Laberintos: Los caminos de la oposición en Venezuela
El sábado 30 de mayo, decenas de miles de ciudadanos tomaron las calles de una veintena de ciudades de Venezuela para exigirle al gobierno que preside Nicolás Maduro tres cosas: libertad de los presos políticos, respeto a la libertad de expresión y una fecha exacta para las elecciones parlamentarias previstas para finales de este año.
La movilización de ese sábado había sido convocada el domingo anterior por Leopoldo López, coordinador del partido Voluntad Popular, encarcelado desde febrero del año pasado a raíz de las protestas estudiantiles que estremecieron a Venezuela con el lamentable saldo de 43 jóvenes asesinados a lo largo de varias semanas, centenares de heridos y más de dos mil detenidos. Según el aparato político-judicial del régimen, López había aprovechado la turbulencia estudiantil de aquellos días para instigar diversos actos de violencia en Caracas con la intención de derrocar al gobierno por la fuerza.
Lo cierto es, sin embargo, que los sucesos de entonces se originaron días antes en la ciudad de Mérida, donde los estudiantes protagonizaron una manifestación pacífica para reclamar de la Gobernación del estado seguridad para los estudiantes dentro del campus universitario. El gobierno regional, en lugar de atender el reclamo, reprimió la concentración con violencia desproporcionada y algunos de los manifestantes fueron a parar a la cárcel. La dirigencia estudiantil de todas las universidades del país acordó entonces protestar el 12 de febrero, día de la juventud en Venezuela, para demandar la libertad inmediata de sus compañeros presos, y tres dirigentes políticos, Leopoldo López, Antonio Ledezma, alcalde metropolitano de Caracas, y la diputada María Corina Machado, primero atacada a golpes en el propio recinto de la Asamblea Nacional por un grupo de miembros de la bancada oficialista y después sencillamente despojada de su condición de diputada por decisión personal de Diosdado Cabello, presidente de la AN y segundo hombre fuerte del régimen, le brindaron su apoyo a la protesta estudiantil.
Una situación irreversible.
Más allá de estos incidentes concretos generados por la confrontación oposición-gobierno, en ese punto del proceso político venezolano se hizo irreversible la división interna de las fuerzas opositoras, agrupadas en la llamada Mesa de la Unidad. De un lado, partidos políticos y dirigentes que desde los sobresaltos del año 2002 han descartado cualquier camino que no sea la acostumbrada vía electoral para acceder al poder y, si bien admiten que en Venezuela se sufre de un “déficit de democracia”, insisten en negar el carácter autocrático del régimen, a todas luces cada día más autocrático y dictatorial. En consecuencia, aceptan las condiciones que le ha impuesto el chavismo al país, hacen como si vivieran en el marco de una democracia heterodoxa pero democracia al fin y al cabo, y prefieren no darse por enterados de la creciente deriva totalitaria del gobierno Maduro, de la asfixiante hegemonía comunicacional, del acoso y persecución a la disidencia, del turbio y antidemocrático manejo de la Asamblea Nacional y, por supuesto, de las condiciones diseñadas por el Consejo Nacional Electoral para manejar al antojo del régimen la gestión de todas las convocatorias electorales.
López, Ledezma y Machado, en cambio, rechazan todos estos condicionamientos, alegan que no basta alcanzar electoralmente espacios en los gobiernos municipales, regionales y en la Asamblea Nacional, y sostienen que el auténtico objetivo es sustituir el sistema actual de gobierno, que aspira a reproducir en Venezuela la penosa experiencia cubana, por otro que se ocupe de restaurar la democracia y el respeto a los derechos humanos; consideran que las elecciones que convoca el régimen no son transparentes ni el único camino para restituir la democracia en paz; invocan el derecho constitucional a la protesta pacífica y se niegan a seguir el camino del diálogo y la cohabitación en los términos que fija el régimen como única alternativa política posible de la oposición. En otras palabras, frente al “cambio” que quizá se genere en algún momento indeterminado del futuro a fuerza de esperar un milagro electoral, ellos plantean, incluso desde antes de las protestas estudiantiles del 2014, lo que llaman “la salida”, es decir, la sustitución democrática y sin violencia de Maduro en la Presidencia de la República cuanto antes, por la vía de la renuncia, de la elección de una nueva Asamblea Constituyente o la instalación de un llamado Congreso Ciudadano. Entre otras razones, sostienen, porque Venezuela no soportaría el acelerado recrudecimiento de la crisis general que hoy por hoy asola al país hasta diciembre del 2019, fecha de las próximas elecciones presidenciales.
Senderos que se bifurcan.
Estos dos caminos, opuestos en cuanto a la estrategia de lucha pero sobre todo en cuanto a la caracterización del régimen y a la finalidad real de la lucha, se puso de manifiesto en abril de 2013 con la victoria electoral de Maduro sobre Henrique Capriles, gobernador del estado Miranda y candidato unitario de la oposición, cuando la misma noche de los comicios, al conocerse los resultados emitidos por el CNE dándole la victoria a Maduro por un porcentaje mínimo, Capriles solicitó un reconteo de los votos. Maduro declaró estar de acuerdo con su rival, pero inmediatamente después se retractó. Capriles, en su condición de candidato presidencial y líder en ese momento de la oposición, convocó esa noche a sus electores a manifestarse al día siguiente ante la sedes del CNE en Caracas y en todas las regiones del país con el propósito de reclamar el dichoso reconteo. El régimen denunció a Capriles y la MUD de golpismo y desató una masiva y violenta represión de las protestas. Presionado en ese punto decisivo de la confrontación por la cúpula de los partidos más moderados de la MUD, Capriles dio marcha atrás y desconvocó las manifestaciones. Para la alianza opositora resultaba más conveniente hacerle el juego al gobierno resignándose a aceptar la contingencia de un fraude electoral, que romper los tenues hilos que le concedían la condición de oposición oficial.
