La victoria es nuestra
Bajo la mirada vigilante y por si acaso nutrida de los medios de comunicación internacionales, predispuestos al principio y sorprendidos al final, en Venezuela se acaba de realizar una consulta electoral en la que la ciudadanía, cuya participación fue del 75% del total de votantes, decidió sobre la conformación de la nueva Asamblea Legislativa para el periodo 2016-2021.
Resultó favorecida de manera abrumadora y contundente por el voto ciudadano la oposición democrática, reunida en torno a la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), frente a la opción gubernamental representada por el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y sus aliados, concentrados alrededor del llamado Polo Patriótico.
Las cifras oficiales resultantes de la misma, publicadas a trompicones por el órgano comicial, Consejo Nacional Electoral (CNE), devoto histórico del gobierno, otorgan a la oposición, sin que entremos en mayores detalles, 112 curules de los 167 del total, quedando en número respetable más minoritario los 55 escaños obtenidos por el gobierno que desde hace 17 años domina, avasalla y pervierte, con desenfreno de heliogábalo corruptor, a todos y a cada uno de los poderes del Estado. Aquí los mal hablados dirían que “perdieron por paliza”, refiriéndose a los candidatos del gobierno, pero esta es un particularidad en el lenguaje que preferimos tan solo consignar aquí para mayor comprensión de la psicología social y política, en apariencia juguetona o mordaz, de la gente de por estas regiones extraviadas del mundo.
En todo caso nada fuera de lo común debía resultar en un país que quiere que se le llame democrático o al menos así se lo menciona formalmente en el texto constitucional, que unas elecciones arrojaran resultados distintos a los que aspiraba el partido de gobierno quien en definitiva no es dueño de nada ni de nadie aunque ni lo oculte ni disimule en sus permanentes y obsesivas aspiraciones totalitarias que se expresan en su manera de pensar, decir y actuar.
Porque en definitiva no es democrático el gobierno, ese no es su talante y sus acciones y omisiones así lo delatan sin el menor rubor. Aquel que debió ser y no lo es representante de todos los ciudadanos de esta nación nombrada Venezuela y no tan solo de una parte de ella que dan en clamar “pueblo”, que es el seudónimo más tramposo y demagógico del universo, ahora que perdieron las elecciones dice los castigará quitándole el sueño de tener una vivienda digna porque en este momento, les sonsaca el presidente, está viendo a ver si en verdad las construye, ya que no votaron por él. O exigen, dicen las malas lenguas, que les devuelvan el taxi que les regalaron a algunos simpatizantes a cambio de su voto me imagino y que ahora que perdieron, el negocio se fuñó, está roto. ¡Qué devuelvan ese corotero!
¿Este resultado electoral quiere decir que el gobierno se acabó definitivamente? Lamentablemente no, aunque por sus reacciones pareciera que sí. Perdió el vínculo que mantenía por varias vías, valorativas o utilitarias, con las mayorías. Ahora es menos que un extraño. Un invasor, un mentiroso declarado que no cumplió con lo ofrecido.
A todas estas, adictos al poder, se han puesto ora lacrimosos ora vociferantes, ora sublimes ora extraviados que ya no encuentran qué hacer con su guayabo. Las derrotas son huérfanas y se han convertido en buscadores implacables de culpables y los tienen al lado, son ellos mismos y más nadie. Pero no, racionalizadores de su fracaso miran hacia afuera, para arriba, abajo, a la derecha, a la guerra económica, el imperio, fantasmas, embusteros galácticos que se solazan en el auto engaño.
Se les olvidaron las letras del ABC político o es que no están hechos para entender una realidad como la de ahora que ya no les pertenece, de la que se extrañaron ellos mismos a fuerza de ambición, corruptela y negociado. Desconectados de las cosas hablan, gesticulan como niños malcriados. Mamá, que yo no fui, que fue Jaimito. Se hacen los locos. No entienden que en democracia, porque no son demócratas, el voto no es una pertenencia, los ciudadanos no son esclavos, los liderazgos no son ni amor ni frenesí sino un elusivo vínculo que hay que ganarse y mantener con esfuerzo personal, político y administrativo y que es alternativo, cambiante, engañoso e infiel si usted me apura a dar explicaciones.
¿Este resultado electoral anuncia que la oposición llegó para quedarse? Ojalá que sea así, con tal que lo haga en procura de lo que dice defender, que no lo dudo, y frente a lo que se resiste con coraje como lo es el irrespeto de los derechos humanos, la pobreza y la injusticia social en todas sus expresiones. No es fácil ser oposición en estas dictaduras y por lo tanto no es difícil caer en la trampa de la imitación. Pero la fuerza de hoy reposa en ellos. La ciudadanía los apoya y observa.
La oposición deberá madurar superando sus debilidades que tienen que ver con dos aspectos cruciales: el de los demonios internos del egocentrismo que restan a la unidad política, cuántos diputados no perdimos por ello, y la concreción de un proyecto audible de país, comprensible, compartido, deletreado, masticado y digerido con y por la mayoría de los venezolanos. La oposición debe seguir en la calle. Debe continuar por otras vías en campaña política. ¿Cuáles? Habrá que definirlas. La Asamblea es tan solo una geografía institucional desde la cual trabajar con los ojos puestos en el país y no en el escritorio. Debemos multiplicar la victoria.
En todo caso y en paz el país hablo con voz precisa. Su mandato es cambiar. Escogió un referente político que es la oposición, pero hay un exceso de ilusión peligrosa que pone sobre sus hombros componer un país que otros destruyeron. Y el tiempo de hoy apurado por las necesidades y las urgencias es más veloz que nunca. El gobierno no sirve, no sirvió, así roten a todísimos los ministros. El problema no radica allí sino en el modelo. La oposición tiene la esperanza de todos en sus manos. Ese es el camino en el que andamos que no es de rosas y que además es culebrero. Pero los dados se jugaron y la victoria es nuestra.