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La ‘victoria aplastante’ que no fue: Trump y sus aliados inflan su estrecha ventaja

Exterior de la Trump Tower el día después de las elecciones de EE. UU. El equipo del presidente electo Donald Trump se ha referido repetidamente a su triunfo como una “victoria aplastante”. Credit…Karsten Moran para The New York Times 

La noche en que ganó un segundo mandato, el presidente electo Donald Trump se regocijó en el momento. “Estados Unidos nos ha dado un mandato poderoso y sin precedentes”, se jactó. En las dos semanas transcurridas desde entonces, su campaña se ha referido en diversas ocasiones a su “victoria aplastante”, incluso para comercializar artículos de Trump como el “vaso oficial de la victoria de Trump”.

Pero según las medidas numéricas tradicionales, la victoria de Trump no fue ni sin precedentes ni aplastante. De hecho, se impuso con uno de los márgenes de victoria más pequeños en el voto popular desde el siglo XIX y no generó nada que se pareciera a una victoria aplastante.

La desconexión va más allá de la previsible fanfarronería trumpiana. El presidente entrante y su equipo están tratando de consolidar la impresión de un “margen rotundo”, como lo llamó un asesor, para hacer que Trump parezca más popular de lo que es y fortalecer su posición para imponer su agenda en los próximos meses.

El fracaso de la posible nominación de Matt Gaetz como fiscal general el pasado jueves demostró las dificultades que tiene Trump para forzar a un Congreso republicano a aceptar sus ideas más provocativas. Aunque Gaetz, excongresista republicano por Florida, negó las acusaciones de haber asistido a fiestas sexuales y de drogas, y de haber mantenido relaciones sexuales con una menor, resultaron demasiado incluso para los republicanos deseosos de seguir gozando de la simpatía de Trump.

Con algunos votos aún por contar, el recuento utilizado por The New York Times mostraba a Trump ganando el voto popular con un 49,997 por ciento en la noche del jueves y parece probable que caiga por debajo de esa cifra una vez que se conozcan los resultados finales, lo que significa que no alcanzaría la mayoría. Otro recuento utilizado por CNN y otros medios le otorga un 49,9 por ciento. Según cualquiera de los dos cálculos, su margen sobre la vicepresidenta Kamala Harris era de alrededor de 1,6 puntos porcentuales, el tercero más pequeño desde 1888, y podría acabar siendo de alrededor de 1,5 puntos.

“Si la definición de victoria aplastante es que ganas tanto el voto popular como el voto del Colegio Electoral, esa es una nueva definición”, dijo Lynn Vavreck, profesora de ciencias políticas de la Universidad de California en Los Ángeles y autora de Identity Crisis, un libro sobre la primera elección de Trump, en 2016. “No clasificaría este resultado como una victoria aplastante que se convierte en evidencia del deseo de un gran cambio de dirección o política”.

Pero Trump tiene un claro interés en presentarlo de esa manera mientras busca transformar Washington. “Obviamente, te da más impulso decir: ‘La gente ha hablado y quiere mi conjunto de políticas’”, dijo Vavreck. “Nadie gana ningún tipo de influencia al salir y decir: ‘A duras penas gané, y ahora quiero hacer estas grandes cosas’”.

Mientras reúne un gabinete y configura un gobierno durante la transición, Trump ciertamente está actuando como si tuviera el tipo de capital político que proviene de una gran victoria. En lugar de elegir líderes con un amplio atractivo, está optando por figuras muy poco convencionales con escándalos que explicar, casi como si tratara de doblegar a los republicanos del Senado a su voluntad.

Cuando se le preguntó sobre la caracterización que el presidente electo hizo de su victoria, la campaña de Trump envió una declaración de Steven Cheung, su director de comunicaciones, atacando al Times y repitiendo las afirmaciones generales. “El presidente Trump ganó de manera dominante e histórica después de que los demócratas y los medios de comunicación falsos difundieran mentiras y desinformación durante toda la campaña”, dijo.

Trump no sería el primer presidente recién electo o reelegido que asume que su victoria le dio más libertad política de la que realmente tenía. Bill Clinton intentó convertir su victoria por 5,6 puntos en 1992 en un mandato para revisar por completo el sistema de salud del país, un proyecto que le explotó en la cara y le costó a su partido las dos cámaras del Congreso en las siguientes elecciones legislativas.

