La verdadera historia de Pablo Escobar, el narcotraficante que asesinó a 10.000 personas
Crímenes, orgías con menores, complots políticos y comercio ilegal de drogas a escala internacional. Pablo Escobar es lo más parecido que ha existido en los últimos años a un bandolero de aquellos que con su caballo y su par de revólveres asolaban los pueblos del salvaje oeste. La comparación no es en balde, pues a este narcotraficante le encantaba disfrazarse de Pancho Villa cuando hacía fiestas junto a sus amigos. Con todo, este capo de la droga consiguió superar a aquellos cuatreros de medio pelo que vagaban por el desierto sin más amigos que su caballo y su escopeta. Y es que logró ganarse el cariño del pueblo colombiano a pesar de que las autoridades le vincularon con más de 10.000 asesinatos.
La historia de este narcotraficante ha vuelto a copar la actualidad después de que haya salido a la luz «Escobar. Paradise Lost», un largometraje en el que el puertorriqueño Benicio del Toro lucirá una frondosa melena para interpretar al que, según muchos, es uno de los criminales más sanguinarios del Siglo XX. Dirigida por Andrea Di Stéfano, la película fue estrenada el pasado viernes 14 de noviembre y ya ha causado gran revuelo en taquilla. Sin embargo ¿Cuál es la verdadera historia de Pablo Escobar? ¿Era un hombre tan sanguinario como se presenta en los libros?
La infancia de un capo de la droga
Pablo Escobar Gaviria -o «El Patrón», como fue conocido durante una buena parte de su vida adulta- vino al mundo el 1 de diciembre de 1949 en Rionegro, un pequeño pueblo a menos de 40 kilómetros de Medellín (Colombia). El tercero de siete hermanos (tres chicas y cuatro chicos), nació un jueves a las doce de la mañana y recibió su nombre de uno de los apóstoles de Jesús, lo que denotaba la religiosidad de su familia. Como señaló posteriormente su madre Hemilda en una entrevista, el futuro narcotraficante siempre fue su predilecto, lo que hizo que le mimara hasta la extenuación.
Sin embargo, vivir bajo esa sobreprotección no le impidió desarrollar su ingenio y convertirse, a una corta edad, en un niño inteligente. «Pablo heredó la inteligencia de mí y la honradez de su padre», destacaba Hermilda en unas declaraciones recogidas por el periodista y político colombiano Fabio Alonso Salazar para su libro «Pablo Escobar». Tal era su precocidad que, en cuanto tuvo los años suficientes para conocer la importancia del dinero, se devanó los sesos para poder conseguirlo rápidamente. «Desde pequeño alquilaba bicicletas y revistas de cómics -aquellas del Llanero Solitario, del Zorro y del Santo que leían los jóvenes de los años sesenta», añadía su madre.
Durante su adolescencia, Pablo se asoció con su primo-hermano Gustavo Gaviria para trabajar en una fábrica de lápidas. Durante meses, ambos viajaron de pueblo en pueblo tratando de vender su producto entre los familiares que habían perdido a un ser querido. Sin embargo, no tardaron en descubrir una forma ilegal de incrementar las ventas del negocio. «Encontraron una variante: robaban lápidas de mármol del cementerio de San Pedro, donde las familias ricas de Medellín tenían lujosos panteones, para venderlas a recicladores», añade el periodista sudamericano en su biografía sobre Escobar. Curiosamente, estos datos han sido negados de forma posterior por varios historiadores a pesar de que fueron confirmados por su propia madre.
El inicio en el narcotráfico
En 1972, cuando apenas contaba 22 años, Pablo ya se había dado a conocer en Medellín por sus pequeños coqueteos con el crimen. Ese año ya había creado una banda de maleantes famosa por desvalijar coches y vender mercancía de contrabando. Niñerías para lo que le esperaba ya que, con el inicio de la exportación masiva de cocaína a Estados Unidos desde Colombia, este joven empezó a hacer las veces de intermediario entre los productores de la droga del país y aquellos que la transportaban hasta Norteamérica, donde causaba furor.
El uso indiscriminado que hacía de la violencia (según sus seguidores, «si las cosas no se hacían como él quería, asesinaba al culpable y seguía disfrutando de la cena») pronto le hizo subir escalones en el mundo de la droga. Fue en ese momento cuando empezó a llevar dinero a su casa, algo que su madre no ha condenado. «Él fue ambicioso, como todos lo somos, quería plata para tener bien a su familia, especialmente para tener bien a sus papás, a sus hermanos y pues también para mantener a la mujer muy bien tenida. Pero nunca le quitó un centavo a nadie», destacaba Hemilda después de la muerte de su hijo.
