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La verdadera muerte de Napoleon Chagnon

En 1990, el Foro de Sao Paulo dirigido por Fidel Castro, comenzó a diversificar las formas de subversión en la región al fomentar movimientos políticos por los derechos de los indígenas y la promoción del separatismo étnico, cobijándolos bajo la premisa ideológica de una identificación pan-indígena, opuesta a Occidente. Para eso, contactaron a diversos antropólogos dentro de las universidades latinoamericanas, norteamericanas y europeas, para impulsar una nueva antropología crítica, progresista, comprometida y militante, en contraposición a la ciencia y a la antropología académica tradicional. Desde entonces, muchas disciplinas académicas padecen los embates de una «nueva inquisición», esta vez contra la ciencia, emprendida por la llamada izquierda posmodernista o deconstruccionista. Esta nueva visión de la ciencia argumenta, entre otras cosas, que no hay tal observación objetiva, que los hechos son elaboraciones políticas y que la ciencia es un instrumento de opresión.

Otro de los objetivos implicaba la ocupación de los ricos yacimientos minerales de Guayana y Amazonas. A partir del año 2000, los asesores cubanos formados por la Stasi en La Habana le ordenaron al régimen chavista borrar todo trazo de legitimidad intelectual de científicos e intelectuales con pensamiento crítico, mediante la utilización del mismo procedimiento (Zersetzung), implementado con éxito en la antigua URSS y en los países ocupados por el Pacto de Varsovia. Como el desprestigio público y el asesinato intelectual es parte de ese método, inventaron un complot inverosímil para justificar la expulsión de los científicos venezolanos de los territorios de Amazonas y Guayana, para proceder así a su ocupación del ecosistema selvático. Como parte de la trama, reclutaron a Patrick Tierney, un periodista con visos mitómanos, al cual le asignaron un equipo de antropólogos de la izquierda académica norteamericana para que lo asesoraran y nutrieran su estilo sensacionalista. Con el apoyo del conocido diario The New York Times, que comenzaba a desviar su línea editorial hacia noticias y hechos sin confirmación, inaugurando así las fake news, se creó una matriz de opinión adversa a la ciencia en Venezuela, con el fin de desprestigiar a conocidos científicos y académicos, entre ellos al doctor Marcel Roche y a instituciones como el IVIC.

Tierney y los antropólogos “comprometidos” de la izquierda académica norteamericana escogieron muy bien el blanco de sus alegatos: al bioetnógrafo Napoleon Chagnon, una autoridad en cuanto al estudio de los yanomamis, con el que habían trabajado importantes científicos venezolanos. Durante un período de 30 años, Chagnon participó u organizó alrededor de 20 expediciones al Amazonas venezolano, levantando una base de datos sin precedentes sobre la etnia yanomamö.

En su libro Yanomamö: La gente feroz (Yanomamö: The Fierce People,1968), Chagnon profundizó sus estudios de sociobiología relativos a la selección natural, adentrándose en la biogenética de esta tribu para indagar, entre otros aspectos, el origen de su belicosidad, que lo hacen referirse a los yanomamis como «nuestros ancestros contemporáneos que viven en un estado de guerra permanente”. A lo largo de sus observaciones de campo constató: “Mediante la violencia, el varón yanomami parece acrecentar su éxito social, reproductivo y el de su linaje, haciéndose más apto para sobrevivir».  Esto molestó a los que sostienen la idea del “noble salvaje” y su “sociedad comunista” del nuevo mundo acuñada por Thomas Moore en 1516, que con los años se convirtió en teoría política. De allí que, en uno de sus primeros artículos, Tierney lo tildó de “antropólogo feroz” («The Fierce Anthropologist», The New Yorker, 09/10/00), por haber descrito a los yanomamis como una tribu de hombres belicosos, como si los yanomamis no fueran humanos o no usaran la violencia para defender a sus mujeres del rapto de sus rivales.

El asesinato intelectual como método de feroces académicos

Diversos autores coinciden en denunciar que esa guerra sucia en la academia buscaba el “asesinato de la personalidad y la reputación” de Napoleon Chagnon y de aquellos que tienen ideas contrarias a la antropología crítica, sea por manejar tesis evolucionistas o por participar de las ideas de la antropología dinámica. Esta última sostiene que las culturas son estructuras activas y dinámicas, abiertas al intercambio y que constantemente se reactualizan. Los antropólogos críticos, herederos del funcionalismo anticolonial, sostienen que en las sociedades primitivas no hay transformación o progreso, sino una estructura cerrada de valores repetitivos, las cuales hay que aislar y preservar. Ninguna extrañeza causó a los asistentes a la convención anual de la Asociación Americana de Antropología escuchar a la antropóloga Nancy Sheper-Hughes, de la UC-Berkeley, hacer un llamado a los antropólogos para convertirse en “testigos” de situaciones societarias en vez de ser “observadores objetivos”.

