Lea acá extractos de “Libertad, Emprendimiento y Solidaridad”, el nuevo libro de Roberto Casanova
A continuación compartimos con los lectores de Prodavinci una serie de extractos del libro Libertad, Emprendimiento y Solidaridad (10 lecciones de economía social de mercado) del economista Roberto Casanova y editado por Alfa. El texto, con intención didáctica, presenta los fundamentos de la economía social de mercado, base de la recuperación económica de la Alemania occidental, luego de la Segunda Guerra Mundial.
En este libro presento, a un público lo más amplio posible, a la economía social de mercado. Ésta no es sólo un modelo económico, a pesar de lo que el término a primera vista pueda sugerir. Es, en primer lugar, la expresión de un marco doctrinario que integra valores, principios y teorías provenientes de la ciencia económica, el derecho, la politología, la sociología, la filosofía y la moral. Es, en segundo término, un programa político amplio y flexible.
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Esa doctrina fue llamada ordoliberalismo por algunos de sus creadores. Con tal término querían decir que la libertad debe ser el valor fundamental en una sociedad moderna y que ella es compatible con la creación de un orden social próspero y pacífico. En los términos de uno de sus propulsores, la economía social de mercado se propone “armonizar, sobre la base de una economía de libre competencia, la libertad personal con un creciente bienestar y seguridad social, reconciliando a los pueblos mediante una política de aperturismo mundial” (Erhard, s.f.).
La economía social de mercado estuvo en la base de la impresionante recuperación económica de Alemania Occidental, luego de la Segunda Guerra Mundial. A finales de los 40 y durante los 50 ella fue una opción para quienes no se identificaban con un liberalismo permisivo que no supo hacer frente a la concentración del poder económico, por una parte, ni con el totalitarismo (tanto comunista como fascista) y su temible concentración del poder político, por la otra. Entre ambos extremos la economía social de mercado surgió como una manera concreta de combinar la libertad y el bienestar de las personas con un orden político orientado a evitar la acumulación de poder de cualquier naturaleza.
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La economía social de mercado se diferencia de lo que llamaré capitalismo rentista, producto del intervencionismo estatal y de la acción de los grupos de interés. Se contrapone, también, alsocialismo estatista que hoy mantiene maniatadas a sociedades como la cubana o la venezolana, y que pretende ser la única forma de mejorar las condiciones de vida de los sectores populares. Se distingue, asimismo, del llamado neoliberalismo y de la indiferencia que éste ha demostrado, en diversos países, por los aspectos sociales y políticos del desarrollo económico.
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Escribí este libro pensando en un ciudadano no especializado en los temas económicos pero sí interesado en contar con un marco de interpretación, sencillo y abarcador a la vez, que le sirva de referencia al momento de opinar y decidir. Este lector no pretendería, en principio, según creo, ahondar en los aspectos técnicos de la economía social de mercado. En consecuencia, he sacrificado la profundidad en el abordaje de los distintos temas aunque no he descuidado la rigurosidad en su tratamiento. Cada capítulo constituye, en cierta forma, una lección en la que se ofrecen la teoría y las propuestas relevantes para cada tema, tratando siempre de mantener el análisis lo más cercano posible a la experiencia cotidiana del lector.
Del prefacio
En este libro estudio el sistema económico pero este no es un libro sólo de economía. Siendo consistente con la mirada compleja a la que me vengo refiriendo consideraré a la economía como un sistema basado en un conjunto de reglas que sirve de marco a incontables decisiones individuales, capaz de generar un orden no diseñado por nadie en particular, ni siquiera por el gobierno, que también es parte del sistema. Partiré, además, de la idea según la cual la economía, como sistema, está en constante interacción con otros sistemas de la sociedad. La reflexión me conducirá, en diversas ocasiones, a la política, el derecho, la moral. Esta es, por cierto, una de las razones por las que algunos autores hablaban de economía social, enfatizando algo obvio pero muchas veces olvidado: la economía es un sistema que se halla en permanente interacción con los otros sistemas de la sociedad.
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Vale la pena hacer también algunas precisiones acerca de la manera en la que los primeros pensadores ordoliberales trazaron el debate con otras doctrinas. Algunos de ellos hablaron en su momento de una “tercera vía”, antecediendo en varias décadas a planteamientos similares hechos por la socialdemocracia. La “tercera vía” impulsada por esos ordoliberales tomaba distancia tanto del liberalismo permisivo del siglo XIX (que calificaron como paleoliberalismo) como del colectivismo en sus versiones de izquierda (comunismo) o de derecha (fascismo).
