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La última voltereta sobre la alfombra

Que la última víctima de Sánchez iba a ser el propio partido era un imperativo de justicia poética

Hemos vuelto a equivocarnos. Todos. Cuando Pedro Sánchez disolvió las Cámaras y convocó elecciones, pensamos que lo hacía para acortar la agonía del sanchismo. Los españoles se habían dado cuenta de la erosión política de su legado y habían castigado al PSOE en las urnas con un resultado que los palmeros de Ferraz no se atrevieron a vaticinarle al presidente. Confirmado el descalabro y apretando la mandíbula con el esfuerzo de un opositor, Sánchez se armó de testosterona (él sí se atreve) y convocó elecciones. Si ha de ser que sea rápido, pensaron los ingenuos. Pero no, Sánchez no convocó elecciones para acortar los estertores del sanchismo sino para garantizar su supervivencia encastillando a los suyos en el Congreso una legislatura más.

Que el PSOE es un partido homenaje al ‘boomerato’ es algo que escribí aquí hace algún tiempo. No concibo cómo alguien progresista y menor de cuarenta años puede votar socialista. Mientras Yolanda reclutaba a Pablo Bustinduy o Ernest Urtasun (revisen sus currículums) el PSOE de Madrid ratificaba su apuesta de futuro asegurándole el Congreso a Cristina Narbona o el Senado a José Manuel Franco. A por el porvenir sin miedo. Una cosa es salir a perder y otra distinta saltar al césped con jugadores retirados. En los buenos tiempos los servicios prestados se retribuían con un consejo de administración pero el PSOE ya no tiene ni dónde colocar a los suyos. Tal es la conciencia de derrota que la directora general de la Guardia Civil ha cesado para asegurarse su escaño.

Lo que sí habrá es más sanchismo en el grupo parlamentario, que es el único espacio de influencia que les quedaba a quienes han llevado el partido al abismo. Perdidos los territorios, seguiremos congraciándonos con la sintaxis manierista de María Jesús Montero al menos cuatro años más. Para custodiar la nada y para garantizar que no exista ni una voz discordante. Que la última víctima de Sánchez iba a ser el propio partido era un imperativo de justicia poética. Destruir al PSOE fue su crimen fundacional y su última voltereta de despedida sobre la alfombra.

El saldo objetivo es que hubo un Partido Socialista posible que ya no lo será jamás. Alguien tan valioso como Urquizu ha sido vetado para garantizar algo obvio: que el brillo de los capaces no empañe la mediocridad de quienes decidieron emprender una huida hacia delante. Pero en este PSOE no hay nada nuevo y estos usos se asientan sobre una ‘jurisdisprudencia’, que diría Pilar Alegría, inveterada. Este es el partido que entre Sánchez y Madina eligió al doctor por la Camilo José Cela. Ahí es nada. Algunos mascullan una rumia melancólica por un auténtico PSOE pero es un absurdo sinsentido. El socialismo en España es esto y no ningún otro contrafactual idílico. Y no es una buena noticia. Este país merece reactivar una opción socialdemócrata leal y sensata. Pero no será esta vez.

 

 

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