Democracia y Política

Laberintos: Laberinto cubano

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   Las imágenes nos mostraron a John Kerry, a las puertas de la recién reabierta embajada de Estados Unidos en Cuba, izando la bandera de las barras y las estrellas, exactamente frente al sitio donde hasta hace muy pocos días un bosque de banderas cubanas ondeaban en constante señal de protesta contra el imperio. Fue, sin la menor duda, el símbolo inequívoco de los nuevos vientos que han comenzado a soplar sobre el Malecón habanero. Ahora bien, ¿basta este gesto protocolar para borrar así como así 54 años de hostigamiento, confrontaciones y hasta guerra no tan fría entre los gobiernos de Cuba y Estados Unidos, como si aquí, caballeros, no hubiera pasado nada? Y si en efecto eso es lo que está ocurriendo, ¿qué cede el gobierno cubano, si es que cede algo, a cambio de esta suerte de borrón y cuenta nueva con que Raúl Castro, a expensas de la buena voluntad que públicamente le ha reconocido a Barack Obama, aspira a reanimar la colapsada economía de la isla y el malestar creciente de sus ciudadanos?  

   Kerry en La Habana

   Nadie puede negarlo. La simple presencia de Kerry en La Habana es un hecho histórico, porque marca la muerte súbita de las políticas de recíproca agresividad que han enfrentado a Cuba y Estados Unidos durante más de medio siglo, una decisión política que en sí misma constituye una magnífica noticia para todo el continente. Pero también se trata de un acto que, de manera inevitable, abre una incógnita turbadora. ¿Qué camino emprenderán a partir de ahora los presidentes Obama y Castro para que esta nueva y al parecer muy novedosa y amable vecindad, anunciada por ambos presidentes a tambor batiente, trascienda la esfera de lo meramente simbólico y le suministre a los discursos, las sonrisas de felicidad y los estrechones de mano un sólido contenido material?

   El tema resulta particularmente complejo. Para nadie es un secreto que esta hazaña diplomática apenas es el primer paso de una larga y difícil travesía al final de la cual el mundo espera que Estados Unidos haya levantado el embargo económico decretado en 1961 por orden ejecutiva de John F. Kennedy, ampliado en tiempos de Bill Clinton con la Ley Helms-Burton, y que en Cuba, al fin, se respeten plenamente los derechos humanos y políticos de todos los cubanos. Para nadie tampoco es un secreto que mientras no se alcancen tales objetivos, este diálogo asombroso entre tan viejos y enconados enemigos ni siquiera tendría un desenlace medianamente satisfactorio para ninguna de las partes. Y que para alcanzar esa meta de dejar atrás el pasado y adentrarse en la tarea de construir esta nueva “vecindad”, lo quieran o no, Estados Unidos y Cuba tendrán que superar desafíos inauditos.

   Resulta lógico pensar que la Casa Blanca, para poner en marcha los mecanismos que le permitan a Obama conquistar en el Congreso los votos necesarios para derogar la Ley Helms-Burton, tendrá que mostrar que Raúl Castro, en efecto, ha borrado, o está a punto de borrar de su conciencia y de su corazón la intolerancia consubstancial de la “dictadura del proletariado”, y que en algún punto del proceso comience a dar muestras de que a partir de entonces en Cuba se respetarán los valores indelebles de la democracia liberal en materia de derechos humanos y políticos. Pero igualmente lógico es pensar que el régimen cubano se resistirá a aceptar un condicionamiento que dinamitaría los fundamentos teóricos y prácticos de la revolución. Es decir, que a primera vista resulta muy difícil imaginarse a Raúl Castro renegando de lo que para él y su hermano Fidel ha sido la única razón valedera de su muy larga vida política. En definitiva, ¿puede un revolucionario dejar de serlo y no perecer en el intento? Precisamente por ello, el gobierno cubano ha insistido en destacar que el tema de los derechos humanos no forman ni pueden formar parte de la agenda de negociaciones entre los dos gobiernos, porque hacerlo implicaría negociar y terminar admitiendo la injerencia del gobierno de Estados Unidos en los asuntos internos de Cuba, una opción inadmisible para un régimen radicalmente antiimperialista, al menos por ahora.

