Laberintos: Argentina después de las primarias
Daniel Scioli y Mauricio Macri
En su editorial del pasado martes 11 de agosto sobre las primarias argentinas, celebradas dos días antes, El País de España señalaba que “el kirchnerismo ha ganado las elecciones, pero no ha arrasado.” Por su parte, Carlos Pagni, prestigioso columnista político del diario bonaerense La Nación, advierte que el resultado de esta votación “dejó a casi todos sus protagonistas con algún grado de desilusión.” En otras palabras, la incógnita de la próxima elección presidencial, que muchos analistas esperaban despejar en esas urnas, sigue ahí, perfectamente vigente, y lo que ocurra el 25 de octubre, por culpa de la insuficiencia electoral demostrada el domingo 9 de agosto por todos los precandidatos, seguirá siendo hasta entonces adivinanza y misterio.
El escrutinio de los votos arrojó los resultados previstos, pero no tanto. Daniel Scioli, en efecto, fue el precandidato más votado, y arranca su campaña como favorito, pero no se aproximó en absoluto a ese mágico 45 por ciento de los votos que la Constitución exige para que un candidato pueda ser proclamado presidente de la República. Peor aún, ni siquiera llegó al 40 por ciento que le atribuían los sondeos de opinión, mínimo necesario para eludir la amenaza del balotaje en noviembre, ni superó en más de 10 puntos a su más cercano competidor. Para oscurecerle aún más su horizonte electoral, el temporal de lluvia que afectó seriamente el acto de votar en la provincia de Buenos Aires aumentó su intensidad a partir del lunes siguiente y aunque Scioli, quien viajó ese día a Italia regresó a Argentina nada más aterrizar en Roma, su ausencia generó duras críticas y han hecho crecer las dudas sobre una victoria suficiente del gobernador el 25 de octubre. ¿Podría en ese caso superar el desafío que representa la suma de los votos antiperonistas en favor de Mauricio Macri, segundo candidato más votado en las primarias, en una segunda vuelta?
Por su parte, Macri tampoco logró su objetivo de ir más allá del 30 por ciento que le atribuían las encuestas. “Cambiemos”, su alianza electoral, los obtuvo, pero los otros dos pre candidatos que le disputaban a Macri la candidatura presidencial, Ernesto Sanz y Elisa Carrió, aportaron 6 por ciento de los votos. Es decir, que Macri sólo puede contabilizar como propios 24 por ciento de los votos, 14 por ciento menos que los de Scioli. En teoría, contar ía con el apoyo de ambos, que también son antiperonistas, pero para muchos analistas ese objetivo no lo tiene Macri garantizado, porque él encarna un conservadurismo duro que ninguno de ellos comparte, y buena parte de los partidarios de Sanz y Carrió podría migrar hacia la candidatura de Sergio Massa, tercer aspirante a la Presidencia en las elecciones de octubre. Si Macri fracasa en el empeño de conservar la unidad interna de la alianza, le resultaría muy cuesta arriba construir de aquí al 25 de octubre una fuerza electoral suficientemente amplia para forzar ese día una segunda vuelta, en cuyo caso sería muy factible que Scioli pudiera aumentar considerablemente su votación, al menos para sacar más de 40 por ciento con más de 10 puntos de ventaja a Macri.
La tercera fuerza electoral, encarnada por Sergio Massa y José Manuel de la Sota, ambos peronistas disidentes agrupados en una alianza llamada “Una”, obtuvo, como también anunciaban las encuestas, el 20 por ciento de sus votos, lo cual les permite constituirse en el factor decisivo de la elección de octubre y, por supuesto, en una eventual segunda vuelta. El problema es que Massa sólo logró 14 por ciento de esos votos y de la Sota, por diferencias personales, puede no darle su apoyo en octubre.
Estas ecuaciones hicieron que desde la misma tarde del domingo de las primarias, cuando en los diversos comandos de campaña comenzaron a estudiarse los resultados de la votación que arrojaban las encuestas a pie de urna, Massa anticipó que desde ese mismo momento comenzaría a conversar con Macri, con de la Sota y con otros futuros candidatos presidenciales para trazar una estrategia antikircheriana victoriosa. Me parece importante destacar en este punto que ya bien entrada esa madrugada de expectativas frustradas, cuando Macri se dirigió a sus partidarios presentes en el comando de campaña de Cambiemos para transmitirles tanto su agradecimiento como su entusiasmo por los resultados alcanzados, terminó sus palabras repitiendo cuatro veces lo que puede llegar a convertirse en la consigna de su campaña presidencial: “Unidos somos más.”
Estos resultados no permiten conjeturar cuál será el escenario electoral del 25 de octubre. En el comando de campaña de Scioli afirmaban la noche del domingo que su victoria había sido “clara y categórica”, pero lo cierto es que no lo fue. Tanto, que Cristina Kirchner, cuya anunciada asistencia al famoso Luna Park, alquilado por Scioli para servir de escenario magnífico de su confirmación como probable próximo presidente de la República, ante la incertidumbre, prefirió no acudir a la cita con su candidato. Muy mala señal, porque en Argentina se tenía la certeza, por una parte, que la popularidad de Scioli no posee la elasticidad necesaria para trascender de manera significativa el límite alcanzado en las primarias; por la otra, que en horas electorales confusas como estas, los argentinos suelen votar a favor del ganador. De manera muy especial ahora, cuando la renovada crisis económica argentina, agravada por la caída de los precios de las materias primas y los sobresaltos económicos y financieros de China, despojan de substancia a la política populista de Cristina Kirchner.
Nadie duda de que en una segunda vuelta, a la vista de la inconsistencia de estos resultados, la polarización entre los candidatos del gobierno y de la oposición, favorecería a este último, que partiría con un piso superior a 50 por ciento si logra forzar el balotaje de noviembre, en un escenario de dificultades económicas y malestar social. De ahí que ahora, por primera vez desde que anunció su aspiración presidencial, se ha comprometido, si se alza con la victoria, a hacer cambios económicos de importancia, comenzando por la eliminación del control de cambio, cuyo efecto más devastador ha sido la devaluación del dólar en el mercado negro.
Estas circunstancias hacen que la nota más resaltante de las elecciones primarias del 9 de agosto sea que la clave electoral argentina no se despejó en sus urnas, como todos esperaban que ocurriera, y que en consecuencia, la presidencia de la República en realidad se juega en las negociaciones que ya ha han iniciado los precandidatos que ganaron en las primarias su derecho a presentarse en la elección presidencial de octubre. Unas negociaciones particularmente difíciles e imprevisibles por el momento, ya que la crisis económica que azotó a Argentina de 1998 a 2002 provocó una crisis política cuya principales víctimas fueron los partidos políticos, razón por la cual en la Argentina actual, al no existir partidos, tampoco hay lealtades partidistas, ni siquiera en el peronismo, dividido en varios pedazos por diferencias ideológicas y por intereses particulares subalternos. En segundo lugar, que la debilidad de todos los precandidatos, y el fracaso del peronismo durante estos últimos tiempos, incluyendo a Scioli, candidato del kirchnerismo porque no le quedaba más remedio que cobijarse a la sombra de la Presidencia, pero que a pesar de ello ha prometido cambiar lo que haya que cambiar para sacar a la Argentina del foso, gane quien gane la Presidencia en octubre o noviembre, le dará un fuerte golpe de timón a la nave sureña. Un dato muy a tener en cuenta en todo el continente, donde comienzan a percibirse vientos que amenazan la continuidad del socialismo en Cuba y del populismo en Venezuela, en Ecuador, en Brasil y ahora, inevitablemente, en Argentina.