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Las claves del fracaso del ‘giro a la izquierda’ de Pedro Sánchez

«Poderes oscuros», «señores con puros» reunidos en los «cenáculos de Madrid», «minorías poderosas», «terminales mediáticas de la derecha».

Son sólo algunos de los términos que han pasado a formar parte del acervo léxico del presidente del Gobierno desde julio. Las luminarias detrás del discurso de Pedro Sánchez debieron de pensar que la mejor idea para reponerse del batacazo andaluz del 19-J y para oponer un cortafuegos a la escalada en los sondeos fruto del efecto Feijóo era cultivar desde Moncloa una narrativa de improvisado populismo táctico.

Ya se sabe, aquello de «a tiempos desesperados, medidas desesperadas». Al burdo y pueril relato de la «conjura de los puros» se le añadió en agosto el lanzamiento de la campaña de «el gobierno de la gente».

La mímesis con la retórica del malogrado exvicepresidente Pablo Iglesias era ya completa con el préstamo del concepto «la gente». Etéreo y flotante significante con el que Podemos hizo fortuna al contraponerlo a «la casta».

Pero ni la jornada continua de puertas abiertas en la Moncloa, ni el retorno a las esencias socialistas escenificado durante el Debate sobre el estado de la Nación del 12 de julio, ni la victimización persecutoria, han servido para ampliar la base electoral del PSOE en el caladero de la izquierda.

Todas las encuestas (salvo el CIS) del pasado fin de semana (SocioMétrica, 40dB, SigmaDos e IMOP-Insights) coinciden en sus resultados. El PP consolida su ventaja y el PSOE se estanca y apenas remonta. Un fracaso manifiesto de la estrategia de lo que los medios hemos bautizado como «giro a la izquierda».

Con todo, hace tan sólo un mes,  como informó Pepe Luis Vázquez en EL ESPAÑOL, Sánchez seguía encomendando su remontada en las encuestas a este viraje. Y su equipo se sigue aferrando al giro a la izquierda, aclarando que el presidente «no cree en el centro».

Este cambio de guion que Moncloa sigue predicando vino a reemplazar al ya inoperante discurso de la «alerta antifascista». Sánchez cambiaba de enemigo, desechando la baza de la agitación del miedo a Vox, y pasando a tomarla con las «grandes empresas». Adoptaba así un tono hostil contra la patronal. Giro que se ha materializado en el impuesto a la banca, el de las energéticas y el más reciente impuesto a los ricos.

La segunda fase de este revestimiento obrerista consiste en presentar al PP de Alberto Núñez Feijóo como espolón de esa confabulación de los poderosos. Se trata de retratar a la derecha como una élite que, en palabras de Sánchez, «está a defender los intereses minoritarios y particulares de unos cuantos poderosos». Se trata también de plantear la competición electoral como un pulso entre los defensores de la clase media y trabajadora y quienes «representan los intereses del 5%».

Pero los acontecimientos de las últimas semanas sugieren que no es el PSOE quien está consiguiendo enmarcar la batalla política según sus propios términos.

Al contrario, los socialistas se están amoldando y reajustando a la agenda marcada por otros.

Fue Juanma Moreno quien abrió la puerta a la conceptualización del debate político en términos de subidas o bajadas de impuestos con su anuncio del 19 de septiembre. Antes de su propuesta de rebaja fiscal,  tal y como pudo conocer EL ESPAÑOL, María Jesús Montero era reacia a iniciar siquiera un debate sobre modificaciones de impuestos.

La supresión del impuesto de Patrimonio en Andalucía le daba a la Moncloa una oportunidad de oro para seguir alimentando el catecismo de que el PP adopta medidas que benefician a «los ricos». Pero el anuncio de Ximo Puig de la deflactación del IRPF a las rentas de hasta 60.000 euros desbarató los planes tributarios y el argumentario fiscal del PSOE.

El PP no perdió la oportunidad de reivindicar la autoría de la iniciativa. Tampoco la de recordar que no era la primera vez que el Gobierno asumía una propuesta de la oposición después de haberla rechazado. Sánchez anunció que rebajaría el IVA del gas del 21% al 5% sólo un día después de que lo propusiera Feijóo. Algo similar había ocurrido antes con el IVA de la luz.

Naturalmente, la Moncloa no podía permitirse bailar al ritmo que marca el PP en materia económica. Para poder seguir presentándose ante la opinión pública como el paladín de las clases trabajadoras, el Gobierno se vio obligado a improvisar un puzle fiscal: bajar los tributos a las rentas bajas y subirlos a las rentas altas.

