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Las tarifas de internet en Cuba: ¡Es el dólar, camaradas!

El tarifazo: Un plan de 15 GB cuesta más de cinco veces el salario mínimo mensual y ya hay personas vendiendo los datos móviles en el mercado negro

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                                    Foto: Juan Cruz Rodríguez. Tomada de Revista El Estornudo

 

Dos muchachos, uno con el pelo teñido de rojo, el otro de amarillo, y ambos con el desparpajo típico de su edad, fueron a un parque y grabaron, frente a cierta sucursal de Etecsaun rap incendiario contra las tarifas prohibitivas que el monopolio de las telecomunicaciones en Cuba impuso a sus clientes el pasado 30 de mayo de 2025. El límite de recargas del saldo principal en el servicio móvil, unos 360 pesos nacionales cada 30 días, penaliza todavía más la capacidad adquisitiva de los ciudadanos, que no solo ganan su sueldo en una moneda prácticamente nula con la que no pueden obtener casi nada, sino que, por otro lado, de aquello que hasta cierto punto podían pagarse, ahora solo les permiten comprar un poco.

El dólar, el Estado y la gente, todo junto, no caben en Cuba, no hay hueco para los tres. El castrismo redujo la nación tal como se reduce un alimento sometido mucho tiempo a la candela, y en ese país cada vez más estrecho la gente sobrevive hacinada en el redil político de su salario, puesto que la ficción del salario es menos una categoría económica o una suma de dinero que una tasa ideológica y una variable de aparente control social. El dólar es el último peine de limpieza en la razia comunista que, habiendo agotado sus recursos destinados al empobrecimiento, usa ahora los del enemigo. El periódico matancero Girón, en una nota editorial sobre el asunto, dijo: “Sin divisas, no hay servicio posible. Y ahí, camaradas, radica el primer punto innegable”.

Embutido en el eslogan de masas, el recorte neoliberal adquiere el tono de un anuncio publicitario. Con la muerte del máximo líder, el castrismo acentúa su condición folclórica de pieza desincronizada de la historia. El propósito, la función y la dirección de un proyecto, sea cual sea su naturaleza, política o artística, individual o colectiva, son atributos de lo histórico, y su lugar en el tiempo contemporáneo, un compendio de tradición y horizontes, es lo que lo vuelve legible. El anacronismo del lenguaje castrista da cuenta de un poder real constituido como un garabato, la descoordinación de una institución conclusa que intenta no caerse de la cornisa y que echa mano de posibilidades capitalistas simuladas.

Hay una metamorfosis hacia la farsa, algo que evidentemente sucede no solo cuando la historia ocurre por segunda vez, sino cuando la historia no vuelve a ocurrir. En ese sentido, el castrismo ya no puede hacer nada que no signifique una burla; es un efecto involuntario, pero decisivo, de sus soluciones políticas, y esa condición canallesca no tiene nada que ver con la opresión de las libertades individuales, un asunto de corte solemne, sino con el ultraje de toda ciencia económica. Etecsa, compañía que pertenece a una corporación militar que nadie audita, pierde el 60 por ciento de los ingresos por supuestos fraudes en las recargas internacionales, pero esos ingresos, incluso si supiéramos adónde van dirigidos, tampoco garantizarían el bienestar de un país aferrado al rentismo como voluntad ideológica de un partido centralizado y estrategia de enriquecimiento de una casta mafiosa.

Un plan de 15 GB cuesta más de cinco veces el salario mínimo mensual y ya hay personas vendiendo los datos móviles en el mercado negro. Ese resto de cinismo, algo que el régimen siempre se cuidó de proyectar y de lo que ahora tanto le gustaría librarse, es quizá la razón más determinante para que el desprecio al tarifazo haya sido tan extendido y diverso. Más que otra vuelta de tuerca a la pobreza, más que el empeoramiento de las comunicaciones y el encarecimiento de una conectividad de antemano precaria, la gente ha reaccionado contra algo todavía más insoportable: la humillación, una consecuencia previsible luego de cualquier ajuste abrupto de corte neoliberal, y en otras latitudes un catalizador de protestas populares.

Hay un sentimiento de asco ante el abuso porque desde el poder hay un regodeo en el atropello, una paradójica ostentación del colapso. Si el castrismo no se mueve, desespera. Si se mueve, irrita. La ineficiencia no es una expresión de incapacidad, sino de soberbia. No resulta casual que, tras la muerte de un sujeto temible como López-Callejas, tras los distintos episodios de manifestaciones cívicas a lo largo del país en los últimos años, tras la mayor crisis migratoria en la historia nacional, la figura más representativa del castrismo sea Sandro, un muchacho condenado perpetuamente a la preadolescencia, un niño bufón y un nieto consentido que hace de su apellido un aquelarre.

Al darse cuenta de que lo atacaban desde el plano en que suele leerse a su familia, y que ser su familia, del modo en que su familia siempre ha sido, no se usa más, Sandro redobló la apuesta de sus sketches para despolitizar su linaje y permitirse el alarde de sus lujos desde la banalidad más lúdica, como un influencer callejero o un coach motivacional.

Sandro Castro hace del rostro una máscara para aparentar que se disfraza y actúa como lo que es. Rompe la trama social que los lacanianos llaman el Gran Otro y espera a su familia del otro lado de la vereda, en la desvergonzada plenitud de la sinceridad oligárquica. “¿Para qué se esconden?”, parece decirles a sus mayores. “No hace falta”. Y es verdad. Solemos insultarnos con él no porque sea quien es, sino porque no se oculta, pero no sé si se trata de una mala noticia. El fallo multiorgánico del sistema político cubano obliga a salir del closet, y Etecsa expone lo que el hambre y el apagón llegan a esconder, porque para el hambre y el apagón eres una víctima o un rehén, no un cliente.

Una debacle de esta magnitud coloca la actitud disidente en la puerta de tu casa. La gente no quiere ir presa, ni que las vigilen más de la cuenta, pero ya no saben dónde meterse para que la protesta no los alcance. De repente, la excusa de Etecsa cifra la insatisfacción y la rabia acumulada por cuestiones más determinantes que el saldo de un celular, pero expresarlas abiertamente implicaría un salto al abismo demasiado suicida para el que nunca ha dicho una palabra pública. La queja por la falla puntual inicia el recorrido cauce abajo hasta el corazón de la selva anticastrista. La FEU, naturalmente, no va a emprender esa ruta, pero detrás de su tibia declaración inicial, algunos estudiantes seguro que sí. En cualquier caso, no hace falta que todo el mundo sea José Daniel Ferrer, eso jamás sucede, basta con que la voz social no lo niegue.

Constituidos por un dialecto de silencios, la gente estalla como si hubiera tomado las calles de nuevo y el poder actúa en consecuencia. No lo esperaban. Nadie, en verdad. Todo es un pronunciamiento. Quizá por primera vez, la pobreza no parece administrada, sino una suerte de cansancio impetuoso. Los muchachos de pelo rojo y amarillo, de 18 y 20 años, fueron citados a una oficina y conocieron al interrogador.

*Artículo publicado originalmente en El Estornudo

 

 

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