   La realidad de las contradicciones

   La gravedad que encierra esta contradicción es que si el régimen cubano no encuentra la forma de solucionarla, no parece factible que Obama siquiera intente levantar el embargo, causa de que Raúl Castro se haya dejado llevar por las circunstancias para alejarse de las posiciones de intransigencia extrema que han caracterizado el comportamiento de la revolución cubana frente a Estados Unidos. Circunstancias que le han hecho comprender que hacer las paces con Washington es condición imprescindible para que sobre la isla lluevan en el futuro muy próximo los miles y miles de millones de dólares en inversiones extranjeras que necesita desesperadamente el gobierno cubano para darle un vuelco decisivo a una situación política y social que en cualquier momento podría hacerse insostenible.

   Se trata de un dilema dramático para Raúl Castro. Quienes critican la política Obama de acercarse a Cuba, sostienen que en las negociaciones entre ambos gobiernos Estados Unidos ha cedido en todo y Cuba, en cambio, no ha cedido en nada. Una visión, a todas luces, simplista y absolutamente falsa, pues el cambio de actitud oficial de La Habana con respecto a Washington implica una cesión de grandísimas proporciones. Mucho más si tenemos en cuenta que el estallido de entusiasmo popular que estremece estos días a Cuba por el “retorno” de los norteamericanos a la isla, en realidad pone de manifiesto el fracaso de la revolución socialista y antiimperialista de Fidel Castro, lo cual equivale a darle a Estados Unidos la victoria política que no pudo alcanzar por la angosta vía del hostigamiento permanente. Por esta razón los sectores políticos y la opinión pública en todos los rincones del mundo han acogido con sincero beneplácito los acuerdos y el mutuo entendimiento que desde el pasado 17 de diciembre florece entre ambos gobiernos.

   No todo es, sin embargo, agua de rositas. Si bien Estados Unidos puede hacerse el loco ante la argumentación china de que a partir de Deng Xiaoping China es “una nación con dos sistemas”, de ningún modo admitiría, con idéntico y cómodo distanciamiento ético, que Raúl Castro, como a todas luces parece ser su intención, intente reproducir en Cuba esa experiencia china: apertura económica, sobre todo extranjera, en el marco de un sistema político que conservaría la naturaleza opresiva con que el régimen, a sangre y fuego, le ha impuesto a los cubanos la hegemonía totalitaria del socialismo “real.”

   Hoja de ruta

   Nadie puede desatascar este nudo a corto plazo. Habrá que esperar para conocer la hoja de ruta que acuerden los negociadores y los avances que hagan a lo largo de ese camino. Hay señales, sin embargo, que permiten abrigar esperanzas muy reales. Por ejemplo, el propio Kerry, entre sonrisa y sonrisa, sostuvo durante su visita a La Habana que mientras no se produzca un cambio substancial de la política cubana en materia de derechos humanos, no se suspenderá el embargo. En otras palabras, que el ambicioso proyecto de Raúl Castro de recurrir a Estados Unidos para poner a Cuba en marcha hacia su desarrollo económico más de 50 años después, única manera de prolongar la existencia del sueño revolucionario más allá de la muerte de sus líderes históricos, se paralizaría por completo. Una catástrofe agravada porque el régimen cubano, en esta encrucijada crucial, está amenazado por la muy grave situación interna de la economía isleña, por la poca ayuda que puede seguir ofreciéndole la Venezuela chavista, hundida en una crisis sin precedentes, y por los aprietos que hoy por hoy acorralan al populismo de los gobiernos de Argentina, Brasil y Ecuador.

   ¿Será posible que la proximidad de esta tormenta casi perfecta obligue a Raúl Castro a ser cada día menos dogmático? Por ahora ha debido soportar que Kerry, durante su visita a La Habana, se haya reunido abiertamente con algunos activistas de la oposición interna. Como señala Manuel Costa Morúa en 14 y medio, este encuentro que la mayoría de los analistas consideraba imposible, demostró que la decisión estadounidense de dialogar por igual con Raúl Castro y con la disidencia cubana refleja “el tipo de audacia que da sentido a la política.” Bajo la presión irremediable que lo impulsa a atravesar el espejo de la incomunicación antes de entregarle el mando a su sucesor y antes de que el período presidencial de Obama llegue a su fin, quizá esta “audacia” sea la clave, la única clave, que le permitirá a Raúl Castro encontrar la salida del laberinto antes de que sea demasiado tarde.

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