La idea de una tercera vía no fue afortunada, sin embargo. Muchos asumieron que ella promovía una economía de mercado pero intervenida por el Estado. Fue necesario que algunos de los fundadores de la economía social de mercado aclarasen que, en realidad, no existía una alternativa a una economía de libre mercado que no fuese alguna forma de colectivismo. Para ellos el dilema entre libertad y opresión era fundamental y no debía ser minimizado.
Todavía hay quien piensa hoy que la economía social de mercado está a mitad de camino entre el liberalismo y el socialismo. Es un error de interpretación. Esa doctrina promueve, sin reservas, un sistema económico de libre mercado y competitivo. Mantiene que el gobierno debe ayudar a perfeccionar ese sistema mediante adecuadas reglas; su función no es intervenirlo o sustituirlo. La economía social de mercado no es, definitivamente, socialdemocracia.
Del capítulo 1: “Libertad y orden: la mirada de la complejidad”
Dados sus fundamentos éticos, la economía social de mercado se interroga sobre el ordenamiento institucional más adecuado para el sistema económico. Su respuesta se basa, ante todo, en la evidencia histórica. Sólo las economías de mercado han sido compatibles con la libertad de las personas y han permitido, por tanto, el despliegue de su capacidad creadora y de su espíritu emprendedor. “El hecho es que nunca antes en la historia humana ha existido algo como el progreso económico que los ciudadanos de esos países han tenido el privilegio de atestiguar y disfrutar” (Baumol, Litan y Schramm, 2007). Esto es algo difícil de cuestionar con base en la experiencia de incontables sociedades.
Pero – y he aquí, de nuevo, una muestra de equilibrio – no es cualquier economía de mercado de la que se habla. Se trata de una economía en la que exista la mayor competencia posible entre los agentes económicos o, lo que es igual, en la que no existan monopolios ni carteles.
El mercado competitivo no es equivalente al mercado del “dejad hacer” en el cual el Estado tiene mínima intervención. Una economía competitiva requiere de un ordenamiento institucional que la regule así como de eventuales intervenciones gubernamentales, conformes a la lógica del sistema de precios. Algo así como una intervención liberal, para decirlo en los términos paradójicos que utilizaron algunos de los fundadores de la economía social de mercado.
El surgimiento de una economía de mercado competitiva y sostenible no es algo que ocurrirá totalmente por sí solo. Ha sido y será necesario que el proceso político moldee el marco de instituciones dentro del cual se desenvuelva el proceso económico. Esta es una de las ideas que caracteriza a la economía social de mercado y que permite calificarla como auténtica economía política.
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El énfasis de la economía social de mercado en la competencia permite entender, en parte, el uso del adjetivo “social” junto a la noción de “mercado”. Ello está lejos de ser una concesión discursiva a lo políticamente correcto. En realidad, “…una política económica sólo puede llamarse `social´ si hace que el progreso económico, el rendimiento elevado y la productividad creciente redunden en provecho del consumidor, absolutamente hablando” (Erhard, 1989).
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Por otra parte la economía social de mercado, con la pretensión de que todos accedan al sistema de libertades, implica una activa política social. Acepta, así, que la lógica de un mercado competitivo puede excluir a muchas personas, dificultándoles entrar a él con alguna probabilidad de tener éxito o expulsándoles si fracasan. En ese sentido la experiencia del liberalismo del siglo XIX e inicios del XX resultó aleccionadora para los pensadores que dieron forma a la economía social de mercado. Se convencieron de que la sociedad y el Estado deben hacer lo requerido para que todas las personas disfruten de las mínimas condiciones para vivir dignamente y para adaptarse a un entorno económico en constante cambio.
Pero según la economía social de mercado ello debe hacerse – otra vez el equilibrio – de tal manera que, en sintonía con el principio de subsidiariedad, las personas adquieran las competencias necesarias para ganarse la vida, siempre que eso sea posible. En palabras de unos de los fundadores de esa doctrina:
Para reconciliar al individuo con la sociedad hay que dar a la persona la posibilidad de encontrar su lugar en la sociedad, mediante una formación adecuada para él, y por medio de las correspondientes posibilidades de actuación (Erhard, s.f.)
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La importancia que la economía social de mercado otorga a la libertad le lleva a considerar cuidadosamente la problemática del poder. Después de todo somos libres cuando nadie nos impone su voluntad para hacernos actuar de determinada manera o, en otras palabras, cuando nadie – personas, organizaciones, gobiernos – ejerce su poder sobre nosotros.
La amenaza a la libertad aparece con mayor fuerza, como debe ser obvio, cuando el poder se concentra en pocas manos. Por ello uno de los temas centrales del ordoliberalismo es el equilibrio en la distribución del poder. Presta especial atención a cómo lograr que instituciones políticas y económicas no sucumban ante la presión de grupos de interés y sirvan genuinamente a la ampliación de las posibilidades de acción de los ciudadanos.
