Las marchas públicas son herramientas efectivas de cambio político
El mero ejercicio cívico de la convocatoria es fundamental y necesario en un país donde el Estado ha cultivado una hegemonía absoluta
A diferencia de las protestas populares del 11 y 12 de julio pasado, la marcha convocada por la plataforma Archipiélago para el lunes 15 de noviembre fue anunciada con semanas de antelación. Los más optimistas pusieron en la marcha sus esperanzas de cambio rápido, subestimando la capacidad represiva del régimen. Los más pesimistas criticaron la transparencia de la convocatoria, arguyendo que le regalaba al régimen la oportunidad de prepararse, y se creyeron justificados cuando el despliegue represivo oficial mantuvo en sus casas a los posibles manifestantes. En mayor o menor medida, optimistas y pesimistas quedaron insatisfechos con el resultado de la convocatoria.
Como quiera que se mire, la decepción con el 15N no debería ser razón para descartar las marchas organizadas como herramientas de cambio político. A fin de cuentas, las manifestaciones populares jugaron un papel fundamental en la caída de todos los regímenes totalitarios en Europa, y, sorprendentemente, pocas fueron espontáneas; la mayoría fueron planeadas de antemano. A los que alegan que las circunstancias de Cuba hoy son diferentes a las de Europa Central en 1989, les recuerdo que, más allá de las peculiaridades de cada caso, todos compartieron con Cuba las características fundamentales del modelo totalitario, con sus fortalezas y sus debilidades.
El caso de la RDA, la antigua Alemania comunista, es aleccionador para Cuba porque creo que las similitudes entre ambos superan las diferencias
El caso de la RDA, la antigua Alemania comunista, es aleccionador para Cuba porque creo que las similitudes entre ambos superan las diferencias. Como Cuba hoy, la RDA en 1989 era gobernada por un régimen marxista de línea dura que contaba con un extenso y brutal aparato de seguridad interna, la notoria Stasi, mentora del DSE cubano. En contraste, la disidencia en la RDA se limitó mayormente a críticas de corte marxista-revisionista, y nunca llegó a ser abiertamente anticomunista como la cubana, ni alcanzó niveles similares de activismo público, organización, o representatividad. Tan duro era el régimen de la RDA, que su líder, Erich Honecker, se negó a escuchar los llamados a reforma de Gorbachov y prohibió la circulación de publicaciones soviéticas. En la RDA de 1989, el régimen era más fuerte y la oposición más débil que en la Cuba de hoy.
Cuando Hungría quitó la cerca fronteriza con Austria en mayo de 1989, decenas de miles de alemanes del este escaparon por esa vía hacia Alemania occidental, forzando a Honecker a cerrar la frontera con Hungría y Checoslovaquia, y convirtiendo efectivamente a la RDA en una isla de intransigencia en un mar de transiciones. Ante la imposibilidad de escapar, alrededor de 1.500 personas se manifestaron públicamente contra el régimen el lunes 4 de septiembre en Leipzig, la segunda ciudad más poblada de la RDA. A pesar de la represión, las protestas públicas se repitieron en Leipzig cada lunes de septiembre, atrayendo un número creciente de participantes. Para el lunes 2 de octubre, los manifestantes sumaban más de 10.000.
Honecker amenazó con una masacre al estilo de Tiananmen si los manifestantes se atrevían a salir a las calles nuevamente. El lunes 9 de octubre, más de 70.000 personas marcharon en las calles de Leipzig, y la Stasi no se atrevió a reprimirlos. El lunes siguiente salieron más de 120.000 manifestantes. Dos días después Honecker fue destituido y reemplazado por su segundo al mando. El lunes siguiente, 300,000 manifestantes tomaron las calles de Leipzig. El 4 de noviembre la protesta pasó a Berlín con más de 500.000 manifestantes. El 7 de noviembre el Consejo de Estado de la RDA renunció en pleno, y el 9 de noviembre cayó el Muro de Berlín.
Es probable que el ejemplo de lo que sucedía en Polonia, Hungría y Checoslovaquia, sirviera de estímulo a los manifestantes y de freno a las fuerzas represivas
Es probable que el ejemplo de lo que sucedía en Polonia, Hungría y Checoslovaquia, sirviera de estímulo a los manifestantes y de freno a las fuerzas represivas. Pero es indiscutible que, con excepción de la primera, las marchas populares que forzaron la caída del régimen en la antigua RDA fueron planeadas y avisadas de antemano. A diferencia de sus homólogos en Polonia y Hungría, el régimen de la RDA no tenía facciones reformistas ni revisionistas, y estaba unido en su renuencia a implementar reformas, ni siquiera económicas. La Stasi era uno de los aparatos represivos más eficientes del bloque soviético, y antes de las marchas de septiembre nunca dudaron en usar las tácticas más brutales. A pesar de todo esto, el coraje y la perseverancia de los manifestantes logró lo que parecía imposible.
La convocatoria del 15N fue apenas una de las primeras de su tipo en Cuba –las Damas de Blanco y otros grupos afines hace años intentaron generalizar las marchas como herramienta de protesta pública. Inevitablemente, otras tendrán que seguirle –a los alemanes les tomó diez semanas de marchas continuas– si los cubanos quieren librarse del castrismo a corto plazo y con un mínimo de violencia. Puede que alguna fracase, y habrá un costo inevitable en represión, pero el mero ejercicio cívico de la convocatoria es fundamental y necesario en un país donde el Estado ha cultivado una hegemonía absoluta sobre la sociedad durante más de medio siglo. Los cubanos están empezando a usar su atrofiada musculatura ciudadana, y ese ejercicio cívico les devolverá el orgullo y la autoestima necesarias para vivir en democracia.