En los años posteriores, Pablo y su primo-hermano empezaron a aprender el oficio a la sombra del contrabandista Alfredo Gómez López (apodado «El Padrino») quien les permitió conseguir dinero rápido a cambio de entregar su vida a la droga (algo casi literal, pues se convirtieron en guardaespaldas de los grandes convoys de estupefacientes que llegaban a la ciudad). En esta época fue cuando Escobar empezó a destacar entre el resto de pequeños traficantes gracias a que lograba mantenerse sereno en las situaciones de mayor tensión y, al contrario que muchos otros, se negaba a probar el «polvo blanco». De hecho, los que le conocieron han afirmado en varias ocasiones que despreciaba a aquellos que eran adictos, pues los consideraba débiles de corazón.
Por ello, Pablo se convirtió rápidamente en un estupendo «mosca» (aquella persona que iba al frente de la caravana de vehículos cargados con droga sobornado a las autoridades para que sus compañeros no corrieran peligro). «Los patrones veían a Pablo como un hombre serio, que no bebía, ni siquiera fumaba, y le encomendaron el trabajo de mosca, en el que llegó a guiar caravanas de hasta cuarenta camiones de contrabando y en el que ganó muchos pesos», añade Salazar en su obra. En esta época, como bien señala el mismo autor, el contrabandista adquirió una costumbre que siguió durante toda su vida: acostarse muy tarde y levantarse también tarde. «El cerebro funciona mejor por la noche», solía decir.
La droga y la política
Con el paso de los años, los ingresos de Escobar fueron aumentando hasta tal punto que, en 1974, asumió la tarea de llevar él mismo los cargamentos de cocaína hasta Estados Unidos. En 1976 dio un paso más y construyó sus propios laboratorios de procesamiento de cocaína. Ese mismo año formó el Cartel de Medellín, una organización delictiva dirigida por él y que contaba con una infraestructura tal que abarcaba los tres escalones del mundo de la droga: la producción, el transporte y la venta.
Durante esos años el dinero entró a espuertas en los bolsillos de Escobar, que logró controlar el 80% del tráfico de este estupefaciente que llegaba a Estados Unidos. A los 29 años ya era totalmente rico, un objetivo que se había propuesto en su juventud al afirmar que, si a los 25 no tenía un millón de pesos, se suicidaría. «Te salvaste del suicidio, bacán», solía decirle a modo de broma uno de sus fieles (el cual mantiene el anonimato en el libro de Salazar).
Hasta los topes de «cash», y tras haber demostrado la efectividad que tenía la ley de «plata o plomo» con las autoridades y los funcionarios (o coges el dinero y te dejas sobornar, o te cosían a balazos) Escobar se planteó su siguiente objetivo: conseguir llegar a la política para otorgar un velo de legalidad a sus sucios negocios. Para ello, Pablo trató de ganarse el voto del pueblo de múltiples formas, ya fuera construyendo más de 100 campos de fútbol en los distritos más desfavorecidos, o edificando un barrio para las clases bajas de la región que fue conocido como «Medellín sin Tugurios». Todo pagado con dinero de la cocaína.
Un ejemplo de la cantidad de dinero que se gastaba en contentar a los ciudadanos pudo verse en uno de los barrios más pobres de la región. «En sus obras sociales, Pablo no se olvidó tampoco de La Paz, el barrio de su infancia. El estreno de la cancha que construyó e iluminó allí fue esplendoroso. Campeonato de fútbol, concursos, transmisión por las cadenas de radio e ilustres visitas. Mientras una banda interpretaba ritmos caribeños en el centro del campo aterrizó un helicóptero del que descendió, para asombro de los espectadores, Virginia Vallejo, la diva de la televisión colombiana», completa el periodista en su texto.
Estas medidas, aunque populares entre las clases bajas de Colombia, le granjearon el odio de los políticos, quienes le acusaron de populismo. No opinó lo mismo su hermano (apodado «el Osito») en una entrevista concedida hace poco al «Canal Historia»: «A Pablo le dolía mucho ver sufrir a la gente. Creía que todos aquellos pobres debían vivir dignamente y tener sus propias casas e iglesias. Quería que vivieran bien». Fuera como fuese, lo cierto es que, con 32 años, logró convertirse en congresista sustituto por el partido Alternativa Liberal. El zar del narcotráfico se sentía querido por el pueblo.
Un rey amante de las menores
La llegada masiva de dinero (se cree que el narcotraficante contaba con una fortuna de 20.000 a 25.000 millones de dólares) hizo que Escobar diera rienda suelta a una vida de excesos. Uno de sus primeros actos de derroche fue adquirir unos terrenos de 7.400 acres en un pueblo cerca de Medellín. Tras invertir en ellos 62 millones de dólares (unos 50 millones de euros) la «Hacienda Nápoles» (como la hizo llamar) terminó pareciéndose a la finca de un emperador.
