Las tres preguntas de la defensa europea
La OTAN sigue siendo la verdadera garantía de seguridad del continente, con o sin Trump
La defensa será uno de los asuntos centrales del nuevo ciclo político que empieza en junio con las elecciones europeas. Ursula von der Leyen afirma con tono alarmista estos días que el continente tiene que prepararse para una guerra. La probabilidad de que Donald Trump vuelva en 2025 y vuele de nuevo los puentes sobre el Atlántico, debilite la Alianza Atlántica y recompense a Vladímir Putin con las provincias del Este de Ucrania hace más urgente la tarea de pensar y poner en pie una defensa europea.
La Unión y sus Estados avanzan en este terreno con lentitud exasperante, a pesar de los pasos dados en la asistencia a Ucrania. No hay suficiente unidad de pareceres a la hora de acometer esta nueva fase de la integración, en especial entre Alemania y Francia (el Reino Unido, por desgracia, ya no está).
Para definir una estrategia exitosa es preciso responder a tres preguntas: cuánta centralización de competencias en torno a Bruselas se requiere (y cuáles), qué papel debe seguir jugando la OTAN, con un pilar europeo reforzado en su seno, y a qué velocidad se necesita avanzar al acometer estas dos tareas.
La Unión Europea acaba de aprobar una estrategia de industria de defensa que aspira a comunitarizar una política fragmentada y durante muchos años dominada por las lógicas nacionales. Sin este motor industrial europeo, la dependencia en armamento y tecnología digital de Estados Unidos seguirá siendo casi completa. Es un primer paso sobre el que construir una defensa digna de este nombre, al mismo nivel en los Tratados UE que la política agrícola o el comercio exterior.
Por otro lado, la OTAN sigue siendo la verdadera garantía de seguridad del continente, con o sin Trump. Los veintitrés Estados miembros de la UE que forman parte de la Alianza Atlántica deben volcarse en apuntalar su resurrección –ya nadie cuestiona el objetivo de gastar un 2% en defensa– y crear un pilar europeo que la refuerce. La última pregunta, sobre el ritmo de progreso y los plazos, es la más difícil de responder sin ponerse dramático.