntó la escabechina ante unas farolas de Londres recién encendidas. «Las luces de Europa van a apagarse y quizá no las volvamos a ver brillar en nuestras vidas». En estos días de incipientes restricciones energéticas es imposible sustraerse a nuevas conjeturas sombrías y va a hacer falta mucha fortaleza moral –y mucha responsabilidad política– para espantar el hálito de congoja pesimista que domina la mentalidad colectiva.