El otro blanco del complot fue el doctor Marcel Roche (1920-2003), quien fue el creador del Instituto de Investigaciones Médicas y director del Instituto Venezolano de Neurología e Investigaciones Cerebrales (IVNIC), que dio origen al Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC), fundador del Conicit y editor de la revista Interciencia. Tierney escribe una historia digna de una novela de ciencia ficción, en la que describe al doctor Roche asociado a una trama secreta de experimentos radiactivos con humanos, dirigidos por la Comisión de Contingencia de la Bomba Atómica (Atomic Bomb Casualty Commission, ABCC), conduciendo una investigación en el Amazonas venezolano, en la cual los indígenas fueron sometidos a experimentos para estudiar la influencia de la radiación atómica sobre los genes de los sobrevivientes. Estos supuestos experimentos formarían parte integral del Proyecto Manhattan y habrían sido conducidos a finales de los años sesenta para comprobar “tesis eugenésicas” sobre la “supervivencia del más fuerte”.

Ante las graves denuncias de Tierney, diversas instituciones científicas y académicas de reconocido prestigio, tales como la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos, la Asociación Americana de Antropología, la Sociedad Internacional de Genética, la Universidad de Michigan y la Universidad de California, para citar algunas de ellas, ordenaron a sus respectivas comisiones de ética realizar investigaciones para corroborar la veracidad de tan graves denuncias. Sus conclusiones fueron que dichas acusaciones y las supuestas pruebas carecían de veracidad. La verdadera historia es que el doctor Roche fue quien por primera vez utilizó radioisótopos con fines médicos en Venezuela para estudiar la deficiencia de yodo, la causa más común de bocio endémico en el país. En primer lugar, estudió la absorción de yodo radioactivo en la población normal, eutiroidea, de Caracas, y en 1954-1955 condujo un amplio estudio en los Andes venezolanos donde había muchos pueblos en los que el bocio era la regla y no la excepción. Debido a lo remoto y aislado de la región amazónica, era lógico realizar estudios similares entre sus indígenas. En 1959 realizó un primer estudio entre las tribus maquiritare y guajaribo (sanema-yanomami) del Alto Ventuari. Este estudio se extendió hasta la región del río Mavaca. En el año 1968, como parte de la expedición donde participó Chagnon, el doctor Roche extendió su estudio de absorción y excreción de yodo a los yanomami de la región de Ocamo (…) En todos estos estudios utilizó de 5 a 30 microcuríes para determinar la absorción de yodo y en algunos casos 100 microcuríes para estudios cinéticos. La mente alterada de Tierney tomó estos procedimientos estándares para comparar a Roche con Joseph Mengele.

Las temerarias acusaciones de Tierney, cuya trama estuvo basada en ficciones y en las intrigas de una guerra sucia desatada en la academia alentada por antropólogos y científicos marxistas, lograron su objetivo, que fue el de minar la credibilidad de Chagnon y de otros científicos impidiéndole desde entonces la entrada al estado Amazonas, región de gran importancia geoestratégica para el país, dejando el campo libre a quienes deseaban asumir el control de esos territorios: oscuras corporaciones transnacionales interesadas en la prospección de minerales estratégicos como el uranio y el coltán; la guerrilla colombiana, aliada al narcotráfico, que necesitaba ampliar su franquicia en la extracción de oro dentro de la frontera venezolana, así como otros grupos y organizaciones criminales afectas al régimen chavista.

La verdadera muerte del etnógrafo Napoleon Chagnon aconteció el pasado 21 septiembre. Como bien lo describe el etólogo Richard Dawkins (Napoleon Chagnon is a Living World Treasure, 2019), “Chagnon llegó en el momento justo para el yanomamö y para la antropología científica. La invasión de la civilización estaba a punto de cerrar la última ventana a un mundo tribal que encarnaba la desaparición de pistas sobre nuestra propia prehistoria: un mundo de verdes jardines donde habita esta etnia compuesta por parientes que se fisionan en subgrupos genéticamente sobresalientes en el combate masculino, de la defensa de sus mujeres, de la venganza generacional, de complejas alianzas y enemistades, de redes de obligaciones y calculadas deudas, de rencores y gratitudes que podrían ser la base de gran parte de nuestra psicología social e incluso del derecho, la ética y la economía. El extraordinario cuerpo de trabajo científico de Chagnon ha sido utilizado durante años, no solo por antropólogos sino por psicólogos, humanistas, literatos, científicos de todo tipo, que han hurgado en su obra ¿quién sabe qué percepciones sobre las raíces profundas de nuestra humanidad?”.

 

 

 

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