Leandro Area: Adiós, gobierno, adiós
Ya desde antes de la muerte de Hugo Chávez, ahora menos eterno que para aquel entonces, quedaba claro que el gobierno no contaba sino con bases eventuales e inestables de apoyo, todas provenientes de una crisis política pasada y de una renta petrolera transitoriamente elevada.
Populismo, corrupción y sumisión, fueron las armas en las que se fundamentó y estimuló el Socialismo del Siglo XXI. Posteriormente se intentó, sin éxito, disimular el desastre causado que hoy percibimos en sus manifestaciones más evidentes de pobreza, hambre, carestía, inseguridad y destrucción del aparato productivo. Cuando se trate de buscar explicación a los motivos y ubicar a los responsables directos, intelectuales o materiales, de haber quebrado al país, deberemos acudir, antes que a la Ciencia Política o la Economía, por tratarse de un vil saqueo, de un atraco público y notorio, a la administración de justicia y a los sabuesos de la policía nacional e internacional, sobre todo de allá, en la Corte Penal Internacional de La Haya.
Toda esa penuria que hoy observamos al desnudo en su inhumana condición por las calles de Venezuela, tardó en asomarse en toda su crueldad ya que, amparados en el manejo inescrupuloso y sin auditoria alguna de una cuenta de gastos, la renta nacional, proveniente de los petrodólares boyantes de la época, lograron disimular los efectos connaturales al modelo ideológico, que implicaba relaciones y compromisos, expresados en los gastos que acarreaba la implantación internacional de la épica de la revolución bolivariana. Empeñado, junto a todos sus socios, en la construcción de un mundo multipolar, socialista y anti-imperialista, alguien debía correr con esa inversión que debo suponer, conociéndonos lo minero que somos, pagaba Venezuela con petróleo. Lo que debió sembrarse en los proyectos del país, se perdió en inauditables rumbos y quimeras propias, digo individuales, pero sobre todo ajenas, oprobiosas, oscuras e inservibles.
Esta debacle se vio acelerada no solo con la definitiva desaparición física de Chávez y en menor grado, si acaso, con el entramado de aquellos sospechosos movimientos de articulación de lugares y fechas mortuorias del susodicho con exigencias legislativas que dieran visos y ribetes de legalidad a la toma de posesión del heredo, Nicolás Maduro Moros, el ungido.
A esto se suma en alguna medida todo lo relacionado con el escándalo, aún vigente, tejido alrededor del supuesto forjamiento de partida de nacimiento de éste último y demás complicidades concomitantes, para poder así cruzar esa alcabala jurídica y asumir en Derecho la Presidencia de la República. Ahora, con la derrota electoral del 6-D, acompañada por la caída de los precios petroleros y el control mayoritario de la oposición en la Asamblea Nacional, no hay mentira que engañe ni radiografía que haga falta pues todo se ha convertido en evidencia.
En las circunstancias políticas de hoy, después de 17 años en el poder, el gobierno no puede esconder su resquemor de amargura que se evidencia en las conductas de agresividad que lo acompañan, porque no sabe disimular, esta vez sí que no, su desengaño cruel y tormentoso frente a tanta derrota. Un cercano tufo de despedida lo escolta aunado a una solicitud de misericordia entre los labios de solidaridad revolucionaria en público, muy al estilo y ejemplo de lo ocurrido recientemente en la reunión de la CELAC, en Quito, donde Maduro, heredero de aquel descomunal imperio político y económico del comandante, pidió casi que implora un “Plan Conjunto Anti crisis Económica”.
Pero a pesar de estos resbalones de lástima que se dan a la vista de todos y uno comprende, es evidente que tanto por auto estima, como por entorno camarada, como por consejos de expertos bien pagados, Maduro y su gobierno se obligan a exhibir un discurso confitado de aparente solidez y equilibrio mental mientras dibujan un hola de empalagoso y exagerado bienestar como si nada o en vez, aquí adentro, estorban, berrinchan y patalean o intentan digamos por decir una guarida en las altas esferas del Tribunal Supremo de Justicia y gritan u ocultan en su bramar resfriado un temblor de rodillas antes de irse, huirse o evadirse o pirarse, al mejor estilo malandroso. Este gobierno camarada si te pones a ver, una de dos: o ya dejó de existir o está boqueando.
Porque es que hay que ser pasado de inocente paloma o gavilán rufián complementario para callarse o chino prestamista para asustarse o versado bribón para seguirles la corriente a los que mandan y tratar de disimular lo inocultable como zamuro que encubre en vano frente a sus iguales el podrido tesoro que lo embarga: un país putrefacto que huele a putrefacto donde ya el perfume-petróleo con el que ocultábamos nuestro cuerpo social de tanto y pobre Guaire, expiró y nos desnudó en plena pasarela del mercado implacable de las vanidades derrotadas.
Que no sepa el gobierno pues cómo despedirse a todas estas o eyectarse de la nave en picada que nos deja es algo tan natural como suicida, que habría pues que en esas arrimarles el hombro; o que no lo quieran así quienes lo aúpan sinvergüenzas dale Nicolás que vas ganando; o que le cueste por falta de esa ciencia que llaman dignidad, pero cómo exigírselo; o porque aún peor que en su desesperación y su desastre, en su lumpia ideológica, se abra la posibilidad de una guerra civil que pocos quieren aunque uno nunca sabe si la suerte política del país o lo que queda de él esté en manos de pranes o de ventosas radicales incoadas en los letales escondrijos del chavismo o quién sabe en qué otros, todas son ellas piezas de este ajedrezado juego en busca de salida.
En todo caso el gobierno expiró así se cambie la envoltura y ello debe resolverse a la brevedad posible, sin prisa pero sin pausa, constitucionalmente, pensando en el país y dejando de lado egoísmos políticos y otras cargas venidas de nuestra historia más profunda.
Leandro Area