«Contaba con una casa central con todas las comodidades: bar, piscina, salón de juegos, comedor para setenta personas, unas cavas en las que guardaba toneladas de comida para un batallón, una pista de aterrizaje, hangar, setenta motos, carros anfibios, camionetas, esquís, aerobotes, estación de gasolina, centro médico y caballerizas. Tenía una casa adicional a unos cinco minutos de la casa del mayordomo, comunicada con un carreteable. A la inauguración invitó a una multitud. Pablo llegó en su primer helicóptero», destaca Salazar en su obra.
Sin embargo, el plato fuerte de la «Hacienda Nápoles» era un zoológico de animales exóticos que Pablo ordenó crear en la zona. El narcotraficante mandó importar unos mil animales entre los que destacaban -entre otros- rinocerontes, camellos, elefantes, alces, hipopótamos o toros. En principio, el colombiano también llevó a varios monos, aunque finalmente los liberó en medio del bosque debido a su mal olor. El recinto era visitado todos los fines de semana por cualquiera que lo desease sin recargo ninguno, pues Escobar consideraba que el lugar pertenecía al pueblo y que sus habitantes no podían pagar por algo que era suyo.
En la «Hacienda Nápoles» tampoco faltaban las fiestas desenfrenadas llenas de chicas menores de edad (aquellas preferidas por Escobar a la hora de mantener relaciones sexuales). Así pues, y aunque el narcotraficante se había casado a los 25 años con una adolescente de tan sólo 15, no reprimía sus deseos y organizaba auténticas orgías dentro de los muros de la vivienda. En ocasiones, y tal y como explica el escritor e investigador Simos Strong en un reportaje sobre el narcotraficante para el «Canal Historia», los secuaces del Cartel de Medellín con su jefe a la cabeza «invitaban» a varias niñas a pasar la noche con ellos al salir de la escuela. A la mañana siguiente, si alguna amenazaba con avisar a la policía, era asesinada sin ninguna ceremonia.
Cientos de fechorías, asesinatos y extorsiones
Pero la par que se hacía un nombre en el mundo del narcotráfico, también aumentaba su crueldad. Con su llegada al poder, Colombia se vio inmersa en una ola de narcoterrorismo contra jueces, fiscales, policías, militares y políticos. Todo aquel que se oponía a su reinado de la cocaína era asesinado después de que algún «parrillero» (como se llama en Sudamérica a aquellas personas que van de acompañante en una moto) le acribillara con un subfusil. «La tarifa era: 2 millones de pesos (unos 900 dólares de hoy) por policía, 3 millones (1.000 dólares) por sargento, 10 millones (5.000 dólares) por teniente», explicaba en una entrevista Jhon Jairo Velásquez Vásquez (alias «Popeye») uno de sus principales sicarios.
Según se cree, sólo hacía falta una palabra del capo para que sus sicarios actuaran: «Hágale». Con este término, la maquinaria del cartel se ponía en marcha hasta que el interfecto acababa en una caja de pino, una práctica que se acrecentó cuando Escobar fue expulsado de la política. ¿La causa? El Ministro de Justicia colombiano Rodrigo Lara Bonilla logró demostrar su relación directa con el narcotráfico y que se financiaba a través de la droga. Por desgracia, la persecución que ese hombre hizo de «El Patrón» le costó la vida en 1984, año en que murió ametrallado dentro de su coche.
Algo tristemente similar le sucedió a Guillermo Cano Isaza (el director del periódico «El Espectador») cuando, en 1986, fue asesinado frente a la sede de su diario por hacer públicos los turbios negocios de Escobar. Posteriormente (unos tres años después) el rotativo volvió a ser atacado, aunque en esta ocasión con 135 kilos de explosivo que destrozaron una buena parte de su edificio principal. El artefacto, como solía suceder en el caso del narcotraficante, estaba elaborado a base de dinamita, una sustancia que él consideraba «la bomba atómica de los pobres».
A partir de ese momento los ataques -ya de por si asiduos- se convirtieron en habituales a lo largo y ancho de Colombia. Uno de ellos es, a día de hoy, recordado por su crueldad. Concretamente, se sucedió en 1989 cuando Escobar ordenó hacer explotar medio kilo de dinamita cerca del edificio del Departamento Administrativo de Seguridad (o «DAS» un grupo que hacía labores de policía antiterrorista y que perseguía al Cartel de Medellín). Un total de 70 personas perdieron la vida y los heridos se contaron en más de 500. Ese mismo año, «El Patrón» hizo saltar por los aires en pleno vuelo un avión de «Avianca» al creer que en él viajaba el candidato a la presidencia César Gaviria, quien se había quedado finalmente en tierra. Perdieron la vida 110 personas.
