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Laberintos: Macri, o el fin del kirchnerismo

 

   macri-victorioso A las 9:32 de la noche argentina, con poco más de 63 por ciento de las mesas electorales escrutadas, Daniel Scioli tomó el micrófono y le anunció a la multitud de peronistas congregados en la plaza de Mayo para celebrar la reválida del kirchnerismo, que acababa de hablar por teléfono con Mauricio Macri, su amigo personal de muchos años y ahora rival político, “a quien le deseo éxito en su próxima gestión presidencial.” Fue su forma elíptica de reconocer la derrota.

   Esta victoria de Macri estaba prevista. Desde antes de las primarias obligatorias de septiembre se sabía que si Daniel Scioli no conquistaba la Presidencia en la primera vuelta de la elección del 25 de octubre, los peronistas disidentes de Sergio Massa inclinarían en el balotaje del domingo la balanza de la victoria a favor de Mauricio Macri. Y así fue. La única incógnita por despejar este domingo de grato clima primaveral era el margen del triunfo antikirchnerista. En gran medida, de ello dependía la calidad y las posibilidades reales del mandato presidencial de Macri.

   El día de la elección

   A las 6 en punto de la tarde se habían cerrado las mesas de votación y las televisoras del país se conectaron con las sedes de las dos alianzas electorales que se disputaban la presidencia de la nación, Cambiemos, confluencia de PROA, el partido fundado por Macri hace menos de 10 años, con la muy disminuida Unión Cívica Radical, y el Frente justicialista, de absoluta tendencia kirchnerista. Un cuarto de hora más tarde, en la sede seleccionada por Cambiemos para esa ocasión, todavía a la espera de los primeros cómputos oficiales, Marcos Peña, jefe de campaña de Macri, amplia sonrisa iluminándole la mirada, expresó ante las cámaras que “estamos muy felices con lo que ha pasado hoy en Argentina, que ya no será igual a partir de hoy.” El entusiasmo estalló en el ánimo de los miles de hombres y mujeres, en su mayoría jóvenes y de clase media, que escucharon el mensaje alentador de Peña. “Se siente, se siente, Macri Presidente”, comenzaron a corear, incansables. Tres horas más tarde no quedaría tan clara la magnitud y posibilidades de la victoria alcanzada.

   Para el momento del anuncio formulado por Peña, las encuestas a pie de urna realizadas por el equipo de Macri indicaban que su superaría a Scioli por un sólido margen de 10 puntos. Es probable que en el equipo de Scioli manejaran cifras parecidas, pues la posición peronista a esa hora era de cautela extrema. “Esperamos los resultados oficiales”, sostenían sus voceros ante la poca gente que comenzaba a llegar a la planta baja del hotel NH, frente a la plaza de Mayo.

El día había transcurrido en paz, sin ningún sobresalto que lamentar, y al comenzar a divulgarse los resultados oficiales a las 7:25 de la noche, con sólo el 0.79 de las mesas escrutadas, 53,48 de los votos correspondían a Macri y 46,52 por ciento a Scioli. Si bien estos números no constituían un porcentaje representativo, ni llegaba a ser ese fabuloso 10 por ciento de diferencia que a esa hora calculaban los estrategas del cambio, sí indicaba un rumbo suficientemente positivo como para generar una fuerte sensación de alivio en quienes deseaban ansiosamente el fin de 12 años de kirchnerismo. Dos horas más tarde, con 60 por ciento de las mesas escrutadas, el rostro de la victoria seguía siendo el mismo. La ventaja inicial de entre 7 y 8 puntos se mantenía, 53,33 por ciento para Macri, 46,47 por ciento para Scioli, y la alegría de los partidarios del cambio ya no parecía tener límites. Media hora después Macri, acompañado de su familia y los miembros más destacados de su equipo salió al encuentro de sus partidarios. “Hoy es un día histórico”, les dijo, “un cambio de época.” Y entonces arrancó la fiesta del cambio, Macri bailando sobre el escenario, su vicepresidente, Gabriela Michetti, cantando a su lado. Mientras tanto, sorda y lentamente, los últimos cómputos oficiales iban recortando la diferencia. Al final de la jornada, la ventaja de Macri se redujo a menos de 3 puntos, 51,4 a 48,6 por ciento, más que suficientes para hacer de Macri el próximo presidente de Argentina, pero no suficiente ventaja como para superar la polarización entre dos mitades prácticamente iguales, con razones sociales y territoriales de muchísimo peso político, un electorado rural y obrero peronista frente a otro urbano y de clase media de pensamiento liberal a ultranza. Una polarización que Macri pensaba haber dejado atrás y que desde hoy mismo debe intentar resolver con urgencia y muy a corto plazo para poder garantizarle a su presidencia gobernabilidad suficiente.

   Las dificultades por venir

   Es evidente que Macri y su gente tienen plena conciencia de este problema. La principal consigna electoral de Scioli perseguía el propósito de generar miedo al cambio de corte liberal que prometía su rival. Incluso en el breve discurso con que admitió su derrota, Scioli reiteró sus elogios y compromiso con las políticas populistas que caracterizaron la gestión presidencial de Cristina Fernández de Kirchner. Por eso, Michetti, al presentar al nuevo presidente esa noche de alegría y fiesta antikirchnerista, mientras otros voceros afirmaban que la victoria de Macri ilustraba el fracaso del miedo, insistió en sostener que el compromiso de Cambiemos es a favor de los argentinos más pobres y que el triunfo de Macri representaba un futuro de esperanza y alegría “para todos.” El propio Macri ahondaría en este aspecto crucial de su futuro inmediato como presidente al repetir una y otra vez que “este cambio no puede ser de revancha ni ajuste de cuentas.”

