Laberintos: Nicolás Maduro amenaza a Guyana
El pasado 27 mayo el gobierno de Nicolás Maduro dictó su decreto número 1787, que creaba y activaba las nuevas Zonas Operativas de Defensa Integral Marítima de Venezuela. Decisión nada extraordinaria, excepto porque en el texto se fijan coordenadas geográficas que abarcan áreas marítimas y submarinas en litigio fronterizo con Colombia en el golfo de Venezuela y con Guyana en la zona del Esequibo desde el siglo XIX.
Por supuesto, Bogotá y Georgetown protestaron de inmediato. Según Sadio Garavini, ex embajador de Venezuela en Guyana y experto en la materia, el decreto incluye, además de las áreas marinas y submarinas de nuestra fachada atlántica y de la Zona en Reclamación del Esequibo, “buena parte de la fachada atlántica guyanesa y también aguas correspondientes a Surinam y Guyana francesa, y viola el límite marítimo entre Guyana y Surinam, fijado en el Laudo Arbitral de la Corte Internacional de Justicia en 2007.”
El disparate diplomático venezolano era tan grande, que Maduro acudió el pasado primero de julio ante el pleno de la Asamblea Nacional para anunciar su sustitución por otro, el 1859, en el que desaparecen del texto las coordenadas geográficas en ambas fronteras y se añade, en el caso de Guyana, que los límites definitivos de la zona “se fijarán una vez que se resuelva la controversia con Guyana según el Acuerdo de Ginebra”, firmado por ambas naciones en 1966. En el discurso que pronunció en esa ocasión por cadena de radio y televisión, Maduro no se refirió a Colombia, pero metió a fondo el dedo en la llaga guyanesa al señalar que acababa de llamar a consultas a la embajadora en Guyana y que ya había ordenado reducir el personal diplomático en Georgetown, primeras acciones de lo que él llamó la “revisión integral” de las relaciones diplomáticas de Venezuela con Guyana.
Por supuesto, Juan Manuel Santos acogió el nuevo decreto con público beneplácito y pasó la página. David Granger, presidente de Guyana, en cambio, respondió airado que las acciones diplomáticas señaladas por Maduro sencillamente “incrementarán el aislamiento de Venezuela”, en clara referencia al apoyo que la semana anterior le había brindado a Guyana el Caricom, foro en el la semana anterior había denunciado el decreto como una “agresión venezolana.”
Estos son los hechos que definen el nuevo conflicto internacional del gobierno Maduro. Sin embargo, tras sus apariencias más o menos formales y jurídicas, se agitan aguas mucho más turbulentas.
Durante los cuarenta años de régimen democrático (1959-1999) los gobiernos venezolanos trataron de resolver sus diferendos fronterizos con Colombia y Guyana, unos más otros menos, pero todos con firmeza a la hora de defender los intereses venezolanos. El triunfo electoral de Hugo Chávez en diciembre de 1998 le dio un vuelco significativo a esta situación. Para el régimen socialista que se iniciaba entonces, el eje central de su política internacional era y no ha dejado de ser la construcción de una alianza antiimperialista continental con dirección venezolana y financiada por su inmensa riqueza energética. En el marco de esta nueva realidad, adquirían mucha mayor importancia los entendimientos políticos con sus vecinos que los reclamos nacionalistas.
Mientras vivió, Chávez no se apartó un centímetro de esta línea estratégica. Era, en definitiva, la defensa continental que la revolución cubana no pudo promover en medio del conflicto Estados Unidos-Unión Soviética. De ese modo, y aunque desde entonces la oposición ha criticado duramente el abandono chavista de los reclamos territoriales, la alianza con Colombia y Guyana cuenta más que la recuperación de los territorios en litigio. En el caso colombiano, por la presencia de las FARC, socio natural del chavismo en las luchas revolucionarias latinoamericanas desde que Fidel Castro y Ernesto Che Guevara se propusieron convertir a los países latinoamericanos en otros tantos Vietnams; y en el de Guyana, por su pertenencia al Caricom, alianza caribeña que le garantizaba a Chávez casi veinte votos en los organismos internacionales.