Un equilibrismo tributario que, como sintetizó Pedro J. Ramírez, supone comprarle la tela al PP para hacer un traje a la medida de Unidas Podemos. El Ejecutivo recurrió al impuesto a los ricos, vieja exigencia de su socio de coalición, como compensación recaudatoria. Subir los impuestos a los que ganan más de 200.000 euros para cubrir lo que se dejará de ingresar al bajarlos a las rentas de menos de 21.000.

El PSOE entró así en el marco fijado por el PP, pero asumiendo los planteamientos de Unidas Podemos. El puzle fiscal de la Moncloa no sólo supone una derrota frente a la oposición y sus socios al mismo tiempo. También ha tenido el efecto de desdibujar el esquema dicotómico con el que Sánchez pretendía enmarcar el nuevo ciclo político y el próximo año electoral.

Porque el discurso de pobres vs. ricos se proyectaba sobre el telón de fondo de la política tributaria. Y el embrollo fiscal de la última semana desdibuja los clivajes sobre los que se asentaba esa escisión tan elemental. ¿Es el PP el que baja impuestos o el PSOE? ¿Bajar impuestos es de derechas o de izquierdas?

También se resquebraja el discurso del «gobierno de la gente» por el flanco izquierdo. Con motivo de la congelación de la Ley de Vivienda, Unidas Podemos acusó al PSOE de estar alineado con los intereses de la patronal.

El único rescoldo estratégico que puede sobrevivirle a un programa que hace aguas es la pretensión de Sánchez de alinearse con los planteamientos del actual momento global socialdemócrata.

El presidente quiere mostrarse como parte de esa internacional keynesiana con la que puede presumir, por un lado, de estar en sintonía con el consenso económico que comparten Ursula von der Leyen, Olaf Scholz y Joe Biden. Y, por el otro, retratar al PP (como sucedió con su vacilación frente al impuesto a las energéticas en la UE) como oveja negra de la tendencia internacional.

Aunque la crisis originada por la pandemia, la energía y la guerra de Ucrania permite establecer un paralelismo histórico con el fenómeno de la estanflación de los 70, la respuesta está siendo distinta hoy.

Si la crisis petrolera e inflacionaria de 1973 parecía desacreditar las economías intervenidas de la era de la posguerra, y propició la transición hacia el modelo neoliberal de mercados desregulados, la conclusión que parece haberse sacado de esta crisis es la de que el gobierno no es el problema, sino parte de la solución.

Y hoy, a diferencia de los años 70, la medida contrahegemónica es rerregular. Un retorno del Estado intervencionista que podría apuntar hacia un cambio estructural en la ortodoxia económica.

El PSOE quiere jugar fuera de casa esta baza al entroncar con un cambio en el paradigma internacional de la política económica que deja fuera de juego el laissez-faire del PP. Y más cuando los populares han tenido que marcar distancias con las rebajas fiscales de Liz Truss, que ha tenido que dar marcha atrás en su alivio impositivo a las rentas altas después del desplome de los mercados británicos.

En cualquier caso, ni siquiera un contexto internacional favorable parece capaz de avivar ese giro a la izquierda que está generando también una crisis interna en el PSOE.

La disidencia fiscal de los barones socialistas es sólo el último episodio de la rebelión de las federaciones frente al cesarismo presidencialista de Sánchez. Como recuerda Alberto Prieto, y aunque desde Moncloa se trató de sofocar la rebelión, son ya siete los barones que han optado por desvincularse del presidente del Gobierno.

En sólo dos semanas se ha venido abajo la imagen de unidad que Sánchez quiso transmitir en el Consejo de Política Federal del pasado 17 de septiembre en Zaragoza. Una reunión motivada por el malestar que el presidente había podido detectar entre sus filas por la renovación del aparato orgánico a finales de julio.

Son varios los barones que quieren ir por libre en el próximo ciclo electoral. Y temen que la obsesión de Ferraz por plantear las elecciones locales y autonómicas como previa de las generales pueda contagiarles el desgaste en los sondeos que arrastra Sánchez. Emiliano García-Page ha sido la cara visible del antisanchismo, pero lo cierto es que el deseo de librarse del tutelaje de la Moncloa y del lastre que supone la imagen del presidente es generalizado.

¿Marcará este septiembre negro del presidente el abandono del giro a la izquierda? Por lo pronto, cuenta con el control completo de RTVE (auténtica terminal mediática) como minarete desde el que lanzar una eventual nueva ocurrencia discursiva y programática.

Víctor Núñez es periodista.

 

 

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