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Las cosas como son, sin hipocresías

Para sanar hay que comenzar asumiendo que estamos enfermos, y la cura quizás llegue alguna vez como perdón, pero jamás renunciando a la justicia.

El exmiembro del Comité Central del PCC, Manuel Menéndez Castellanos, a la izquierda (de verdeolivo), en Cienfuegos, el 18 de octubre de 1996El exmiembro del Comité Central del PCC, Manuel Menéndez Castellanos, a la izquierda (primero de verdeolivo), en Cienfuegos, el 18 de octubre de 1996 (Foto: Trabajadores)

 

LA HABANA, Cuba. – Si no se hubiera filtrado la información y un periodista no hubiera estado allí para constatarlo, el “exdirigente” del régimen Manuel Menéndez Castellanos habría llegado a Miami como cualquier otro cubano que huye del comunismo.

Incluso vistió para su escapada una camiseta rosa que parecía evocar ese rojo desteñido de un Partido Comunista que posiblemente hoy tenga más miembros, simpatizantes y tontos útiles del lado de allá que del lado de acá, donde apenas van quedando aquellos que no hallan el modo de “zafarle” al monstruo torpe, parasitario y tragón que ellos mismos engendraron y que, no teniendo de qué alimentarse, comienza a engullir a sus progenitores.

Por estos días hemos visto cruzar la frontera (o hacer el intento) a otros barrigones y camajanes, a exrepresores, exsecratarios del PCC, y hasta a una jueza que, habiendo enviado a más de un joven a la cárcel por salir a protestar contra la dictadura, ahora implora perdón y olvido

Hace unos días se hablaba en redes sociales de un caso que, por común, se ha vuelto norma entre quienes “manichean” el negocio de la “Revolución”. Una funcionaria de Salud Pública relacionada con las mal llamadas “misiones médicas” y, por tanto, involucrada conscientemente en la explotación laboral de profesionales— habría arribado a Estados Unidos probablemente bajo un proceso de parole humanitario o reunificación familiar, tal como hizo ese que llegó repartiendo manotazos y arrebatando teléfonos tal como acostumbraba a hacerlo en Cuba, a fin de cuentas para los viejos represores es como una especie de acto reflejo.

Funcionarios, diplomáticos, policías, militares han ido a matar el hambre y la memoria allá donde dijeron alguna vez que jamás irían por un asunto de “principios” (que ni siquiera les han servido para aguantar estos “finales”). Y lo peor no es que se vayan —ojalá y todos lo hicieran para que este infierno se termine mañana mismo— sino que pretendan hacernos creer que su acto de huir, de oportunismo más que de cobardía, es una rebelión, un disentimiento. Nada de eso.

 

 

 

En Estados Unidos debieran estar claros del gran problema que se están comprando al darles refugio, tanto a ellos como a sus familias, y que si algo bueno pudieran hacer ahora mismo tanto por ese gran país como por quienes realmente desean un cambio en Cuba, es retornarlos a todos de inmediato, porque nunca habrá mejor detonante para esta olla que alcanza su punto más crítico que los comunistas y represores encerrados en su propia trampa, sin esperanzas de escapar ni ser rescatados, ni ellos ni sus descendientes.

Solo tenemos constancia de esa parte mínima de lo que suponemos un fenómeno mucho mayor. Lo poco que conocemos (y que ya es alarmante) es lo que ha logrado filtrarse y lo que han ido denunciando quienes, a partir de experiencias personales como víctimas, conocen de nombres y rostros, de pasados y presentes que a los servicios consulares de la Embajada de Estados Unidos en La Habana se les escapa quizás porque no han hecho bien su trabajo, quizás porque les mienten (y en eso los comunistas son expertos) o, lo más probable, porque son tantos los cubanos y cubanas que de algún modo y en alguna etapa de nuestras vidas hemos sido cómplices (en mayor o menor grado) de la dictadura, que ya es un “detalle” que ni siquiera toman en cuenta en las entrevistas.

Sabemos de cómo se preparan para mentir, de cómo se asesoran con “expertos” sobre lo que deben o no poner en las planillas, sobre cómo actuar en las entrevistas, y en fin, sobre ese acto generalizado de mentir, de tapar el pasado, de borrarlo, se alza un lucrativo negocio en toda Cuba (y fuera también) del cual debe ser consciente ese consulado y esas instituciones donde han sido aprobados tan escandalosos y ofensivos permisos, al punto de que se tornan sospechosos demasiados “errores”.

Creo que, en tanto compromete enormemente y escamotea el mínimo de justicia que reclaman las víctimas directas e indirectas de estos represores y cómplices en estampida, es momento de que nos tomemos más en serio el asunto y trabajemos en que se establezcan bancos de información serios, accesibles, constantemente actualizados, que se articulen con los mecanismos de aprobación en aquellos consulados que desean ser consecuentes con aquello que predican sus gobiernos.

Porque si bien es cierto que en un sistema totalitario como el cubano es muy difícil hallar a ese sujeto que esté ciento por ciento “libre de pecados”, también lo es que existen grados de compromisos y participación con la represión, y que estos son mayores cuando se desempeñan cargos y responsabilidades dentro de un sistema donde es difícil decir “no” (sobre todo cuando se pretende sacar de la aceptación algún beneficio personal), pero tampoco imposible ni mucho menos punible.

Nadie puede decir que fue militar, policía, juez o secretario del PCC porque lo obligaron. Como tampoco nadie puede decir que publicó o dijo esto y aquello en las redes sociales porque le pusieron una pistola en la cabeza. Que gritó o golpeó en un acto de repudio por temor a las consecuencias. Que sentenció en un tribunal porque no tenía más opción cuando siempre nos queda la renuncia, aunque sea tardía y en silencio (pero siempre dentro de Cuba).

Es hora de abandonar las hipocresías que tanto daño nos han hecho y asumir lo que fuimos y lo que somos, si alguna vez deseamos realizar eso que soñamos como nación. No pretendamos venderle al mundo como “heroísmo” nuestras cobardías, oportunismos y complicidades. Para sanar hay que comenzar asumiendo que estamos enfermos, y la cura quizás llegue alguna vez como perdón, pero jamás renunciando a la justicia.

 

 

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