   ¿Será así su gobierno, un gobierno de todos y para todos, o esa promesa forma parte de las habituales retóricas políticas y electorales? O peor aún, ¿los militantes del kirchnerismo más duro, sobre todo los sindicatos de la Cámpora, al menos por ahora, darán por buenas las palabras de Macri-Michetti, o estimulados por la mínima ventaja de Macri emprenderán de inmediato un camino de feroz oposición al nuevo gobierno? ¿Liderizados acaso por la propia Fernández de Kirchner, la gran derrotada de la jornada a las 8 de la noche, pero al terminar de contarse los votos no tan maltrecha ni agonizante como se suponía tres horas antes?

   No se trata de una situación más o menos circunstancial. Macri tomará posesión de su cargo el próximo 10 de diciembre y tendrá entonces que enfrentar de inmediato el principal problema que hoy por hoy se le presenta a su gobierno, la gobernabilidad. Si se mantiene fiel a sus promesas de cambio y a la esperanza de sus partidarios, puede tropezarse con un peronismo no tan debilitado. Si además tenemos en cuenta la fragilidad institucional del nuevo gobierno, con el senado de la nación y la mayoría de las gobernaciones bajo control del peronismo, con un Scioli que ganó en más del 70 por ciento de los distritos electorales y sólo perdió las elecciones porque el nuevo mandatario ganó en las 12 ciudades más pobladas del país, y la también urgente necesidad de conservar el apoyo de Sergio Massa y sus peronistas disidentes, que fueron factor decisivo de la victoria y a quienes de pronto le corresponde desempeñar un papel parecido como ingrediente de equilibrio antikircherista, es preciso hacer notar que ante esta muy compleja realidad política de Argentina, la prioridad de Macri es forzosamente la de negociar con todos los sectores que conforman el actual rompecabezas argentino. Y negociar, ya se sabe, implica ceder. Nadie sabe, sin embargo, hasta qué extremo podrá llegar sin poner en peligro el apoyo de su más natural base social.

   Concretamente, Macri debe abordar tres áreas fundamentales como temas obligados de las negociaciones por venir. La primera, por supuesto, es la económica. La manipulación de las cifras oficiales no permite medir con exactitud los alcances de la crisis económica argentina, pero su gravedad es evidente y Macri ha puesto un gran énfasis en ofrecer su solución mediante el estímulo a la inversión privada para reactivar el sector productivo del país y la creación de empleo. Un objetivo en estos momentos irrealizable, si antes no logra un difícil y decisivo pacto entre el gobierno, los empresarios, que en su inmensa mayoría son enemigos rabiosos del populismo peronista de los últimos 12 años, y los sindicatos, en la otra orilla del espectro político, por ser rabiosamente kirchneristas. ¿Cuánto y qué le costará a Macri conseguir este acuerdo? Segundo y muy urgente tema es el financiero, con el Banco Central en su centro, intervenido y enjuiciado por haber manipulado el control de cambio, y la devaluación como opción planteada por la oposición durante la campaña electoral. ¿Podrá hacerlo? Piénsese, por ejemplo, que en el último mes, ante la probable elección de Macri y el fin del cepo cambiario, la fuga de capitales se tradujo en una reducción de más de mil millones de dólares de las reservas internacionales del país en un solo mes. El tercero y no menos espinoso reto a asumir de inmediato es su política internacional, que se espera sea de un distanciamiento inmediato y radical del populismo socialista promovido por Hugo Chávez desde que asumió el poder en febrero de 1999 y que su sucesor, Nicolás Maduro, ha radicalizado ciegamente. Como prueba de fuego de los cambios en el área internacional, habrá que ver la posición que sostiene Macri en la próxima cumbre de Mercosur, a celebrarse en Paraguay el 21 de diciembre. Según sus propias declaraciones, Argentina propondrá en esa ocasión suspender a Venezuela de su participación en Mercosur mientras no libere a Leopoldo López y demás opositores presos por disentir del régimen bolivariano. Si alguien necesitaba una prueba de la consistencia de su advertencia, la presencia en la sede de Cambiemos de Lilian Tintori, esposa de López, evidenciaba los alcances de su compromiso. ¿Podrá Macri romper los estrechos lazos que unen a Argencia con Cuba, Venezuela, Brasil, Ecuador y Bolivia, o también en este terreno se impondrá algún tipo de negociación?

   Puede que quizá la victoria de Macri haya sellado el fin del kirchnerismo como tendencia política, pero no parece que este hombre, el primero que en 80 años alcanza la presidencia del país sin ser militante peronista ni radical, pueda borrar del horizonte nacional el desafío del peronismo. En todo caso, desde La Habana, el diario Granma, en su edición del lunes 23 de noviembre, que no incluyó en su primera página mención alguna a las elecciones argentinas, en su página internacional ofrece una nota más editorial que informativa, que comienza con el siguiente y muy significativo párrafo: “Tras varios meses de intensa campaña electoral, signada por la polarización y las manipulaciones de los medios de comunicación privados, los argentinos eligieron ayer a Mauricio Macri, del derechista partido Cambiemos.”

   ¿Será este mensaje la brújula que empleará la oposición peronista para emprender su lucha contra el gobierno de Macri? ¿O, en efecto, la victoria de Macri ha sepultado definitivamente al kirchnerismo en el más oscuro de los baúles del olvido? Las respuestas a estas preguntas dentro de muy poco pondrán a prueba al presidente Mauricio Macri y a partir de hoy fijarán el rumbo, todavía incierto, del proceso político argentino. A fin de cuentas, una cosa es ganar elecciones, y otra muy distinta es gobernar.

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