Democracia y Política

LABERINTOS: China en América Latina

Saludamos y damos la bienvenida a nuestro blog a Armando Durán, quien publicará cada domingo una columna titulada «LABERINTOS», dedicada a analizar las siempre complejas relaciones internacionales desde una perspectiva latinoamericanista. Recientemente, Armando publicó en El Nacional un excelente ensayo sobre «Bahía de Cochinos», que América 2.1 reprodujo y que tuvo una gran acogida de parte de nuestros lectores. Estamos seguros que disfrutarán asimismo las contribuciones dominicales de su columna LABERINTO. De nuevo, ¡bienvenido, Armando!

América 2.1 

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Hace pocos días se celebró en Moscú el 70 aniversario del fin de la II Guerra Mundial en Europa. Sin embargo, tras la caída de Berlín en mayo de 1945, la expansión soviética por Europa Oriental y la pretensión del Kremlin de apoderarse incluso de Grecia, Turquía y hasta de Alemania volvieron a disparar todas las alarmas en las capitales occidentales. La respuesta de Estados Unidos fue casi inmediata. En 1947, Harry S. Truman promovió un plan de asistencia económica urgente a Grecia y Turquía para frenar en seco este empeño soviético de ir más allá de su zona de influencia natural, antesala del llamado Plan Marshall, cuyo objetivo de reconstruir a corto plazo una Europa devastada por la guerra condicionaba a los gobiernos beneficiados a que asumieran el compromiso de resistir a toda costa la marea soviética y defender a fondo el modelo de democracia liberal y libre comercio impulsado por Washington. Comenzaba la guerra “fría.”

Una preocupación parecida a la de entonces ha venido perturbando el ánimo de muchos a medida que la presencia económica y financiera de Beijing en el sur del continente americano crece sin cesar, sobre todo después de la declaración oficial del presidente chino sobre la decisión de emprender su propio Plan Marshall y el anuncio, hace muy pocos días, de una inversión en Brasil de 50 mil millones de dólares en infraestructuras. ¿Puede interpretarse esta ávida política económica y financiera china como un peligro potencial real para la menguante influencia política de Washington en América Latina?

Desde hace algunos años, Romer Cornejo, profesor de Historia Contemporánea de China en el Colegio de México, sostiene que no, que “la presencia creciente de China en los países latinoamericanos ha sido exagerada en su dimensión política. Tales interpretaciones pasan por alto el complejo carácter del desarrollo económico de China, profundamente imbricado con el capitalismo global.”

Se trata de un análisis discutible, pero sin duda razonable. La puesta en marcha de la política que Deng Xiao Ping llamó “una nación, dos sistemas”, produjo una transformación gradual de la estructura del Estado y la sociedad en China, que a su vez ha hecho posible, sin afectar en absoluto el carácter comunista de su ordenamiento político, el inicio de un espectacular programa de desarrollo económico de naturaleza capitalista, a pesar de la escasez de recursos naturales y la debilidad extrema de su mercado interno. ¿Solución? Adentrarse en los países del Tercer Mundo, sobre todo de América Latina, productor de abundantes materias primas, incluyendo petróleo y mineral de hierro, y vasto mercado para bienes manufacturados mientras sean, como eran y siguen siendo los productos chinos, mucho más baratos que los importados de Estados Unidos y Europa. Incluyendo el comercio de armas y equipos militares. Con el añadido de que este desembarco masivo del gigante asiático en la región no ha implicado hasta ahora condicionamiento político alguno.

   Según el informe del SELA correspondiente al año 2012, el comercio total de China con América Latina creció, de algo más de 70 mil millones de dólares en el 2006, a casi 185 mil millones. Por ejemplo, en Brasil, principal socio comercial de Beijing en la región, el crecimiento fue, de 20 mil millones de dólares a más de 62 mil; en Chile, de 9 mil a 26 mil; en Argentina, de 5.7 mil a casi 13 mil y en México, de 11.4 mil a casi 25 mil. La periodista Jill Richardson, en artículo distribuido por Inter Press Service a comienzos de este mes de mayo, nos recuerda que durante “los últimos 15 años, China pasó, de ser un socio comercial menor de América Latina, a ocupar la primera posición en la balanza de pagos de algunas de las mayores economías de la región, con una expansión anual promedio de 23 por ciento.” Richardson no se refiere al tema, pero vale la pena tener presente que este notable incremento del comercio y la inversión de China en Latinoamérica se ha producido al margen, tanto del peso que ha cobrado en este siglo la izquierda latinoamericana gracias al influjo político y la riqueza petrolera de la revolución de Hugo Chávez en Venezuela, como de su actual progresivo desvanecimiento. En definitiva, esta novedosa experiencia nada parece tener que ver con la política sino con razones exclusivamente económicas. ¿Significa ello que algún día Beijing y Washington podrían llegar a ser socios de una gran una gran alianza económica?

Sobre este tema, El País de Madrid publicó el 12 de mayo un sugestivo trabajo, “China emprende su Plan Marshall”, de Ian Bremmer, presidente del Euroasia Group, quien advierte que si bien Estados Unidos cree que en el futuro China llegará a coincidir política y económicamente con Occidente, aunque sólo sea para eludir el funesto desenlace de la antigua Unión Soviética, lo más probable es que no lo hagan jamás y nunca, cada uno encerrado en su particular juguete imperial, dejen de competir “por influir en la economía del mundo.” Pero sólo eso. Es decir, sin que la confrontación de intereses económicos degenere en antagonismo y conflicto político y hasta militar. A fin de cuentas, insiste Bremmer, la política de China se limita por ahora a utilizar sus inversiones en América Latina para lograr que los gobiernos de la región se ajusten a las modalidades industriales chinas, una estrategia puramente comercial, que en ningún caso desafía la supremacía política y militar norteamericana. Según este razonamiento, una diferencia que nos aparta de amenazantes situaciones como las que se originaron en el marco de la guerra “fría.”

En apoyo a su tesis, también afirma Bremmer que, fuera del sureste asiático, a China le resulta más rentable la hegemonía de Estados Unidos, porque reduce el peligro de un conflicto mundial que perjudicaría su desarrollo económico. Sugestiva idea, pero no del todo convincente. Nadie puede creer que tarde o temprano, cuando su presencia económica en América Latina alcance un nivel superior, Beijing no considere la posibilidad de intervenir activamente en la política regional, aunque esa intención en ningún caso respondería a conflictos entre concepciones ideológicas de izquierda y derecha, distinción que ya está en proceso de extinción hasta en China, sino exclusivamente por acciones que sólo se ajusten a las más elementales prácticas económicas, pero con nuevas reglas del juego para regular lo que constituye una inédita relación entre países del Tercer Mundo con sólidas economías emergentes. Si todos los participantes en el ineludible fortalecimiento de este nuevo vínculo entienden sus reglas acertadamente, cabe pensar que este proceso genere un nuevo orden económico mundial, con el propósito de competir comercialmente, en igualdad de condiciones, con las economías más desarrolladas del norte industrial. ¿Será este el verdadero objetivo que persigue China en América Latina?

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