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Las elecciones holandesas muestran cómo no derrotar al populismo

Geert Wilders se dirigió a los medios de comunicación en La Haya el jueves. CréditoRobin Utrecht / Agencia Europea Pressphoto

Las elecciones holandesas celebradas el miércoles 15 de marzo se preveían como la última muestra de fuerza por parte de los populistas luego del referéndum sobre el Brexit y la elección de Donald Trump. Holanda sería el primero de una serie de países europeos que sucumbirían ante los cantos de sirenas populistas de derecha en este año 2017, con los franceses siguiéndolo muy de cerca.

No fue ése el caso.

Geert Wilders, que con demasiada frecuencia es descrito como «el Trump holandés«, no derrotó al primer ministro conservador, Mark Rutte. De hecho, ni siquiera quedó cerca.

Con más del 95 por ciento de los votos escrutados, el Partido Popular por la Libertad del Sr. Rutte, o VVD, llegó en primer lugar con el 21,2 por ciento de los votos, frente al partido de Wilders, Para la Libertad, que tuvo solamente un 13,1 por ciento. El Sr. Wilders apenas mejora su resultado con respecto a  las elecciones de 2012 (donde obtuvo un 10,1 por ciento) y no pudo alcanzar el porcentaje de 2010 (donde obtuvo el 15,5 por ciento de los votos).

La noticia destacada en la política holandesa no es la subida del Sr. Wilders, es la fragmentación sin precedentes del sistema político. En conjunto, los partidos del Sr. Wilders y del Sr. Rutte parece que van a conseguir sólo el 33 por ciento del Parlamento, con otras 11 organizaciones partidarias constituyendo el resto. Esta fragmentación de la política holandesa está haciendo que sea cada vez más difícil la gobernabilidad efectiva del país.

Mientras que los Parlamentos anteriores han contado con 14 o más grupos, lo que ha cambiado es el tamaño relativo de las partes. En 1986, los tres principales partidos consiguieron juntos el 85 por ciento de los votos. En 2003 el porcentaje disminuyó a un 74 por ciento. Hoy en día apenas alcanza el 45 por ciento.

Debido a su sistema electoral de representación proporcional, Holanda es un caso extremo. Pero las tendencias son similares en toda Europa Occidental: Los principales partidos de centro-izquierda y de centro-derecha están perdiendo apoyos, los partidos más pequeños están creciendo y las coaliciones inestables se están convirtiendo en la norma. Hay muchas razones para esto – desde la secularización a la desindustrialización, o la aparición de nuevos temas políticos, como el medio ambiente o la inmigración-.

Las consecuencias han sido dolorosamente visibles en toda Europa desde hace algún tiempo. Bélgica necesitó 541 días para formar gobierno después de su elección de 2010. En los últimos años Grecia y España fueron obligadas a realizar segundas elecciones después de que el resultado de las iniciales impidió la formación de coaliciones en el Parlamento. En Holanda, la formación de un gobierno no es tan difícil, pero lo más probable es que el próximo sea una coalición de cuatro a seis partidos.

Si se excluye al Partido para la Libertad – y casi todas los otros partidos se han comprometido a no estar en una coalición con Wilders – el gobierno probablemente constará de cinco o seis partidos de tamaño medio que abarcan casi todo el espectro político. Dado que el VVD y los Demócrata Cristianos son ideológicamente más cercanos al Partido para la Libertad de lo que son, por ejemplo, al Partido Verde de Izquierda, con el que gobernarán, el nuevo ejecutivo va a ser correctamente percibido como una coalición anti-Wilders.

Esto vendrá como anillo al dedo para Wilders, quien ha sostenido durante mucho tiempo que los partidos políticos holandeses son todos iguales. Ser el líder del mayor partido de oposición contra una débil coalición «anti-Wilders», dividida internamente, es, sin duda, su segundo resultado más deseado de las elecciones – después, por supuesto, de la posibilidad de ganar una mayoría absoluta de los votos -.

La única manera de romper este círculo vicioso es que los partidos en el gobierno se unan para apoyar un programa positivo, que justifique su cooperación y su decisión de excluir a Wilders. Todas estas organizaciones respaldan, en principio, la integración europea y la tolerancia de la diversidad. También están de acuerdo en que el multiculturalismo holandés y la Unión Europea deben reformarse en lugar de ser abolidos. Desafortunadamente, con frecuencia se oponen entre sí en cuanto a las reformas propuestas.

La muy divisiva campaña electoral, en la que prácticamente todos los partidos se definieron vis-à-vis Geert Wilders, sólo ha ampliado la brecha entre los futuros partidos de la coalición. Los democristianos se movieron bruscamente hacia la derecha, adoptando versiones ligeramente más suaves de las posiciones de Wilders, incluyendo el euroescepticismo y una velada islamofobia. Lo mismo hizo el partido VVD, del primer ministro Rutte. De hecho, él pudo haber conseguido mejorar en las encuestas luego de que adoptara una postura firme en la reciente disputa entre su país y Turquía.

