La vorágine de las ideas
Ensayo. Ya cerca del final, en una carta que Simón Bolívar le escribe en octubre de 1830 a Rafael Urdaneta, que presidía entonces la Gran Colombia, le dice: «La posteridad no vio jamás un cuadro tan espantoso como el que ofrece la América, más para el futuro que para el presente. Porque ¿dónde ha imaginado nadie que un mundo entero cayera en frenesí y devorase su propia raza como antropófagos? Esto es único en los anales de los crímenes y, lo que es peor, irremediable». Su caso no es único. También Antonio José de Sucre, el héroe de Ayacucho (Perú) que fue asesinado en mayo de 1830, se quejaba de la deriva que habían tomado las cosas y, refiriéndose a sus compañeros colombianos, le contó al Libertador que habían deseado beber su sangre «por el solo crimen de no haberles dado todo el dinero que querían, y porque los contenía en sus excesos». ¿Qué había ocurrido, pues, con el proyecto que inspiró la gran gesta de la independencia, hacia dónde caminaban los nuevos países surgidos tras acabar con el yugo del imperio español?
En Las repúblicas de aire. Utopía y desencanto en la revolución de Hispanoamérica, que ganó el Premio Isabel Polanco de Ensayo, el historiador cubano Rafael Rojas reconstruye el entramado de ideas que estuvo detrás de las gestas de los héroes de la independencia. Aquel proceso «no fue un movimiento político o ideológicamente homogéneo y organizado, sino un conjunto de rebeliones, no siempre capitalizadas por las elites criollas, que estallaron en el momento de la fractura del imperio borbónico», escribe. Lo que hace, pues, es estudiar cómo los intelectuales de entonces se representaron e imaginaron sus propias comunidades, que acababan de romper los lazos con la antigua metrópoli y buscaban configurarse como nuevas repúblicas. El periodo del que se ocupa, entre 1810 y 1848, es el del primer republicanismo, y se refiere por tanto a unos años en que no se habían configurado aún las identidades nacionales. Todo estaba, por así decirlo, por inventar, y lo que hace Rojas es poner en escena las ideas de un selecto grupo de pensadores que batallan en esos tiempos para darle forma a lo que está surgiendo de manera caótica. El americanismo es el arma que marca sus designios.
La utopía de consolidar un gran cuerpo político -«una asamblea de los gobiernos confederados del ‘mundo de Colón»– que unifique los vastos espacios y las culturas heterogéneas de la América hispánica la pone en marcha Bolívar cuando convoca el Congreso de Panamá (1826), pero pronto se ve que son inmensas las dificultades para limar las diferencias entre unos y otros y el proyecto no llega a cobrar forma en ningún momento. Rojas se ocupa sobre todo de las obras de ocho hombres de letras y estadistas: los caraqueños Simón Bolívar (1783-1830) y Andrés Bello (1781-1865), los mexicanos fray Servando Teresa de Mier (1763-1827) y Lorenzo de Zavala (1788-1836), los cubanos Félix Varela (1788-1853) y José María Heredia (1803-1839), el peruano Manuel Lorenzo de Vidaurre (1773-1841) y el guayaquileño Vicente Rocafuerte (1783-1847). Y la historia que cuenta es el apasionante reto de unos hombres que han de buscar las fórmulas para poner a andar a sus comunidades tras el estallido de una revolución cuyo alcance es incalculable. Uno de los episodios más fascinantes de la crónica de las distintas etapas por las que pasan en una lenta y dura metamorfosis: autonomismo criollo, liberalismo gaditano, separatismo, masonería, republicanismo.
Les toca buscar su propia voz en un contexto en el que se mezclan corrientes diversas -la monarquía católica española, las ilustraciones francesa e italiana, la monarquía parlamentaria británica y el republicanismo federal de Estados Unidos- y han de hacerlo al mismo tiempo en que explotan los conflictos políticos y sociales que desencadena la independencia. Centralismo o federalismo, monarquía o república, estado confesional o laico e, incluso, la propia definición de sus amigos y enemigos forman parte de los debates sobre los que se han de pronunciar. Las respuestas son muy distintas y el mayor logro de Rojas es haberle dado vida a esa gran batalla de las ideas. Estados Unidos era entonces cómplice de aquellos primeros republicanos, mientras España era la gran enemiga. Pero en todo hay matices. «La ruptura más compleja que debieron realizar aquellos republicanos no fue con la monarquía absoluta sino con la parlamentaria, que la mayoría de ellos admiró en sus variantes gaditana y, sobre todo, británica», escribe. La necesidad de preservar las instituciones liberales, la creación de unos mitos fundacionales, la configuración de una cultura cívica, el reforzamiento del imperio de la ley, el dilema entre extirpar los rasgos del antiguo régimen español o aprovechar lo mejor de su legado…: Rafael Rojas ha desplegado los sutiles matices de aquellos debates que agitaron una época de crisis profunda y ha reconstruido la compleja relación entre las elites criollas con sus propias comunidades, «a las que veían, a la vez, como sujeto y obstáculo para la edificación de los Estados nacionales».
* Este articulo apareció en la edición impresa del Sábado, 20 de febrero de 2010