Este hondo distanciamiento de las dos tendencias se transformó desde ese instante en una contradicción insuperable. Para la cúpula de la MUD, aferrarse a una falsa normalidad democrática ha constituido siempre un punto esencial para no morir políticamente. Desde esta perspectiva ultraconservadora, la “salida” que plantean los dirigentes disidentes sencillamente pone en peligro el espacio de “legitimidad” institucional conquistado por la MUD gracias a su constante buena conducta pública.
La crisis final de esta confrontación se produjo a mediados de febrero del año pasado, cuando con el pretexto de las intensas protestas estudiantiles de entonces, el Ministerio Público dictó orden de búsqueda y captura de López. Desde la clandestinidad anunció López que se entregaría a las autoridades el 18 de febrero, en la céntrica avenida Francisco de Miranda en Caracas, acompañado de un grupo de sus partidarios. Y eso hizo. Envuelto en una bandera de Venezuela, a los pies de una estatua del prócer de la independencia cubana José Martí, rodeado de miles de ciudadanos, se dejó hacer prisionero y ser arrastrado hasta un carro blindado de la Guardia Nacional, que se lo llevó preso. En el último momento del evento, la cúpula de la MUD hizo acto de presencia, pero como se vio enseguida, no para solidarizarse con López, sino para desmovilizar a los indignados manifestantes. Mientras el carro blindado con López abordo se alejaba del lugar, Ramón Guillermo Aveledo, secretario general de la MUD, tomó el micrófono y exhortó a la multitud a regresar pacíficamente a sus casas, pues López, dijo, había cumplido su promesa de entregarse y ya estaba preso.
Una oposición diferente.
A partir de aquel instante controversial se precipitó la ruptura. Semanas después, acosado por las críticas, Aveledo renunció a su cargo. Por su parte, los partidarios de la “salida” no dieron su brazo a torcer sino todo lo contrario. En enero de este año, Machado y Ledezma invitaron a tres ex presidentes latinoamericanos, Andrés Pastrana de Colombia, Felipe Calderón de México y Sebastián Piñera de Chile a participar en un foro de ciudadanos sobre los problemas de la democracia y el respeto a los derechos humanos en Venezuela. Durante su visita, los tres ex presidentes se trasladaron a la prisión militar de Ramo Verde, en las afueras de Caracas, con la intención de visitar a López en su calabozo, pero no lo lograron porque las autoridades de esa prisión, siguiendo instrucciones del gobierno, les negaron categóricamente el ingreso al penal. Efecto de estas incidencias fue la decisión de otros ex presidentes latinoamericanos de sumarse a la iniciativa del trío, el secuestro de Ledezma en su oficina particular por un grupo fuertemente armado de la policía política del régimen y el hecho de que Felipe González, ex presidente del gobierno de España, anunciara que viajaría a Caracas para participar como asesor de la defensa de López y Ledezma en materia de derechos humanos. El domingo 24 de mayo se hizo pública la convocatoria de López a la marcha del 30 de mayo y ese día López y otros presos políticos iniciaron una dramática huelga de hambre que al día de hoy, 6 de junio, continúa.
En los últimos días, la MUD, que suscitó un amplio rechazo ciudadano por negarse a respaldar la protesta del 30 de mayo con el inaudito argumento de que la convocatoria de López a manifestarse no había sido previamente consultada con la cúpula de la alianza, trató de reducir el alto costo político de esa torpe disposición comprometiéndose públicamente a promover la campaña propuesta por las esposas de López y Ledezma en favor de la libertad de todos los presos políticos. Resolución tardía y sin consecuencias concretas, para muchos una postura artificial y simulada, nada suficiente para rescatar la muy dañada autoridad moral de la cúpula de la MUD. En definitiva, lo que sí ha quedado claro con este inconveniente lance ha sido el sistemático y poco democrático autoritarismo de las cúpulas partidistas agrupadas en la alianza, una realidad mucho más compleja y grave que un simple y pasajero distanciamiento por cuestiones tácticas. Como señalaba Moisés Naím hace algunos días en su habitual columna semanal, lo más sorprendente de situaciones asombrosas como esta, la aparición de Podemos en el escenario de la política española por ejemplo, el escándalo de la FIFA o la rebelión de los músicos de la Sinfónica de Berlín a la hora de seleccionar a su nuevo director, “es la frecuencia con la cual los líderes tradicionales de la política, la economía o los deportes y las artes creen que pueden seguir comportándose como siempre lo han hecho.”
En el fondo, los dos caminos que dividen a la oposición venezolanos reproducen ese conflicto de siempre entre lo viejo que se resiste a desaparecer y lo nuevo que pugna por hacerse presente. Desde esta inflexible perspectiva, cabe hacerse una ingrata pregunta: ¿Qué le espera a la oposición venezolana el día de mañana? Por ahora sólo puede uno aventurarse a señalar que mientras esta contradicción no se supere con el ensamblaje de una unidad no circunstancial de los diversos criterios políticos y estratégicos que dividen a la oposición venezolana, resultará imposible derrotar al chavismo reinante y restaurar la democracia en Venezuela.