Mientras tanto, el Partido Verde de Izquierda y los Demócratas Libertarios se han posicionado como alternativas claras a Wilders, proponiendo una fuerte defensa de los valores cosmopolitas.

De alguna manera, todos ellos ahora tienen que encontrar la manera de trabajar juntos. No va a ser fácil.

Otros partidos dominantes en Europa deben observar cuidadosamente y aprender la lección de Holanda. La lucha, en sus términos, contra la derecha populista puede garantizar una victoria electoral inmediata. Pero en última instancia, el gobierno que finalmente emerja de esa pelea tendrá su coherencia y estabilidad socavadas. Un mejor plan para los partidos de centro, de izquierda y otros partidos  del espectro predominante es proponer una visión política positiva, no permitiendo que los temas que propone la derecha radical dominen el debate político nacional.

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The New York Times

The Dutch Election Shows How Not to Defeat Populism

Cass Mudde

The parliamentary election in the Netherlands on Wednesday was predicted to be the next populist show of strength after the Brexit referendum and Donald Trump’s election. The Dutch would be the first of a number of European countries to succumb to the right-wing populists’ siren songs in 2017, with the French not far behind.

It didn’t work out that way.

Geert Wilders, who is all too often described as a bleach blond or referred to as “the Dutch Trump,” did not defeat the conservative prime minister, Mark Rutte. In fact, he didn’t come close.

With more than 95 percent of the vote counted, Mr. Rutte’s People’s Party for Freedom and Democracy, or V.V.D., came first with 21.2 percent of the vote, compared to Mr. Wilders’s Party for Freedom, which took only 13.1 percent. Mr. Wilders barely improved on his margin in the 2012 election (where he took 10.1 percent) and failed to do as well as he did in 2010 (where he got 15.5 percent of the vote).

The real story in Dutch politics isn’t Mr. Wilders’s rise, it is the unprecedented fragmentation of the political system. Together, Mr. Rutte’s and Mr. Wilders’s parties look set to make up only 33 percent of the Parliament, with 11 more political parties constituting the rest. This splintering of Dutch politics is making effective governance of the country increasingly impossible.

While previous Parliaments have counted 14 or more factions, what has changed is the relative size of the parties. In 1986, the top three parties together won 85 percent of the vote. In 2003, it was down to 74 percent. Today it is just around 45 percent.

Because of its proportional representation system of voting, the Netherlands is an extreme case. But the trends are similar across Western Europe: The main center-right and center-left parties are shrinking, smaller parties are growing and unstable coalition politics are becoming the norm. There are many reasons for this — from secularization to deindustrialization to the emergence of new political issues, like the environment or immigration.

The consequences have been painfully visible across Europe for some time. It took Belgium 541 days to form a government after its 2010 election. Both Greece and Spain were in recent years forced to hold second elections after the first Parliaments failed to form coalitions. In the Netherlands, forming a government is not quite as difficult, but the next one will most likely be a coalition of four to six parties.

If the Party for Freedom is excluded — and almost all parties have pledged that they will refuse to serve in a coalition with Mr. Wilders — the government will probably consist of five or six medium-size parties that span almost the entire political spectrum. Given that the conservative V.V.D. and the Christian Democratic Appeal are ideologically closer to the Party for Freedom than they are to, for example, the Green Left party with which they will be governing, the government will be rightly perceived as an anti-Wilders coalition.

This will play right into Mr. Wilders’s hands. He has long argued that the Netherlands’ political parties are all the same. Being the leader of the largest opposition party against an internally divided, weak “anti-Wilders” coalition is undoubtedly his second most desired outcome of the elections — after, of course, winning an outright majority of the votes.

The only way to break this vicious circle is for the parties in government to come together to support a positive program, one that justifies their cooperation and their decision to exclude Mr. Wilders. All of these parties do support, in principle, European integration and tolerance of diversity. They also all agree that Dutch multiculturalism and the European Union should be reformed rather than abolished. Unfortunately, they often oppose each other in terms of the proposed reforms.

The highly divisive election campaign, in which virtually all parties defined themselves vis-à-vis Geert Wilders, has only widened the gap between the future coalition parties. The Christian Democrats moved sharply to the right, adopting slightly softer versions of Mr. Wilders’s positions, including Euroskepticism and thinly-veiled Islamophobia. So did Prime Minister Rutte’s V.V.D. In fact, he may have gotten a boost in the polls after taking a tough stance in a spat between the Netherlands and Turkey.

Meanwhile, the Green Left party and the libertarian Democrats 66 have positioned their parties as clear alternatives to Mr. Wilders, putting forward strong defenses of cosmopolitan values.

Somehow, they will all now have to figure out how to work together. It won’t be easy.

Other mainstream parties in Europe should watch carefully and learn a lesson from the Netherlands. Fighting the right-wing populists on their terms may guarantee an immediate electoral victory. But ultimately the government that finally emerges from that fight will have its coherence and stability undermined. A better plan for the centrist, left-wing and other mainstream parties is to put forward a positive political vision, not allowing the radical right’s issues to dominate the national conversation.

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