El historiador británico Peter Frankopan brinda una visión diferente a las habituales sobre la conquista de Jerusalén por los cruzados el 15 de julio de 1099 en “La Primera Cruzada. La llamada de Oriente”. Catedrático en la Universidad de Oxford y director del Centro de investigaciones sobre Bizancio, consumado especialista en la historia Bizantina de la época de la dinastía Comnena, siglos XI/XII, en cuya época tuvo lugar la Primera Cruzada, demuestra en esta obra dos cosas que en nuestra historiografía clásica suelen pasar desapercibidas: primero, que la llamada del papa Urbano II a los caballeros cristianos para que liberasen Jerusalén no estuvo promovida tanto por la recuperación de los Santos Lugares en manos de los musulmanes como por la llamada de auxilio de Alejo Comneno, cuyo Imperio estaba muy presionado por los turcos. Segundo, que los múltiples intereses que, atrancas y barrancas, llevaron a los ejércitos cristianos hasta Jerusalén constituyeron más un problema para Bizancio que un alivio para sus agobios.
Esta obra cuenta sin paliativos la historia del Imperio e Oriente en la época Comnena, que en nuestra narrativa tradicional suele simplificarse como un nido de intrigas, un lugar políticamente ineficaz y, casi siempre, incumplidor de sus compromisos con los cruzados. Uno de los grandes argumentos francos y, en general, de los autores occidentales, fue el abandono de los cruzados a su suerte durante el asedio cruzado de Antioquía en 1097/98, sin proporcionarles alimentos, útiles de asedio y los repuestos para los gastados pertrechos militares de los expedicionarios.
El general bizantino Taticio, designado por el emperador Alejo como responsable de la intendencia de los cruzados, regresó en enero de 1098 a Constantinopla prometiendo el envío de todo lo necesario y nunca regresó por lo que en las crónicas occidentales aparece como “maldición de Dios”, cuyo “acto ruin trajo sobre sí mismo y sobre sus hombres la vergüenza eterna”. Frankopan descubre aquí que Taticio escapó del campo cruzado, abandonándolo todo, porque ni Bohemundo de Tarento ni Godofredo de Bouillon escuchaban sus consejos y dejaron correr la idea de que pretendían asesinarle.
La realidad es que las disputas entre los jefes cruzados debían producir una enorme frustración en el delegado bizantino y, a la vez, suscitar su miedo. Pero, curioso, cuatro meses después de la marcha de Taticio, Antioquía se rindió ¿De dónde procedían todos los bastimentos que necesitaron los cruzados para sobrevivir durante veinte semanas? Se ha dicho a menudo que llegaron en barcos ingleses, con lo que parece que los hubiera mandado Inglaterra, cuando la realidad es que los envió Bizancio y llegaron al campo cruzado a comienzos de marzo. Por cierto que las disputas internas estuvieron a punto de perder los preciosos suministros.
Más aún, el incumplimiento de los compromisos cruzados con el emperador fue achacado a la falta del apoyo prometido. Es decir, la historiografía tradicional ha enmascarado durante nueve siglos que la Primera cruzada estuvo a punto de fracasar por las disensiones internas, que las ambiciones de los jefes determinaron el incumplimiento de lo acordado con el emperador y el pretendido abandono bizantino sirvió para justificar el quebrantamiento de sus juramentos.
Los cruzados conquistaron Jerusalén (1099), pero quedaron en situación precaria y sometidos a un continuo embate musulmán, de modo que debieron, nuevamente, recurrir a Bizancio, pese a que el dominio franco de Antioquía era para el emperador Alejo como un clavo en el zapato y una fuente continua de problemas entre Bizancio y la Jerusalén de Balduino I, que había sucedido a su hermano Godofredo de Bouillon. Balduino solicitó ayuda a Alejo y este se la concedió “exigiendo garantías de que se repararía el daño que los rumores de su supuesta traición a los cruzados habían causado en sus relaciones con el papado. A cambio, juró mostrar misericordia honor y amor al rey Balduino”…
Según Frankopan el apoyo de Bizancio a los cruzados fue continuo antes y después de la conquista de Jerusalén y el emperador Alejo no fue el artero personaje que nos ha contado la historia; aquí, verdaderamente, lo que queda malparada es la tempestad de rivalidades, pasiones, orgullos y ambiciones de gran parte de los jefes cruzados, quedando especialmente señalado Bohemundo de Tarento, cuya ambición era crearse un reino en el Próximo Oriente para lo cual se enfrentó directamente al emperador Alejo, que le derrotó convirtiéndole en su súbdito. Frankopan desvela una historia bastante diferente a la que tradicionalmente se ha contado en Occidente.