Nicolás Maduro y su camarilla han consumado la usurpación ejecutando definitivamente, este 10 de enero de 2025, el golpe de Estado contra la soberanía popular expresada en las urnas de votación del 28 de julio de 2024. Prevaliéndose de las armas y del férreo control político sobre todos los poderes del Estado, en medio de una feroz cacería de brujas y de una campaña de terror con los colectivos de la muerte, montó su acto de juramentación en el Salón Elíptico del Capitolio.
Como lo expresé en mi artículo de la semana pasada, el mismo sería, como efectivamente ocurrió, un evento lúgubre, casi fúnebre. Un acto donde la camarilla roja se auto juramentó con el fin de seguir ocupando los poderes del Estado. El autor intelectual del fraude juramentó a su primer beneficiario, ante la mirada cómplice de la señora que desde el TSJ lo avaló, y en compañía de toda la camarilla.
Maduro, en la ejecución de la usurpación, se quedó solo, sin pueblo y sin aliados internacionales. A pesar del inmenso esfuerzo logístico, de las diversas presiones ejercidas y de la contratación de centenares de motorizados, el vacío ciudadano se hizo presente. Caracas y el resto de las ciudades del país lucieron vacías; el luto era la nota dominante. En el Capitolio no se hizo presente ningún presidente democrático del mundo. Maduro quedó reducido al apoyo de los dictadores de Cuba y Nicaragua, así como al representante del Zar de Rusia. Lo demás poca significación tiene en este nuevo contexto geopolítico al que asistimos.
La usurpación ha quedado más evidente que nunca. El repudio interno y externo ha llegado a niveles nunca alcanzados por el régimen del socialismo del siglo XXI, porque, si bien es cierto que ya se había dado la usurpación de la voluntad ciudadana con ocasión del desconocimiento de facto a la Asamblea Nacional elegida el 6 de diciembre de 2015, la de ahora completa el ciclo, porque el asalto al poder ejecutivo la hace más evidente que en ninguna de las anteriores violaciones al orden público constitucional.
Ciertamente, nuestra nación se siente indignada y hasta frustrada por no haberse producido en estas fechas el desalojo del poder de Maduro y su camarilla. Más allá de la forma como se presentó el evento de investidura, la importancia jurídica y política de la fecha del 10 de enero es que el mundo fijó su atención, precisamente, en la consumación del delito de usurpación del poder que viene a acumularse a todos los crímenes de lesa humanidad y de corrupción, debidamente documentados, cometidos por el dictador y sus acólitos.
Comienza ahora otra etapa en esta lucha por la democracia. La resistencia será fundamental para mantener firme nuestro repudio a la dictadura y a sus agentes. Ya no hay espacio para la política en los términos en que una sociedad democrática lo hace. Todos los derechos están desconocidos y confiscados para quienes rechazamos al régimen. Hacer política constituye en estos tiempos un desafío y un riesgo muy elevado, pero quienes hemos asumido ese reto solo tenemos nuestras ideas, nuestras humanidades, nuestra voz y nuestra voluntad para resistir la ignominia, la represión y, sobre todo, la pretensión de una rendición.
La dictadura pretende, además del control físico basado en los fusiles, tanques y pistolas, lograr un control mental y espiritual de la nación. Buscan derrumbarnos espiritualmente, convencernos de que son invencibles, someternos a su narrativa mentirosa y manipuladora. Pretenden, luego de un burdo fraude y de una feroz represión, seguir presentándose ante nosotros y ante el mundo como demócratas, pacifistas y nacionalistas. Todos sabemos que son todo lo contrario: son gorilas, asesinos, violentos, corruptos y entreguistas.
Nuestra primera fila de resistencia está en el alma colectiva, en la psique, en el espíritu de la nación. Allí debemos colocar los diques para impedir que la guerra psicológica lanzada por la camarilla roja gane espacio. Ya consumada la usurpación por la vía de la fuerza, “por las malas”, como nos lo anunció el propio Maduro, con el uso de las armas, nace el legítimo derecho a la rebelión ciudadana establecido en el artículo 350 de nuestra Constitución.
Estoy seguro de que ahora el final de la dictadura va a darse en cualquier momento, porque un régimen basado en la fuerza, sin legitimidad y legalidad, con el repudio de la nación y de la comunidad democrática internacional, terminará implosionando y siendo desplazado de sus espacios de poder.