Ética y MoralPolítica

Larga vida al líder ausente

Pablo Iglesias dejó sola a Ione Belarra en un acto en el que sobraron eslóganes y consignas triunfalistas sin la menor autocrítica

Parecía un día de playa. Bajo unos parasoles morados y unos sombreros de paja, sólo faltaban las cervezas y la tortilla de patatas en la reunión de amigos que fue ayer la IV Asamblea de Podemos. Todo eran abrazos, hermandad y parabienes. Ni siquiera hizo falta esperar la proclamación de los resultados porque oradores como Yolanda Díaz ya felicitaban a Ione Belarra en los vídeos grabados hace días. El recuento era una mera formalidad. La nueva responsable de Podemos había sido designada hace semanas por el dedo del líder supremo.

Como sucedió en el XXIV Congreso del PCUS en 1971, en todas las intervenciones se ensalzó al caudillo ausente. Pablo Iglesias no se dignó a acudir a Alcorcón.

Oficialmente, porque no quería hacer sombra a Belarra. Pero fueron tan exageradas las alabanzas al guía mirífico que superaron a las de los delegados comunistas cuando proferían la consigna de «gloria y larga vida» a Brezhnev.

La única diferencia es que el discurso del secretario del PCUS duró seis horas y el de Iglesias, ni un segundo. Poco o nada queda ya de aquellas asambleas en Vistalegre, donde miles de militantes se disputaban un asiento en el pabellón en un clima de entusiasmo contagioso. Aquellos eran otros tiempos. Ayer los cientos de militantes se achicharraban bajo un sol inclemente en la grada, mientras los dirigentes se protegían con sombrillas. Eso sí, guardando las distancias y con mascarilla.

Poco, muy poco entusiasmo y muchas consignas. Autocrítica tras las últimas debacles electorales, ninguna. La imagen de la Asamblea la proporcionó anteayer Lilith Verstrynge cuando, con una voz desmayada, gritaba: «España mañana será republicana». Parecía que estaba vendiendo cacahuetes en una fiesta infantil. Lo que fue un drama es hoy farsa. Si Iglesias brilló por su ausencia, y nunca mejor dicho, Yolanda Díaz, Mónica Oltra y Ada Colau saludaron a los asistentes en alocuciones grabadas como si temieran contagiarse del virus.

No faltó a la cita Enrique Santiago, secretario del Partido Comunista, que aseguró que España -ver para creer- es hoy mucho mejor que hace siete años. Si nunca escaseaban en los congresos soviéticos los coros y danzas campesinas, una pareja de chicas amenizó la espera de los resultados con una serie de raps que denunciaban la opresión de la mujer y la impunidad del machismo bajo un sol implacable que invitaba a refugiarse en el bar. Confirmada la victoria de la candidata oficial, Ione Belarra subió al escenario. Empezó por citar a todas las asociaciones y entidades que se habían adherido al acto, una lista más larga que la de los asistentes. Desde los bomberos a una plataforma de Murcia, parecía una enumeración como la de aquel cuento chino de Borges en el que distingue entre los animales que acaban de romper el jarrón, los dibujados con pelo de camello y los que de lejos parecen moscas.

Era imposible encontrar una sola idea entre tanto eslogan, pero Belarra sí que concretó cuando aseguró que los asistentes a Colón eran «derecha petrificada en una foto en blanco y negro», lo cual cambiando una sola palabra, la primera, podría aplicarse al añejo espectáculo de Alcorcón.

Todo olía a alcanfor, a déjà vu, a imágenes de color sepia ajadas por el tiempo. Lo que dicen los líderes de Podemos suena viejo y desgastado, en contraste con un declive electoral implacable: «Vamos ganando», dijo Ione Belarra, sin explicar si se refería a su presencia en el Gobierno o a una partida de mus. Lo más patético del evento fue que Montero, Garzón y Belarra hablaron como si estuvieran en la oposición, como si no tuvieran responsabilidad alguna en lo que está pasando. «No pasarán», coreaban los dirigentes de Podemos como si estuvieran en el Madrid sitiado de 1936, obviando que ellos son ahora parte del ‘establishment’. Tienen el BOE y coche oficial, pero prefieren seguir anclados en una permanente infancia en la que la culpa es siempre del otro.

 

 

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