George W. Bush también pensó que su victoria de 2,4 puntos en 2004 lo facultaría para revisar el sistema del Seguro Social, solo para fracasar y perder el Congreso dos años después. Y el presidente Biden interpretó su victoria de 4,5 puntos sobre Trump en 2020 como una misión para impulsar algunos de los programas sociales más expansivos desde la Gran Sociedad, y luego vio cómo los republicanos tomaban el control de la Cámara de Representantes en 2022 y de la Casa Blanca y el Senado dos años después.

“Los nombramientos de Trump ya han demostrado que continuará una tradición bipartidista de presidentes que sobreinterpretan su mandato electoral”, dijo Doug Sosnik, quien fue asesor principal de Clinton en la Casa Blanca.

Los verdaderos triunfos han sido inequívocos, como el de Lyndon Johnson en 1964 por 22,6 puntos, el de Richard Nixon en 1972 por 23,2 puntos y el de Ronald Reagan en 1984 por 18,2 puntos. En los 40 años transcurridos desde aquella victoria de Reagan, ningún presidente ha ganado el voto popular por dos dígitos.

Trump tiene legítimamente mucho de lo que presumir tras las elecciones de este mes sin necesidad de exagerar. Aganar un segundo mandato, ha demostrado una notable determinación política y resiliencia, superando toda una vida de escándalos e investigaciones, dos juicios políticos, cuatro acusaciones, diversas sentencias civiles y una condena por 34 cargos de delito grave. Solo otro presidente derrotado, Grover Cleveland, había tenido éxito antes en su regreso, y en 1892 no tenía un bagaje político tan pesado.

Además, Trump ganó el voto popular por primera vez en tres intentos y se convirtió en el primer republicano en ganarlo en 20 años. El electorado se movió en su dirección en todo el país, incluso en estados profundamente demócratas en los que perdió, como Nueva York y California. Ganó los siete estados disputados y mejoró su resultado en el Colegio Electoral de 306 votos, de 538, hace ocho años a 312 esta vez. Además, su partido mantuvo la Cámara de Representantes y tomó el control del Senado, lo que le da más margen de maniobra para implementar sus políticas en los próximos dos años.

En resumen, demostró que no es la aberración histórica que muchos estrategas políticos pensaban que era, condenado a ser repudiado y no reelegido. Demostró que había más estadounidenses de acuerdo con su visión de una nación distópica en crisis y dispuestos a aceptar como líder a un delincuente convicto que a considerarlo la inaceptable amenaza de tendencia fascista para la democracia que describían sus oponentes.

Pero lo bueno nunca es suficiente para Trump, quien suele ofrecer una fuente constante de superlativos para describirse a sí mismo, como “el mejor”, “el más grande”, etc., independientemente del tema. Trump, rara vez constreñido por hechos que lo contradigan, ha afirmado durante mucho tiempo que es más popular de lo que es.

En su primera conferencia de prensa en la Casa Blanca como presidente tras las elecciones de 2016, declaró que había conseguido “la mayor victoria en el Colegio Electoral desde Ronald Reagan, lo cual era cierto solo si no se contaba a George H. W. Bush, Clinton y Barack Obama, cada uno de los cuales obtuvo totales mayores en el Colegio Electoral.

Un año después, Trump afirmó en internet ser “el republicano más popular en la historia del partido”, lo que también era cierto solo si no se contaba a otros cinco presidentes republicanos que fueron más populares desde la Segunda Guerra Mundial, según las encuestas. Y se jactaba regularmente en los mítines de que había ganado el voto de las mujeres en 2016, lo cual era cierto solo si no se contaban las mujeres que no son blancas.

Así que no debería sorprender que Trump enmarcara su victoria más reciente en términos grandilocuentes. “Tuvimos un éxito tremendo, el más exitoso en más de 100 años, dicen”, dijo Trump al presidente de Indonesia en una llamada que fue grabada y reproducida en Fox News el 12 de noviembre. “Es un gran honor y por eso me da un mandato muy grande para hacer las cosas bien”.

Su campaña también ha insistido en este tema. En un correo electrónico de recaudación de fondos enviado al día siguiente de las elecciones, Trump daba las gracias a sus seguidores “por haberme elegido con una victoria aplastante”. Otro del 12 de noviembre también se refería a “su victoria aplastante”. El martes, en otro correo electrónico de recaudación de fondos, en el que se vendían las copas de oro de la victoria de Trump por solo 45 dólares cada una, se había escrito oficialmente con mayúscula, tanto en letras como en dinero, como “La VICTORIA APLASTANTE del presidente Trump”.

