Las máscaras del Madrid de Galdós
«Crónica de Madrid» recoge una treintena de artículos que el autor de los «Episodios Nacionales» escribió cuando se estrenó como periodista en la capital
Como tantos escritores ilustres, Benito Pérez Galdós (Las Palmas, 1843; Madrid, 1920) fue un estudiante de Derecho licencioso. Salió de las Islas Canarias rumbo a Madrid en 1862 por el empeño de sus padres en que hiciera carrera como un respetado hombre de leyes, pero eso no iba con él. Estudiar no le interesaba lo más mínimo: «Leer libros amenos, en cambio, me entusiasmaba». No es de extrañar que, cuando llegó a la Villa con 19 años, pronto destacara por sus frecuentes novillos.
«En vez de preparar el curso me encantaba andar vagando por las calles y pararme delante de los escaparates a contemplar los objetos expuestos –dijo en una entrevista publicada en 1914, en la que se lamentaba de que debido a su ceguera debía dictar sus libros–. Otras veces me iba a pasear por las afueras de Madrid…».
En la capital, Galdós se encontró una ciudad en plena ebullición política y cultural, y no tardó en participar de los debates de su tiempo a través de los periódicos. En aquella época, los periodistas que cobraban por su trabajo eran minoría. Lo habitual era que los jóvenes plumillas como Galdós se prestaran a escribir artículos gratis. La remuneración consistía en ver su firma impresa.
El autor de los «Episodios Nacionales» eligió «La Nación», un diario de corte progresista, para presentarse ante los círculos de influencia. Entre 1865 y 1868, cuando terminó de escribir su primera novela, publicó más de 130 artículos en los que retrató los usos y costumbres de los madrileños. «Crónica de Madrid», editado en 1933 a iniciativa del argentino Alberto Ghiraldo y rescatado por Ediciones Ulises en el centenario de Galdós, recoge una treintena de estos artículos.
La selección no responde a un trabajo de investigación exhaustivo, pues Ghiraldo dijo erróneamente que habían sido publicados en «El País», ni están aquí los mejores escritos periodísticos de Galdós, pero sí constituyen un acercamiento singular a las inquietudes y los temas que el autor canario desarrollaría después en novelas como «La Fontana de Oro», «El audaz» o «Doña Perfecta».
Adscrito al género costumbrista e imitando la prosa cervantina, en sus artículos primerizos –estuvo ligado a los periódicos durante cinco décadas, con colaboraciones puntuales o incluso dirigiéndolos– censuraba el fanatismo religioso y expresaba su nostalgia por los tiempos pasados, más nobles, más castizos.
«A pesar de la afluencia de gente que se reúne en el Prado –dijo sobre las verbenas de San Juan y San Pedro–, esta fiestas memorables no tienen ya aquella clásica originalidad de los tiempos pasados». Sobre la fiesta del Carnaval, como ya hiciera Larra treinta años antes, señaló que el verdadero Carnaval era otro, el que duraba 362 días: «En este las bromas son más pesadas, se engaña más fácilmente y es general hasta el punto de haber muy pocas personas que no escondan la fisonomía del alma bajo la careta de la cara».
También escribió Galdós sobre la epidemia del cólera que en 1865 alteró todas las funciones orgánicas del Madrid «que piensa en comer, dormir, charlar de política y murmurar del vecino», ese Madrid igualmente «elegante y almibarado» cuya vida «está cifrada en la presunción, en la coquetería, que vive de tramar amores necios». Cuando Madrid no va a los toros, se preguntaba, «¿cómo estará Madrid?». Antes que novelista, Galdós fue un periodista con un oído siempre atento al murmullo social.