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La maraña de intereses y complicidades que hoy rodea a muchos Estados es, sin duda, uno de los obstáculos más formidables para el progreso económico y la equidad social. Estos Estados tienden a hacerse cada vez más grandes, al intervenir en diversos ámbitos del proceso económico. Al mismo tiempo se debilitan, al subordinarse a intereses sectoriales y particulares. Este fenómeno ha dado forma al capitalismo rentista (o de “amigotes”) al que he aludido antes y se vincula estrechamente a la evolución de numerosas democracias.
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Una democracia sanamente plural, en la que resulte difícil que algunos grupos controlen el proceso político, tiende a reforzar un sistema de mercado competitivo. Y a la inversa, la competencia económica dificulta la concentración de poder que pueda debilitar el carácter plural de una democracia. De ese modo, ambos procesos, pluralismo sano y competencia, se refuerzan recíprocamente en una dinámica que tiende a ampliar la libertad de las personas. Son instituciones inclusivas cuyo mutuo funcionamiento crea un círculo virtuoso.
Por el contrario, en una democracia caracterizada por un pluralismo malsano los poderes públicos están, en buena medida, al servicio de unos cuantos grupos. Tales grupos utilizan medios diversos para captar renta del resto de la sociedad, en especial, de los más débiles. El sistema de mercado estará entonces distorsionado, existiendo pocos incentivos para la innovación y la competencia pues el éxito económico dependerá, fundamentalmente, del poder político. De igual forma, la concentración económica en unos pocos reforzará su capacidad para controlar el proceso político y los poderes públicos. Este sería un círculo vicioso, creado por instituciones extractivas de renta (Acemoglu and Robinson, 2012). Una de las consecuencias de todo ello es la pérdida de libertad individual e, incluso, en algunos casos, el reforzamiento del colectivismo.
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La noción de instituciones “extractivas” es relativamente reciente y diversos autores consideran el fenómeno que dicha noción describe como la causa cardinal del fracaso económico de los países. Pero hace mucho tiempo los fundadores de la economía social de mercado ya habían señalado la grave perversión que significaba la captura del Estado por los grupos de poder y la necesidad de enfrentarlos con firmeza. Proponían, al respecto, un abordaje integral que sigue siendo pertinente. Hace casi sesenta años Eucken (1983a) afirmó:
La disolución o debilitamiento de los grupos de poder, sin el cual el Estado no puede ser eficaz, hace posible igualmente dar al proceso económico una dirección satisfactoria por medio de los precios de competencia. Y el limitar la política económica a influir sobre la forma en que ha de desenvolverse la actividad económica no solamente está de acuerdo con las aptitudes de los órganos del Estado, sino que es exactamente lo que se requiere para hacer surgir un orden económico satisfactorio. Por lo tanto, los principios para la organización del Estado y para la organización de la economía se corresponden.
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Para el ordoliberalismo es un grave error suponer que una economía de mercado pueda funcionar igualmente bien en cualquier contexto social. Al respecto sostiene que:
…una sociedad puede tener una economía de mercado y al mismo tiempo estar asentada sobre fundamentos sociales peligrosamente malsanos y hallarse inserta en unas relaciones de las que no es responsable la economía de mercado… (Röepke, 1979).
Es difícil imaginar que la economía social de mercado pueda operar sin el llamado “capital social”, es decir, la mutua confianza que nace de la disposición de las personas a comportarse con decencia y responsabilidad. Asimismo, la valoración social de trabajo, el sentido de continuidad y del ahorro, el respeto a la propiedad ajena, el deseo de autonomía y el manejo de la incertidumbre, la responsabilidad y la honradez, entre otras virtudes, son esenciales para garantizar el buen funcionamiento del sistema de mercado.
Del capítulo 2: “La mesura como teoría”
¿Quiénes son hoy los progresistas? No lo son, sin duda, quienes defienden al capitalismo rentista, basado en el intervencionismo estatal y en la captura de rentas. Pero tampoco quienes han creado regímenes populistas, también generadores de injusticias. Los progresistas son en la actualidad quienes proponen doctrinas como la economía social de mercado. Una doctrina cuyo lema político bien podría ser: Oportunidades para todos, privilegios para nadie.
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La economía social de mercado, insisto, puede y debe ser popular si aspira a influir de manera determinante en el cambio político y económico de nuestras sociedades. Para ello tendría que inspirar a una amplia alianza entre sectores diversos: empresarios, miembros de la economía privada popular, grupos socialmente excluidos, intelectuales, partidos políticos. Al mismo tiempo debe identificar a sus adversarios políticos: aquellos grupos «enchufados» (como se les ha comenzado a llamar en Venezuela) que han capturado al Estado de diversas maneras y cuya prosperidad depende de ello y no del esfuerzo en una economía competitiva.