Los aliados de Trump saben que el camino a su corazón pasa por halagarlo, y algunos han adoptado el mantra. Al día siguiente de las elecciones, la representante por Nueva York Elise Stefanik, presidenta de la Conferencia Republicana de la Cámara de Representantes, declaró que “nosotros, el pueblo, hicimos oír nuestra voz al reelegir al presidente Trump en una histórica victoria aplastante”. Ese mismo día emitió al menos cuatro declaraciones más en las que se refería a ello como una victoria aplastante.

Cinco días después, Trump la recompensó anunciando que la nombraría embajadora ante las Naciones Unidas. Ella se lo agradeció en un comunicado. “La histórica elección aplastante del presidente Trump ha dado esperanza al pueblo estadounidense y es un recordatorio de que se avecinan días más luminosos”, dijo.

El senador John Barrasso, republicano por Wyoming, lo calificó de“enorme victoria aplastante”. David McCormick, el recién electo senador republicano por Pensilvania, calificó la victoria de Trump como un mandato increíble”. El representante James Comer, republicano por Kentucky, abrió una reunión del comité esta semana llamándola “nuestra primera audiencia desde las elecciones en las que el presidente Trump ganó de forma aplastante”.

La victoria de Trump por 1,6 puntos es menor que la de todos los presidentes ganadores desde 1888, excepto dos: John F. Kennedy en 1960 y Richard Nixon en 1968. Además, dos presidentes ganaron el Colegio Electoral mientras perdían el voto popular: Bush para su segundo mandato en 2000 y Trump en 2016.

Además, Trump tuvo un impacto limitado este mes. Con algunas elecciones aún por decidir, los republicanos iban camino de mantener casi exactamente la misma estrecha mayoría que ya tenían en la Cámara de Representantes. El partido obtuvo cuatro escaños en el Senado, suficientes para tomar el control, un cambio importante que beneficiará a Trump. Pero incluso entonces, en los lugares donde Trump hizo más campaña, no logró convencer a los republicanos en cuatro de los cinco estados disputados con elecciones al Senado.

“Esta elección fue más un repudio a Biden y los demócratas que un voto por Trump”, dijo Sosnik. “Un candidato republicano normal debería haber ganado al menos ocho escaños en el Senado y más de 30 en la Cámara de Representantes, dado que el presidente demócrata en funciones tenía una aprobación de su trabajo de alrededor de 30, con el 70 por ciento de los votantes creyendo que el país iba en la dirección equivocada”.

Matthew Dowd, quien fue el estratega principal de la exitosa campaña de reelección de Bush hijo en 2004, dijo que el único mandato que Trump obtuvo fue mejorar la economía.

“A la mayoría de la gente el día de las elecciones no le gustaba Trump ni confiaba en él y pensaba que era demasiado extremista”, dijo. “La gente que no apoyaba el movimiento MAGA y que votó por él lo hizo a pesar de Trump, no por Trump. Votaron contra Biden más de lo que votaron por Trump”.

El hecho de que otros republicanos lo vean de esa manera puede determinar el éxito que tenga Trump en confirmar sus otros nombramientos polémicos y en impulsar su agenda legislativa, que incluye profundos recortes de impuestos, amplias reducciones del gasto, nuevas restricciones a la migración, revisiones a la Ley del Cuidado de Salud a Bajo Precio y la derogación de los programas de cambio climático de Biden.

“Trump puede reclamar legítimamente un mandato del pueblo estadounidense para su esfuerzo por hacer que Estados Unidos vuelva a ser grande”, dijo Bruce Ackerman, profesor de derecho y ciencias políticas en la Facultad de Derecho de Yale.

“Pero dada su estrecha mayoría en el Congreso”, agregó, “no logrará obtener el apoyo de los republicanos de los distritos clave, quienes previsiblemente temerán una derrota en las elecciones intermedias si aprueban leyes que destruyan el Obamacare o aumenten los aranceles de maneras que impondrán cargas devastadoras a millones de votantes”.

 

Peter Baker es el corresponsal principal de la Casa Blanca para el Times. Ha cubierto las gestiones de los últimos cinco presidentes y a veces escribe artículos analíticos que ponen a los presidentes y sus gobiernos en un contexto y marco histórico más grande.

 

 

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