Desde esta perspectiva, Chávez decidió olvidarse de los convencionales litigios fronterizos. Maduro, último ministro de Relaciones Exteriores de Chávez y su sucesor en la Presidencia de la República tras su muerte, ha continuado aferrado al legado internacionalista de su mentor. Hasta el extremo de llegar a congelar con Colombia la actuación de la comisión bilateral que desde hace muchísimos años venía buscándole al diferendo una solución práctica satisfactoria para las dos partes, y de no prestarle atención a la sistemática expansión de Guyana en la zona en reclamación. Una expansión, por cierto, que en el año 2011 llevó al gobierno guyanés a solicitar en la Comisión de Límites de Naciones Unidas una ampliación de su plataforma marítima hasta dentro de la zona en reclamación. Venezuela rechazó la solicitud, pero sin ir más allá del simple saludo a la bandera. Permaneció en silencio, sin embargo, cuando la Exxon Mobil y la China National Offshore Oil Company, socia esta última de la estatal venezolana PDVSA en la explotación de los riquísimos yacimientos petroleros de la Franja del Orinoco, recibieron autorización del gobierno de Georgetown para explorar y extraer petróleo de las aguas de la plataforma marina de Guyana, pero también más allá, en las aguas de la zona en reclamación, violación flagrante del Acuerdo de Ginebra.
¿Qué ha ocurrido para que ahora Maduro olvide de golpe y porrazo el legado internacionalista de Chávez y amenace a Guyana con una revisión integral de sus relaciones?
De acuerdo con todos los estudios de opinión, los que hasta ahora favorecían mecánicamente a Maduro y los que no, al terminar el segundo trimestre del año, o sea, a sólo cinco meses de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre próximo, la insuficiencia de Maduro para frenar la creciente ola de inseguridad ciudadana, la super-devaluación de la moneda, la escasez de todo y la hiperinflación, los cuatro jinetes del apocalipsis venezolano que se pasean a sus anchas por las calles de todo el país y condenan a Venezuela a la parálisis y a sus ciudadanos a la desesperación, ha generado dos hechos políticos devastadores. Por una parte, el desplome del chavismo como invencible fuerza electoral; por la otra, el rechazo mayoritario a la gestión presidencial de Maduro. En dos palabras, la debacle política del régimen.
Esta realidad coloca a Maduro en un callejón sin salida. El régimen “bolivariano” ya ha puesto en marcha sus mecanismos mediáticos y clientelares necesarios para facilitar la victoria de sus candidatos. A todas horas, como si no bastase su asfixiante hegemonía comunicacional, la propaganda oficial se hace presente, abrumadoramente en cada rincón del país, en cada hogar venezolano, en vehículos privados y públicos. No obstante, las elecciones primarias del Partido Socialista Unido de Venezuela, celebradas hace un par de domingos, resultaron un fiasco. La escasa participación de militantes y la derrota de destacados dirigentes oficialistas, fueron pruebas muy palpables de que los vientos que soplan sobre Venezuela ya no tiñen de rojo-rojito el horizonte nacional. Un hecho que origina una pregunta inquietante. ¿Qué hacer si a pesar del ventajismo y las maquinaciones fraudulentas del Consejo Nacional Electoral la oposición alcanza en diciembre una mayoría imposible de maquillar? Para nadie es un secreto que un fenómeno de esta naturaleza bien podría acarrear una salida anticipada de Maduro de la Presidencia para dar paso a un complejo tránsito hacia la restauración de la democracia, o a un tercer gobierno del régimen chavista.
Por el momento, Maduro se ha sacado de la manga la bandera del patrioterismo con Guyana como objetivo de una guerra ultranacionalista, hasta ahora sólo verbal, pero que de cara a una muy probable derrota electoral en diciembre, adquiere el valor político que en abril de 1982 el dictador argentino, teniente general Leopoldo Galtieri, le atribuyó al asalto militar argentino a las islas Malvinas. Galtieri perdió la guerra, su aventura bélica provocó el colapso súbito del régimen militar y las Malvinas parecen ser hoy en día más británicas que antes. Sin duda, repetir aquellos pasos del gobierno militar argentino tendría en la Venezuela actual un efecto todavía más contraproducente, pues hasta los amigos y aliados más leales o más interesados del régimen venezolano, Cuba, por ejemplo, y las islas caribeñas del Caricom, le darían bruscamente la espalda. Mientras se despeja esta incómoda incógnita, muchos venezolanos se preguntan si a pesar de tantos claros pesares Maduro terminará cayendo en la absurda tentación de intentar recuperar militarmente la Zona en Reclamación del Esequibo, o si sus asesores lo convencerán a jugarse en diciembre el todo por el todo, pero únicamente en el teatro venezolano. Esa pasa a ser, de repente, el aspecto central de unas elecciones que podrían transformarse en un terremoto político de resolución y consecuencias imprevisibles.