La utopía fallida de Gustavo Petro
Todos estos proyectos, cimentados en las palabras bonitas, suelen conducir al fracaso
La situación es tan crítica, tan dramática y peligrosa, que miles de colombianos han tenido que cruzar la frontera para buscar refugio en la Venezuela de Maduro. Parece absurdo, y lo es, que una dictadura vesánica resulte más confortable que una democracia, pero cuando dos grupos mafiosos involucran a la población civil en su guerra interna no hay más opción que salir huyendo a donde sea. Ha ocurrido esta semana en el nororiente de Colombia, el Catatumbo, una zona infestada de cultivos de coca y disputada por las disidencias de las Farc y el ELN. Sus choques han dejado un balance de unas ochenta personas asesinadas y más de treinta mil desplazadas, pero no sólo eso. También han dejado moribundo el proceso de paz de Petro. La Paz Total, el núcleo del programa con el que ganó la presidencia, prometía el silencio de los fusiles y la coordinada reinserción de todos los grupos mafiosos, guerrilleros y paramilitares del país, hasta de las pandillas urbanas y los grupos criminales, por obra y milagro de la voluntad de Petro. La ambición descomunal de este propósito, su fatal desconsideración con la realidad, convertía desde el principio la Paz Total en una utopía. Prometía conseguir en cuatro años lo que no se había logrado en más de medio siglo, resolviendo de un tajo y al mismo tiempo todos los problemas del país. Tan seguro de sí mismo iba, que a Petro incluso le sobraba tiempo para detener el cambio climático y pacificar a la humanidad entera. Su plan era, en realidad, la Paz Total para Colombia y el mundo, como alguna vez dijo uno de sus cancilleres.
Pero todos estos proyectos, cimentados en las palabras bonitas y no en diagnósticos serios de la realidad, suelen conducir al fracaso. A los grupos armados les vino de maravilla la negociación, porque mientras sus voceros hablaban y hablaban, sus comandantes seguían traficando, fortaleciéndose y expandiendo su dominio hasta donde lo permitieran los otros grupos mafiosos. No había un motivo para concretar un acuerdo. La Paz Total era una fantasía que no corregía, sino que perpetuaba, uno de los grandes problemas del país. Siempre se ha dicho: Colombia tiene más territorio que Estado, y se sabe, porque se ha diagnosticado mil veces, que esta incapacidad del gobierno central de hacerse presente en toda su geografía ha sido la causante de múltiples violencias. En lugar de corregir ese problema, Petro se enamoró de una abstracción inútil.
Su propio ejemplo como guerrillero desmovilizado pudo haber sido provechosa para persuadir al ELN, a sus líderes ideologizados, al menos. Pero el apetito de totalidad lo llevó a buscar lo imposible. Es el vicio del utopista, despreciar la reforma y el avance paulatino porque sólo se conforma con la imagen perfecta que asoma en sus visiones. El ideal siempre estará por encima de lo posible, sin importar que el destino de esa búsqueda de perfección sea el desengaño y la vuelta al punto de inicio. Está ocurriendo en Colombia. Lo terrible es que allí ese inicio siempre es la guerra.