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Las lecciones españolas de las elecciones francesas

Los resultados de las elecciones municipales francesas han sido aparentemente contradictorios, pero reflejan con una sorprendente precisión el desconcierto europeo

Los resultados de las elecciones municipales francesas, cuya segunda vuelta se celebró el pasado domingo tras ser suspendida en marzo por el coronavirus, han sido aparentemente contradictorios pero, precisamente por eso, reflejan con una sorprendente precisión el desconcierto europeo.

Los verdes de Europe Ecologie-Les Verts (EELV), que ya lograron un notable ascenso en las últimas elecciones europeas, fueron los vencedores del día, al lograr la alcaldía de ciudades tan relevantes como Lyon, Estrasburgo o Burdeos, en ocasiones mediante una alianza con partidos de izquierdas. Anne Hidalgo, la alcaldesa socialista de París, que está transformando una capital tradicionalmente agresiva en un lugar con cada vez menos coches y más bicicletas y espacios verdes, renovó su mandato con el apoyo de los verdes.

Esto podría hacer pensar que Francia está a la vanguardia de una Europa verde cuya misión se ha reforzado con la primera oleada del covid-19. Es tentador pensar así. Y tiene cierto sentido: los verdes son la fuerza en auge en la política alemana, en Austria gobiernan en coalición con los conservadores —que antes lo habían hecho con la derecha autoritaria—, en Irlanda entrarán en una coalición de gobierno con los el centro derecha, y son un ‘establishment’ algo renovado: votantes jóvenes, urbanos, de costumbres liberales, habituados a la tecnología, que asumen las reglas capitalistas pero quieren matizarlas, poniendo énfasis en las energías verdes y los alimentos ecológicos.

Íñigo Errejón, ante el vacío inmenso que ocupa ese espacio en el sistema de partidos español, intentó hacerlo suyo enseguida: “El pueblo francés ha hablado: victoria de los verdes en las principales ciudades de Francia. La ola ecologista es imparable”, tuiteó. Quizá tenga razón, pero en España la izquierda a la que él pertenece debería abandonar una asombrosa cantidad de bagaje ideológico para asemejarse a los verdes del norte. Porque la visión económica de este nuevo ecologismo no es ingenua ni dogmática. “Sus líderes insisten en que no consideran que las empresas sean el enemigo —decía el ‘Financial Times’ al tratar de describir su ADN—, sino un socio muy necesario en la lucha contra el cambio climático”.

Sin embargo, en el mundo rural tuvieron éxito los gaullistas, Les Républicains, viejos conservadores que se sienten amenazados por el auge de la derecha autoritaria pero que siguen entendiendo de una manera extraordinaria el mundo no capitalino y tienen una enorme presencia en las ciudades medianas (algo que, en el sistema francés, te proporciona además una amplia representación en el Senado, cuyo control parece que mantendrá el centro derecha).

Agrupamiento Nacional, el antiguo partido de los Le Pen parcialmente renovado, obtuvo un resultado mediocre, pero logró una victoria simbólica en Perpiñán, que será la ciudad más grande gobernada por los nacionalistas franceses desde que en 1995 lograran la alcaldía de Toulon, y la primera con más de 100.000 habitantes. Con ello, esperan demostrar que tienen capacidad de gestión. Este resultado, por cierto, supuso un disgusto para Carles Puigdemont, que respaldó públicamente al anterior alcalde, Jean-Marc Pujol, para que la ciudad siguiera siendo “la gran capital de las libertades democráticas y del republicanismo catalán”, afirmó.

CARLOS BARRAGÁN

El gran fracaso, en todo caso, fue para la ‘macronie’, los candidatos de La République En Marche, el partido fundado hace apenas cuatro años por el actual presidente, que no ha logrado ninguna alcaldía relevante y ha demostrado que carece por completo de arraigo. Macron ha basado buena parte de su éxito en la debacle que sufrieron los dos grandes partidos tradicionales de centro izquierda y centro derecha a mediados de la década pasada, lo que le permitió presentarse como la única alternativa liberal al autoritarismo cada vez más matizado del partido de Le Pen. En unas elecciones con muchos más competidores, este relato se ha venido abajo y el resultado ha sido catastrófico.

Es significativo que Macron lleve meses intentando acercarse al movimiento ecologista y que, de hecho, su primer acto político tras la debacle haya sido reunirse con una ‘convención ciudadana’ que ha estado elaborando propuestas para luchar contra el cambio climático. Se espera, además, que remodele su Gobierno de manera inminente. Entre los cambios, se cree que podría estar el de su primer ministro, Édouard Phillipe, un político de centro derecha cuya popularidad está en aumento, que en las municipales arrasó en la ciudad industrial de Le Havre y que posiblemente se presente a las elecciones presidenciales dentro de dos años, liderando el conservadurismo reformista.

Desde la crisis de 2008, que rompió a cámara lenta el sistema de partidos de países como Francia, Italia, España o Grecia, varias narrativas han explicado de manera coherente lo ocurrido. Primero fue la sorprendente resistencia de los viejos partidos (en 2011, recordémoslo, Mariano Rajoy obtuvo la última mayoría absoluta de la democracia española, y en 2012 François Hollande fue el último representante de los partidos tradicionales franceses en lograr la presidencia). Después, a partir de las elecciones europeas de 2014, se produjo la aparición súbita de nuevos partidos como Syriza, Podemos, Ciudadanos, En Marche o Alternativa por Alemania, o el ascenso de viejos aspirantes como La Liga, que prometían reformas profundas y una transformación radical de las élites tradicionales. Ninguno de ellos ha logrado hasta ahora su objetivo.

Tal vez hoy nos encontremos ante una tercera oleada que combina un regreso, si no a los viejos partidos, sí a los partidos asentados con una sólida presencia territorial y una acreditada capacidad política, más allá de las obsesiones comunicativas de las políticas nacionales y el ambicioso ensimismamiento de sus líderes.

Las elecciones municipales francesas, además, han sido, junto con la primera vuelta de las elecciones presidenciales polacas —celebrada ayer, y en la que han pasado a la segunda vuelta el actual presidente, Andrzej Duda, muy conservador y vinculado al mundo rural y católico polaco, y Rafal Trzakowski, el muy liberal alcalde de Varsovia—, las primeras en Europa celebradas en el mundo pandémico. Este quizá requiera, como parecen señalar los resultados en Francia, una mezcla de la solidez conservadora para gestionar tiempos difíciles, la comprensión de las tensiones territoriales entre el campo y la ciudad y una urgencia ecológica alejada de radicalismos.

Puede que en el aparente caos europeo haya cierta lógica. En la derecha y la izquierda españolas, alguien debería tomar nota.

 

 

 

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