Durante su etapa al frente del Cartel, la justicia le atribuyó la autoría (directa o indirecta) de más de 10.000 personas, cifra que le hizo ganarse multitud de apelativos desagradables entre sus enemigos. «La DEA (Departamento Estadounidense Antidroga) le define como el mayor criminal de la historia. En Colombia, el general Miguel Zarza, su archienemigo, que le persiguió de manera sistemática e implacable contra quien Pablo hizo estallar dos cargas apocalípticas de dinamita- le describe como un hombre excepcional, una de esas personas que la naturaleza produce cada siglo entre millones, que desperdició su vida haciendo el mal», completa el periodista colombiano en su obra.
Encerrado en su propia cárcel
Sin embargo, sus malas artes terminaron condenándole a prisión. Concretamente, todo comenzó en 1979 cuando Estados Unidos solicitó que los criminales colombianos que habían actuado en sus fronteras fueran extraditados y juzgados en su país. A pesar de que la norma se aceptó en principio, la gran ola de atentados perpetrados posteriormente por el patrón hizo recular al gobierno sudamericano. Sin más remedio para cortar las decenas de muertes que se estaban sucediendo, el presidente llegó a un acuerdo con Pablo: sólo revocarían la ley si él se entregaba a las autoridades locales y acababa entre rejas. El capo aceptó, aunque puso una condición: la prisión sería construida por él.
El acuerdo se materializó el 19 de junio de 1991, día en que Pablo Escobar entró a «La Catedral». No obstante, aquel edificio era todo menos una prisión, pues contaba con habitaciones de lujo, gimnasio, una cancha de fútbol, varios salones de juego y hasta una catarata natural. Tampoco se podía decir que el narcotraficante estuviera confinado allí, pues salía y entraba a placer, además de celebrar todas las noches fiestas y orgías en su interior. Tales eran las actividades que se llevaban a cabo en aquel lugar, que cuando las descubrió la prensa, al Gobierno no le quedó más remedio que hacer público que iba a trasladar a «El Patrón» a una celda de verdad. Escobar no estaba dispuesto a tolerar aquello, por lo que se fugó el 21 de julio de 1992.
Los últimos momentos
Tras escapar, el Cartel de Medellín no dio tregua a las autoridades y comenzó una nueva campaña de asesinatos de manos de más de un centenar de sicarios. Pero el final de Escobar estaba cerca, y el propio narcotraficante lo sabía. Todo se debía a que el gobierno había creado un grupo especial con más de 500 hombres (el «Bloque de Búsqueda») para encontrar y acabar con su vida. En los siguientes meses, esta unidad mantuvo bajo una estrecha vigilancia a Escobar. Finalmente, el 1 de diciembre de 1993 (un día después del cumpleaños de Pablo), las autoridades prepararon un gran operativo para poder capturarle en cuanto fuera localizado. Sabían que se encontraba en Medellín y únicamente necesitaban una llamada para rastrear su posición. Sólo cabía esperar.
La deseada conexión telefónica llegó el 3 de diciembre, cuando Escobar contactó con su hijo. Al instante, las autoridades descubrieron que se escondía en un chalet adosado de una urbanización de clase media de Medellín y fueron en su busca. Junto a él se encontraba además Álvaro de Jesús Agudelo (alias «El Limón»), uno de sus más conocidos guardiaespaldas. El asalto a la propiedad, según escribió posteriormente Aguilar -uno de los coroneles del Cuerpo de Élite de Policía de Colombia encargado de la captura- se sucedió de la siguiente forma: «Pablo conversaba por el teléfono con su hijo Juan Pablo y confundió los estruendos en la puerta con los ruidos de una construcción vecina. Tres hombres de la policía entraron preparados para disparar, pero se encontraron con la primera planta vacía».
Cuando el narcotraficante se percató de lo que sucedía, todo cambió. «Pablo se despidió de la persona con quien hablaba por teléfono, buscó la ventana por donde ha salido el Limón y le siguió por el techo. Volvió su mirada y vio a un policía en la ventana, le disparó con una pistola automática Zig Sauber. El oficial se tiró al piso. Los policías que cubríann la parte trasera de la casa les dispararon con fusiles R15. El Limón cayó sobre la acera y Pablo sobre el caballete del tejado. El oficial al mando gritó: ¡Viva Colombia! Le agarró de la camiseta azul, esbozó una leve sonrisa y posó con su presa ante la cámara», señaló Aguilar. Finalmente, había fallecido Pablo Escobar Gaviria, al que, en los días siguientes, muchos ciudadanos del país lloraron.