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Laura Ferrero: Cinco cosas que se aprenden en una semana

UNO:

Para escribir una novela no sirve leer otras novelas. Lo peor es que a uno le dicen justamente eso: que para escribir una novela tiene que leer –y haber leído– otras muchas novelas. Pues no. Señores: para escribir una novela hace falta tener mucha paciencia y no leer nada que tenga que ver con lo que se está escribiendo. Porque entonces uno corre el riesgo de compararse. Coge cualquiera de los libros de Jonathan Franzen y dice, huy, le voy a copiar esta descripción de los pájaros que a él le ha salido mejor. O: qué bien se le da a A. M. Homes esto de los dramas familiares. Leeré este libro a ver si puedo “sacar” algo.

Creo que era Paul Auster el que decía que durante el tiempo en que estaba escribiendo, dejaba de leer. Pues Paul: coincido. No leáis si estáis escribiendo. O al menos, no leáis nada parecido a lo que queréis hacer.

DOS:

Escribir implica documentarse de verdad. Imaginarse a uno mismo hablando con encantadores viejecitos que nos desvelan los secretos de su vida no puede ser más idílico. Luego, la realidad va por otros derroteros.

Sin ir más lejos, la semana pasada tuve que ir al crematorio de Santa Eulalia des Riu para preguntar por los procesos de incineración. Exigencias del guión. Del mío. Me atendió un tipo majísimo con un piercing en la lengua y me estuvo contando todos esos detalles y anécdotas que nunca hubiera querido saber.

—Todos nos morimos. Hace poco, una chica salía de un entierro y, antes de marcharse de la iglesia, se acercó para tocar la madera del banco donde yo estaba. Le recordé: ‘Ey, que eso no te va a librar de nada, eh’. A la gente le gusta pensar que no se va a morir.

Hice un esfuerzo por sonreír pero se me notó la mueca.

—¿Quieres ver el horno?

Y no, yo no quería ver el horno. Me dio su número personal para que siguiéramos hablando cuando yo quisiera. Pero me metí en el coche y me fui directa y casi sin respirar –creo que incluso puse a Enrique Iglesias en el Spotify– hasta ese bar que me tiene el corazón robado, el Teatro Pereyra, y me pedí un gintonic a las seis de la tarde. Hay que aprovechar, me dije. Aprovechar al máximo. Olvidarse del miedo. Y buscaba la madera por todas partes, pero las mesas de la terraza eran metálicas.

TRES:

Para escribir hay que tomar decisiones continuamente. Hay que saltar. Para los que nos hemos apoltronado en la indecisión, que es mi caso, eso supone un problema. Lo dejamos todo para el final a ver si las cosas caen por sí solas. Como si los personajes se arreglaran entre ellos si dejamos la resolución del conflicto para otro rato. Como en la vida misma. Ayer me di cuenta de que había creado tres finales distintos para una historia.

A propósito de las decisiones, leía esta semana a David Trueba aquí. Hay que escoger dónde va a colocarse el esfuerzo. Continuamente nos dicen que hay decisiones más importantes que la que estamos tomando en ese preciso momento. Lo importante es lo otro. Es una manera de quitar peso a las cosas.

¿Casarse? Bueno, la decisión importante es la de tener hijos.

¿Los hijos? A esos es fácil quererlos. Lo importante es con quien se comparte la vida.

¿La carrera? Qué más da, siempre puedes escoger otra.

¿El trabajo? Siempre podemos reinventarnos.

El problema de las decisiones es que es uno el que las toma, no la realidad. Si sale mal, somos nosotros los que respondemos ante ellas. En estos días de elecciones y Brexit, pienso más que nunca en la importancia de dejar de tomar in-decisiones. De ir hasta el final, como decía Bukowski: «Si vas a intentarlo ve hasta el final. De otro modo no empieces siquiera».

CUATRO:

Ayer me corté el dedo mientras troceaba unos tomates para hacer gazpacho. Pensaba en otras cosas y zas: sentí cómo la hoja –enserio– me entraba en la piel. Más allá del dramita que monté y del comentario de mi querida madre –suerte que el gazpacho es rojo. Ja ja–, el cuchillo se convirtió en el objeto de mi furia.

Conté la anécdota así:

—Menuda mierda de cuchillo. Lo voy a tirar: corta demasiado.

Me quedé pensativa. Las culpas siempre son de los cuchillos que cortan mucho –o poco, o demasiado– pero nunca del despiste de estar cortando tomates a la velocidad que lo haría Arguiñano sin serlo, mientras se piensa en las musarañas.

CINCO:

Cuando uno escribe tiene que atreverse a hacer lo que no hace en la realidad. Cuando vive, atreverse con todo lo que no escribe. Y hay que dejar de buscar el banco para tocar madera; eso no nos salva de nada.

Imagen de laura.ferrero.carballo

Laura Ferrero. Responsable de Brújula y redactora. Barcelona, 1984. Filósofa y periodista. Ha trabajado en el Cultura/s de La Vanguardia y en la actualidad se dedica al mundo de la edición y a la escritura.

Publicado el 23 de junio, 2016

 

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